claco. —i Baja t.— repitió el ofidaL íQuí más ves a la izquierda? —¿A la izquierda? El muchacho volvió la cabeza a la izquierda En aquel moento, otro «libido má* agudo y máa bajo hendió loa aire*. El muchacho ee ocultó todo lo que pudo.—iVamoa exclamó; la han tomado conmigo!—La bala le había pasado muy cerca —[Ahajo! gritó el oficai con ener-ga y furioso. —En seguida bajp, respondió el chico, pero el árbo me resgtarda; no tenga usted cuidado, ¿A la izquierda quier usted adber? —A la izquierda, respondió el efi-cial: pero baja. A la izquierda,—gritó el nifio, dirigiendo el cuerpo hacia aquella parte —doede hay una capilla, me parece ver—___ Un tercer silbido pasó por lo alto, y en seguida se vió al muchacho venir abajo, deteniéndose un punto en el tronco y en las ramas, y preevitándose desptés de cabeza con los bra zos abierto*. —¡Maluición! gritó el oficial acudiendo. El chico cayó a tierra de espaldas, y quedó tendido con los brazos abiertos, boca arriba: un arroyo de sangre le salió de pecho, a la izquierda. El sargento y dos soldados se apearon de sus caballos: el oficial se agachó y le separó la camisa; la bala le había entrado en el pu món izquierdo.—¡ Está muerto! exclamó el oficial—¡No-vive! replicó el sargento."—¡Ah, pobre nifio, valiente muchacho! gritó el oficial;—¡Animo, ánimo! Pero mientras decía ánimo y le oprimía el pañuelo sobre la herida, e! muchacho movió los ojos e inclinó la cabeza; habia muerto. El oficial palideció y lo miró fijo un minuto, después le arregló la cabeza sobre la hierba, se levantó y estuvo otro instante mirándo o. También el sargento y los dos soldados, inmóviles, lo neiaban; los demás esta ban vueltos hacia el enemigo. —¡Pobre muchachoI repitió tristemente el oficial. ¡Pobre y valiente niño! ■?', ‘ •Y'i ■ - . * ■ V 6 Ses ■■ Preciosas gorritaa para niños. antes que dejaran sus campamentos. El camino, flanqueado por un arroyue lo, pasaba a pocos pasos de distancia de la casa. Cuando los primeros oficiales del batallón vieron el pequeño cadáver tendido al pie del fresno y cu-bierno con la banderg tricolor, o saludaron con sus sables, y uno de ellos se inclinó sobre la orí la del arroyo, que estaba muy florida arrancó las flores, y se las echó. Entonces todos los cazadores, conforme-iban pasando, cortaban flores y las arrojaban al muerto. En pocos momentos el mu-, chacho se vió cubierto de flores, y los soldados le dirigían todos sus saludos LA ROSfl ROJfl. al pasar. ¡Bravo, pequeño lombardo! ¡Adiós, niño! •¡Adiós, rubio! IViva! IBendito seas! (Adiós!—Un oficial le puso su cruz roja, otro le besó en la frente, y las flores continuaban lloviendo sobre sus desnudos pies, sobre el pecho ensangrentado, sobre la rubia cabeza. Y él parecía dormido en la hierba, envuelto en la bandera con el rostro pálido y casi sonriente, como si oyese aquelos saludos y estuviese contento de haber dado la vida por su patria! Edmundo de AMICIS. Luego se acercó a la casa, quitó de la ventana la bandera tricolor y la extendió como paño fúnebre «obre el pobre muerto, dejándole la cara descubierta. El sargento acercó al lado del muerto los zapatos, la gorra, el bastón y el cuchillo. Permanecieron aún un rato silenciosos; después el oficial se volvió al «argento y le dijo: Mandaremos que lo recoja ’a ambulancia: ha muerto como soldado, y como soldado debemos enterrarlo. Picho esto, dió al muerto en beso en lá frente y gritó:— ¡A c»bailo!—Todos se aseguraron en las sillas, reunióse la sección y volvió a emprender su marcha. Pocas horas después, e! pobre muerto tuvo los honores de guerra. Al ponerse el sol toda la linea de las avanzadas italianas se dirigía hacia el enemigo, y por el mismo camino que recorrió por la mafiana la sección de cabal cria, caminaba en dos filas un bravo batallón de cazadóres, el cual pocos dias antes habla recado valero sámente con su sangre el collado de San Martino. La noticia de. la mner-. te Jiabia. cOrzádo ya entre los soldados Lloraba un joven porque su amada le Lama ofrecioo corresponder a su amor solo si lograba traerle una rosa color de carmín; y como esto pasaba en invierno y en un país septentrional, los jardines estaban todos ateridos. Un ruiseñor se conmovió con los ayes do'ientes del joven enamorado, y volando de su abrigado nido, atravesó el bosque, llegó a un verjel y se posó sobre un rosal y dijo: —Dame una rosa encarnada y te cantaré mis cantos más melodiosos. El rosal, sacudiendo la cabeza, repuso: —Mis rosas son blancas como las espumas de los torrentes y como las nieves alpinas. El pájaro, entristecido, voló a otro rosal e hízole igual súplica. Y el rosal le contestó con estas palabras: —Mis rosas son amarilás como los cabellos de las sirenas, como los pétalos del narciso y los destellos de los topacios. - Vea hablar con mi hermano, el rosa! plantado bajo' la ventana del enamorado joven que te ha contado sus querellas. Expúsole a este rosal el ruiseñor sus déseos, y el rosal le contestó: —Rojas eran mis rosas, pero los vientos las destrozaron y el hie'o penetró mis venas: ya no tendré flores en el resto del año. —Necesito una rosa, una sola rosa. —Existe un medio, repuso el rosal; pero es tan cruel que no me atrevo a proponértelo. —Habla. —Si quieres una rosa de color de fuego, debes formarla con notas música" es a la luz de la luna y teñirla con tu propia sangre. Tendrás que cantar para mí toda la noche, recl na-do sobre mis espinas: mis espinas, al-hincarte harán fluir la sangre de tu corazón, y alimentada con tu sangre, mis venas producirán la rosa. —Trato hecho. Cuando la luna asomó en el ciek su disco pálido, el n ¡señor »e posé qn el, rosal, y apoyándose en las es (Pasa a la MtimaX, ............