REVISTA MEXICANA. Semanario Ilustrado. Entered as second class matter, October 25, 1915 at the Post Office of San Antonio, Texas, under' the Act. of March 3, 1879 Año I. San Antonio, Texas, Noviembre 21 de 1915. Número 11. El Desfile de los Héroes Es preciso volver a la grandeza. No nos detendremos en este veinte de Noviembre a contemplar los horrores y las tragedias de los últimos cinco años. La República se encuentra cansada de sufrir y quiere que le hablen de cosas grandeMV divinas. Es mejor que analizar vergüenzas que deshonran seguir el espíritu rus-kiniano que aconseja buscar la belleza hasta en las simas profundas del espanto y del horror. En el escenario de la Revolución francesa es inicuo mirar la blonda y ensangrentada cabeza de la Princesa de Lamballe sobre una pica plebeya, cuando podemos' conmovemos con las arengas clamorosas de Mirabeau. ¿Para qué atormentamos con el martirio de Lavoisier o con las infamias del proceso de María Antonieta si estamos en aptitud de extasiamos con la alborada triunfal de la gloria napoleónica? Olvidemos temporalmente los despojos y los atentados de la Revolución que ha sacudido a la Patria y busquemos el episodio heroico que habrá de sobrevivir, la anécdota marcial que recojerá la Historia para orgullo de nuestros hijos. iQve sobre los conventos profanados estalle un resplandor de gloria! ¡Qué la Epopeya pregone los actos grandiosos que merecen acuartelarse en nuestro blasón! '■Pasemos revista a les héroes. Las des fgur:s rrás grandes del bando revolucionario son Aquilrs Sercán y Pascval Crozco. La vida del primero se deslizó apaciblemente, sn sac. didas violentas ni preparación épica. No obstante de pertenecer por la rama materna a una familia de bravos, parecía nacido para gozar de las ccmodic'ades exiguas de la burguesía. No fué su niñez como la de Aníital ni su juventui como la de Alejandro: la monotonía :ttiradera de echo lustros sin peligros ni azares, parec'a haber perlificado s s ideales y sus esperanzas. Pero un día tremendo, un día rojo de responsabilidades gigantescas v?5 que la senda de su existencia se tomaba en vericueto trágico que iba a desembocar en en incendio: la Libertad, como la durmiente Bnmhilda de la leyenda Wague riana. se encontraba enV/.elta en llamaradas y esperaba al paladín que la fuese a despertar. Y Serdán, como Sigfri-do, s.'n vacilar un min: to, sin pensarlo s’q iera, y quizá gu’ado como él, por les cantes de les bcsqt cs y les pájaros se abalanzó a la hoguera para redimir a la Dicta. A semejanza de David, no realizó irás que una hazaña; pero fué tan grande ccmo eses inmensos monolitos q "b bastan para hacer el pedestal de vn héroe. La vida de Crezco fué per lo contrario llena de asperezas y de infortunios. Nacido de padres campesinos en medio de una abrupta y escondida serranía, tuvo que luchar desde sus primeros años con la vida. Su rostro seco y enérgico se curtió con los vientos, con las lluvias y con el sol. Su mirada, a fuerza de contemplar peligros se volvió imper turbable como la dé una esfinge, No fué un amado de los inmortales Como AquBes sino un perseguido de los Dioses como Prometeo Casi era un niño cuando formó un hogar; en su juventud derribó- una Dictadura; y se preparaba a reconstruir una Patria cuando la fatalidad lo condenó a unirse con Melgar y con Escutia. La Patria bien puede decirle como Desdémona a Otelo: “te amo porque has sufrido mucho.” Al lado de.Orozcó y Serdán fulguran las demás figuras de la Revolución. José Inés Sálazar, el impetuoso; Benjamín Argumedo, el temerario; Márcelo Caraveo, el indomable. Luego pasó rápidamente el período épico del ensueño y se prostituyó el movimiento inicial. Los héroes desaparecieron, las Dulcineas engordaron y los Quijotes fueron destronados por el becerro de oro. Después, el 21 de Abril de 1914 cayó una lápida funeraria sobre el prestigio de la Revolución! El Pasado tuvo también sus grandes luchadores. Allí está el Coronel Tamborrell en Ciudad Juárez dejando a sus compañeros de armas un ejemplo de pundonor, que desgraciadamente filé olvidado el día de la disolución del Ejército. Allí está igualmente el Coronel Luis G. Morelos, que tuvo la serenidad espartana de enseñar a sCs verdugos la manera de formar el cuadro y dar las voces de mando de su propia ejecuciqX. AHÍ está por fin el General Peña, inmenso como los héroes de la antigüedad, que asistían sonrientes a la bataCla en donde sabían que iban a morir. Pero si el es^ plndor de estos tres martirios no fuera suficiente para redimir al México que fué, bastaría la sangre del Teniente Azuela para santificar una causa que tarde o temprano habrá de resucitar. ¿Por qué la Revolución no siguió las huellas de Serdán? ¿Por qué el Ejército Federal no imitó al Coronel Tamborrell?, ¿Por qué las Epopeyas se esfumaron y la gloria se hundió-en un crepúsculo sombrío? ¿Por qué no ha sido reparada la ofensa de Veracruz? ¿Por qué después de ejemplos tan luminosos se han entronizado la ignominia y el crimen? ¡Ah! Es necesario reaccionar hacia la virtud y el heroísmo. Es preciso volver a la grandeza donde quiera que se encuentre. Ya urge que el Fénix asome sus alas luminosas por encima de los escombros humeantes de la Guerra Ci-viL Revolución: sigue el ejemplo de Orozco. Antiguo Régimen: imita a Ricardo Peña. ¡Qué el desfile de los héroes resucite el ensueño y el ideal! ¡Qué con los huesos de los mártires se forme la escalinata por donde la Patria habrá de ascender a su redención!