Lección HL HERALDOS DEL REY Julio 21 de 1929. BOSQUEJO DE LA LECCION VAMOS a estudiar, queridos niños, acerca del mensaje de esperanza que Dios envió a los judíos cautivos en Babilonia, por medio de su mensajero Ezequiel. Los judíis, como todos recordarán, habían amado y obedecido a Dios de una manera muy inconstante. En repetidas ocasiones los había amonestado, pero nunca hicieron caso de su mensaje; había enviado a sus profetas para que les enseñaran sus caminos; pero se habían burlado de ellos. Finalmente Dios les anunció lo que les sucedería si continuaban portándose tan mal; pero ni aún así se arrepintieron. Vinieron los enemigos y pelearon en contra de ellos. Muchos fueron llevados cautivos, algunos fueron dejados en su tierra para que la cultivaran por orden de sus opresores; otros fueron dispersos por diferentes tierras. Todos lloraban, se lamentaban y culpaban a Dios; pero nunca confesaban que la culpa no era del Señor, sino de ellos. En tan triste situación, el amoroso Padre Celestial no los olvidó, sino que los consoló por medio de una maravillosa visión que le dió a su profeta. Ezequiel, en su visión fué llevado a la ciudad de Jerusalem. Un ángel lo llevaba de la mano, por el templo. Una cosa llamó la atención del profeta: Un río que salía del templo y cuya corriente aumentaba milagrosamente a medida que el profeta entraba en ella. El ángel que conducía al profeta, le preguntó si había visto el hermoso río. Cuando la corriente del río había crecido tanto que sólo a nado lo podían atra- vesar, el ángel hizo que Ezequiel volviera al templo. De allí lo condujo a la ribera del río, en donde crecían hermosos árboles de muchas clases. En su visión, el profeta vió que la corriente del maravilloso río que nacía en el templo, desembocaba en el mar, cuyas aguas al recibir las del río se volvían dulces, y los pececitos, que por lo salado perecían en ellas, recibían vida y se multiplicaban. ¡Qué significativa fué para los pobrecitos judíos, la visión del profeta Ezequiel! Desde aquel día esperaron confiados el regreso a su amada Jerusalem, en donde muchos años después, brotó el caudalosos río del evangelio, en cuyas aguas salutíferas reciben vida to dos los que en ellas apagan su sed. ¡Oh, célica Jerusalem! Oh, ¿cuándo te veré? Tu gloria, que los justos ven, Oh, ¿cuándo gozaré?