10 AUTORIDAD INFALIBLE DE LA IGLESIA sado es suficiente garantía para creer que no toleraría variaciones doctrinales en lo futuro. Si, como hemos visto, la Iglesia Católica tiene autoridad de Dios para enseñar, y si no enseña sino la verdad, ¿no es un deber de todos los Cristianos oir su voz y guar- . dar sus mandamientos? Ella eS el órgano del Espíritu Santones el representante de Jesucristo, quien le ha dicho: “Quien a tí oye, a mí me oye; quien a tí te desprecia, a mí me desprecia.” Ella es la Maestra de la verdad. Es una propiedad de la inteligencia humana el abrazar la verdad donde quiera que la halle; por lo tanto, no es solamente un acto de irreverencia, sino también de 'crasa ignorancia, el desobedecer la voz de una Madre que enseña siempre la verdad. Si un ciudadano está obligado a obedecer" las leyes de su país, aunque éstas no sean en todo respecto estrictamente justas; si un hijo está obligado por las leyes naturales y divinas a obedecer a su madre, aunque ésta yerre algunas veces en sus juicios, con cuánta mayor razón estamos obligados a ser dóciles a las enseñanzas de la Iglesia Católica, nuestra Madre, cuyas reprensiones son siempre justas, y cuyos preceptos son inmutables! “Por veinte años,” observa un ministro de la Iglesia protestante, recientemente convertido, “luché y porfié contra la Iglesia con toda la energía de mi voluntad; pero cuando llegué a ser Católico, todas mis dudas e investigaciones terminaron. Llegué a ser como un niño, y cómo un infante que comienza a articular palabras, me arrojé en los brazos de mi madre.” Los cristianos llegan a ser por él bautismo hijos de la Iglesia Católica, sea cual fuere el que derrame sobre ellos el agua regeneradora. Si ella es nuestra madre, ¿en dónde está nuestro amor y nuestra obediencia? Cuando el niño busca alimento en lós pechos de su madre, no se detiene a examinar este alimento; cuando recibe instrucciones de los labios de su madre, nunca duda, sino que cree instintivamente. Los cristianos deben tener para con su madre toda la sencillez, toda la credulidad, por decirlo así, de un niño guiado por lew instintos de la fe. “Si no os volvéis semejantes a los niños,” dice el Señor, “no entraréis en el reino de los cielos,” (S. Mat. XVIII, 3). “Como niños recien nacidos, apeteced con ansia la leche del espíritu, puro o sin mesdai de fraude; para que con ella vayais creciendo en salud y robustez” (I S. Ped*o, II, 3). En su alimento no hay .veneno ' y en su doctrina no hay engaño.