i; :Ív;:ÍSv v - N íwíAwi'-Mti^ví-o:::::.;' <¿;:$::^::':íí::-'<'^::' Wft-.^X^X-X -x: ^<:<<<:»zx.x,z><,..4.;¥:.:.;.v<...x.y . s ' - tu» '■'>'" " '' '■■ ■' v, ., <*■ ,„ 7V, . • -n toSSíKviwSxyx^ ::;Í^::::S®$?S:^;xí%«::::^3::K:::V":S^^ ;: ?' ' ' : ' "' ' ... : * '•"->< U>s' -*Wy' ■ •/ ' ?„ < \ :s -". ® W W ‘ •• í<<< La Isla de Sacrificios, que surge del Océano a la entrada del puerto de Veracruz, fue para los supervit)lentes de la fracasada expedición a ’Venezuela, como una bendición. uCuando vimos la isla d-e Sacrificios, dice uno de los supervivientes e?t este relato, parada como que la Patria nos extendía sus lírasos en actitud de perdón por nuestra dramátioa aventura”. El grabado muestra una visto de la famosa Isla, antiguo refugio de los piratas del Golfo. dado abandonados un camión con varios miles de cartuchos, numerosas cajas de dinamita, frazadas y otras muchas prendas y objetos que constituían la impedimenta de la expedición. Y en otro camión quedaron igualmente abandonados el general José Preve, que desde un principio había fungido como Jefe del Estado Mayor del general Urbina, y que como dijimos ya, había sido herido gravemente, junto con un soldado, pues en Sabana Larga había recibido varios balazos en las piernas. El Ejército Venezolano todavía usa proyectiles de plomo, que si bien no tienen un gran alcance, sí causan destrozos enormes en el cuerpo humano; de suerte que la situación del general Preve y del soldado, su compañero de infortunio, era delicada. En una información periodística publicada hace algún tiempo, se aseguró que el general Preve, al ver el inminente peligro que existía de que, tanto él como el soldado cayeran en manos del enemigo, preguntó a éste si prefería morir o caer prisionero, siendo así como mató de un tiro a su compañero y después se suicidó. Esta versión no ha sido confirmada, pues más bien parece ser que las tropas gobiernistas siguiendo las instrucciones que tenían de no hacer prisioneros, sino de matar a todo el revolucionario que encontraran a su paso, les dieron muerte y los dejaron tendidos en el campo mismo en que los ajusticiaron, pues sus despojos fueron hallados tiempo después hechos 3r ñicos, debido a que los “samuros”, como por allá se llama a los zopilotes, habían dado buena cuenta de ellos. Sólo cayeron en poder de las tropas gobiernistas, el coronel Enrique Aguilar, quien durante el combate que determinó el desastre de la expedición y portando un rifle Thompson, desempeñó un importantísimo papel, pues con todo el valor propio de un militar pundonoroso, estuvo a la vanguardia de las tropas, batiéndose denodadamente, y su ayudante, así como el mayor Manzanilla. Este último, al ser interrogado por un oficial de las fuerzas gomiztas, respecto de cómo habían ido a hacer armas contra el Gobierno de Venezuela, dijo que se les había hecho víctimas de un engaño, pues habían sido contratados para ir a trabajar a los campos chi-cleros de Quintana Roo. Manzanilla tenía dos balazos en el brazo derecho que le han inutilizado ese importante miembro. Debido a las declaraciones del propio mayor Manzanilla que fueron transmitidas al Jefe de las Operaciones del Estado de Falcón y Gobernador del mismo, general León Jurado, éste modificó las instrucciones que se habían dado a las fuerzas destacadas contra los revolucionarios, en el sentido de que cesara la matazón que se había dispuesto en un principio y se procurara aprehender a los alzados sin hacerles ningún daño. Fue así como cuando los gobiernistas levantaron el campo, recogieron al único venezolano, de los que combatieron, que se hallaba gravemente herido, pues tenía un balazo en el pecho y dos en un brazo, así como la cara materialmente deshecha por un terrible culatazo. Este individuo se Kama Antonio Mújica y había militado en la revolución escobarista y también había estado empleado en las Islas Marías. Entre los elementos de guerra que los expedicionarios dejaron en el campo do batalla al emprender la retirada se contaban varios rifles Thompson, que al caer en manos de las tropas gobiernistas llamaron sobremanera la a-tención de éstos, pues se trataba de elementos de guerra que no conocían hasta eses momentos. Más tarde, en Coro. fueron instruidos algunos soldado® venezolanos sobre el manejo de los men clonados rifles automáticos. LA EXPEDICION PUDO HABER CONTINUADO SUS OPERACIONES A no haber sido por la falta de táctica y de espíritu militar del general Urbina, es indudable que la expedición hubiera podido hacer una retirada en completo orden; y ya en la sierra se habría reorganizado con todos sus elementos, para continuar sus operaciones guerreras. Algunos de los principales jefes de la columna habían expresado su opinión en el sentido de que en el avance, antes de la derrota, la tropa sólo llevara consigo el material de guerra indispensable, ocultándose el resto en algún lugar apropósito, para utilizarlo después cuan do fuera necesario, evitando así que Sirviera de estorbo al pequeño ejército y cayera en poder del enemigo, como ocurrió más tarde, según se ha visto por la narración anterior. Fue que Urbina insistió en que la expedición debería cargar con todo el material de guerra, que representaba un doble esfuerzo físico para la tropa. Dicho general en Jefe había manifestado que era preciso que la expedición transportara desde luego todo el material de guerra, porque estaba seguro de que ésta iba directamente al triunfo, debido a que el soldado venezolano era cobarde y no combatía. Grave error fue a-quél del general Urbina, pues poco conocía de seguro a sus paisanos, ya que se pudo probar que el soldado venezolano es valiente y aguerrido, sino que, precisamente por el poco alcance que tienen sus armas, se ve obligado a acercarse y se acerca a los lugares de peligro con verdadera exposición de su vida. Pero todos esos errores fueron la causa directa del fracaso de la expedición, que después de la derrota que sufrió en Buena Vista, hubo de desbandare en la forma que ya hemos reseñado. COMO FUERON CAYENDO PRISIONEROS LOS EXPEDICIONARIOS Cada uno de los grupos en que se dividió la columna después del desastre, tomó rumbos distintos; por lo mismo, nuestro entrevistado sólo nos cuenta. las peripecias que correspondieron al grupo de que él, por suerte, formó parte. El batallón a que perteneció nuestro informante y que formaba el ala derecha de la columna, fue el primero en darse cuenta de la vergonzosa huida de Urbina, y el que pudo retirarse más o menos en orden. A dicho batallón, cuando éste se retiraba, se unió también el teniente coronel Federico Soto. Sub jefe del Estado Mayor de Urbina. Soto tuvo detalles de verdadero valor durante el combate y estuvo por lo mismo, a Ja altura de su deber. Convencidos de que la situación era en extremo comprometida, los hombres que componían el resto del batallón, emprendieron la retirada y con grandes trabajos pudieron llegar a un espeso monte, siempre acosados por las balas del enemigo, que si hubiera hecho una persecución sistemática, probablemente no hubiera dejado un solo individuo con vida. Durante más de una hora, la columna siguió precipitadamente por en medio de una cañada. En el camino se había dispersado el Teniente coronel Soto. Tras de este fatigoso caminar la caravana extenuada y doliente hizo alto a Ja orilla de un enorme charco de agua inmunda, donde sus componentes pudieron apagar la sed que les devoraba. Allí mismo, los pocos hombres que quedaban cambiaron impresiones sobre el partido que deberían tomar, convencidos como estaban ya de que era innecesario continuar la lucha. Todo el mun do pensó en la forma de salvar su vida, y para no dejar huella alguna que pudiera denunciarlos, optaron por destruir el archivo del batallón, pero esta previsión fue inútil, pues en el campo del desastre había quedado el archivo general de la expedición, y se encontraba ya en poder de las fuerzas del gobierno. SE HACEN ESFUERZOS PARA SALIR DE VENEZUELA Act rdado el plan se desarrollaron es-fuerz-js conducentes a ganar la playa, donde se procuraría encontrar algún barquichuelo de vela para llegar a la Isla de Curazao, posesión holandesa que está situada frente a las costas venezolanas. Con este propósito, la caravana continuó su camino por entre el monte, sin una orientación definida por des conocer el terreno y procurando no tener un encuentro con los “vaquianos”, como se llama allá a los rancheros; pues a toda costa pretendían eludir el contacto con la gente del lugar, para no ser denunciados a las tropas en cuyas manos caerían en tal caso irremisiblemente. El hambre y la sed comenzaban a ago Marios; hacía cinco días que la caravana se hallaba en camino, y por todo alimento solo ingerían una fruta llamada “dato”, muy parecida a nuestra tuna y algunos panales, así como agua de charcos cuajada de inmundicias. La peregrinación se hacía cada vez más pesada. Las fuerzas iban abandonando a los prófugos, y ante el deseo de no dejar huella alguna que pudiera poner a los gobiernistas sobre la pista, fijándose en la costumbre que observan los lugareños de no usar tacones, procedieron a arrancar éstos a sus zapatos; y cuando tuvieron que atravesar un desierto arenoso, convinieron en caminar para atrás y teniendo cuidado de que los hombres avanzaran uno tras de otro, para solo hacer una sola marca en el suelo. Y el último de ellos lleva ba a rastras una rama de huizache, con la cual borraba la huella que dejaba a su paso el grupo. Todas estas precauciones no eran innecesarias, pues gente del gobierno había sido destacada en todas direcciones en busca de los rebeldes, y los aeroplanos, además, hacían constantes vuelos de exploración. Al sexto día de la penosa peregrinación, cuando el grupo descansaba sobre unos chaparrales, de improviso se presentaron dos hombres del gobierno. Uno de ellos intentó echarse sobre el grupo, pero fue detenido por el otro que, más prudente, opinó que debían pedir auxilio antes de proceder a la captura de aquellos individuos. Los expedicionarios, por su parte, pre tendieron también eliminar a aquellos dos sujetos que eran ya testigos de su existencia; pero no pudieron llevar a cabo su propósito, porque muy cerca del lugar donde se desarrollaba la escena, había un camión cargado con tropas gobiernistas. Decidieron, entonces, ante la fuerza de las circunstancias, abandonar las armas largas. Las escondieron entre las breñas y echaron a correr, que dándose solo con las pistolas, los que las tenían. A la media hora de aquella carrera desenfrenada por medio de la cual pretendían llegar lo más brevemente posible a la playa, con la sorpresa general, apareció el mar ante la vista de los peregrinos. Durante todo el tiempo habían caminado orientándose en el día con el sol y en la noche con ¡as estrellas, y por lo visto, no habían errado el rumbo. Ya en el mar, continuaron corriendo por la playa, con el agua hasta la rodi lla, para no dejar huella en la arena. Así continuaron un buen trecho, durante el cual algunos hombres, extenuados por el cansancio, fueron quedándose a-trás, resultando que los que más habían avanzado, cuando menos ¡o esperaban eran ya solo cuatro. A la orilla del mar, en algunos lugares había pequeños jacales en los (pie indudablemente existían seres vivientes. Por eso para evitar todo encuentro con ellos, los pocos hombres que seguían la caminata tuvieron en varias ocasiones que nadar mar adentro para no ser vistos. Los peligros quo corrieron e.i estas ocasiones no son para descritos. Hubo momentos en que aquellos cuatro hombres se sentían próximos a perecer; pero el instinto de conservación los mantenía a flote, y luego, cuando ya era oportuno, volvían a tierra. En la desembocadura de un i ío, encontraron un lugar apropiado para tener un nuevo desean^? 1' ibfa algunos árboles de espeso follaje, que les brindaban seguro abrigo, y entre ellos se guarecieron. Entonces, uno de los del grupo salió a hacer una breve exploración para saber en qué lugar se encontraban, y descubrió que en la margen opuesta del río estaba precisamente lo que deseaban él y sus compañeros, un barquito de vela, lo suficientemente a-propósito para hacer la travesía a Curazao, que se hallaba a corta distancia. Volvió el explorador a dar aviso a sus compañeros del hallazgo que acababa de tener, y entonces, todos convinieron en apoderarse de la embarcación, creyendo que después de algunas horas de viaje estarían sanos y salvos en Curazao. Se arrojaron al río para transladarse a la margen opuesta, pero cuando iban a la mitad de él, fueron sorprendidos por un pelotón de soldados gobiernistas que probablemente estaban ocultos tras de aquella embarcación y que les hacían señas de que se rindieran y avanzaran hasta donde c-llos se encontraban. Como las armas de los cuatro rebeldes estaban ya mojadas e inservibles, y el cansancio los fustigaba, no tuvieron más remedio que rendirse. Cayeron por fin en poder de la tropa venezolana, no sin arrojar previamente al río sus pistolas y el dinero que llevaban consigo, y quizá la pésima situación en que se hallaban, hambrientos y rendidos de fatiga, movió a compasión a Jos soldados, pues éstos no sólo les respetaron las vidas, sino que los ayudaron para que pudieran llegar hasta un camión que, distante unos cuatro kilómetros de aquel sitio se hallaba esperando para conducirlos a Zazárida, la población más cercana en aquellos contornos. En Zazárida se les ofreció comida y después de algunas horas que los jefes de la tropa emplearon en interrogarles acerca del paradero de sus demás compañeros, fuíror enviados a Capatárida. El grupo aquél de soldados, era el mismo que habían visto antes cuando ocultos en un chaparral fueron descubiertos por los otros dos que corrieron a dar a-viso de su hallazgo. Probablemente habían ido siguiendo a los cuatro prófugos esperando el momento propicio para capturarlos. Durante el trayecto do Zazárida a Capatárida, los cuatro prisioneros tuvieron que pasar por los campos que habían sido teatro de los combates en Sabana Larga y Buena Vista, donde vie ron los cadáveres de los que habían sucumbido allí, ya putrefactos y comidos por los “samuros” como nombran a los zopilotes y que los gobiernistas comenzaban a incinerar; así como a los camiones que habían servido a uno y otro bandos completamente destrozados. Al llegar a Capatárida, fueron enea (Pasa a kx Pdgina Catorce) PAGWK 11