¿i*- f 12 * i 2^ Un pequeño descanso en la campaña de Polonia. CAMPANA DE LOS SUBMARINOS Artículos de fondo, sueltos, comentarios, versos satíricos, todas cuantas formas literarias pueden darse a un asunto, hemos leído estos días en los periódicos de los aliados enemigos de Alemania hablando de la dimisión del almirante von Tirpitz. Todos esos textos literarios se han levantado su. bre la pobre base de un rumor tele-gafiado a Londres desde la fuente sospechosa de Holanda Durante varios días, los periodistas franceses e ingleses se regocijaban y trataban de regocijar a sus lectores con la su puesta retirada del almirante von Tirpitz, alma de la Marina alemana, y a quien se debe en gran parte la acción eficasísima y terrible de los submarinos. Y tras de estos comentarios llenos de satisfacción ha debido venir el desconsuelo al ver que la dimisión del jefe del Almirantazgo ale-. mán no ha existido máS que en la imaginación de un corresponsal deseoso de proporcionar una alegría a sus compatriotas. La realidad es que el almirante n$ ha presentado la dimisión. Si algún Gobierno de los pueblos eti guerra guarda cohesión, unidad; si alguno forma un bloque fuerte, resistente y firme, es el Gobierno alemán. Los mismos hombres que gobernaban al comenzar la guerra siguen hoy al cabo de los trece meses dirigiendo sus respectivos departamentos, mientras que en Francia, y en Inglaterra, y en Rusia ya ha habido cambio y remanie-ments entre sus gobernantes. Se ex plica esto como síntoma de que los negocios van mejor para Alemania qt e para sus adversarios. En Alema nia. en donde los ministros y los gobernantes no salen de la masa parlamentaria, no existen las zancadillas, ni las ambiciones sordas, ni las con juras, ni los complots políticos en tiempos de paz. ¿Cómo, pues, en tiempos de guerra, cuando se necesita de hombres que hayan demostrado mayor experiencia, se pueden esperar escisiones, querellas o antagonismos personales entre los gobernantes del Imperio? Los pueblos como Francia, en los que la política parlamentaria tiene productos como M. Clemenceau, cuya misión parece ser la de deshacer Gabinetes y destrozar hombres políticos, suponen que en todos los pueblos ha de ocurrir la misma cosa. Co. mo en la Repablica los altos cargos se obtienen con discursos más llenos de retórica que de otra cosa, no comprenden los franceses que en Alemania un bun orador no pueda suplantar a cualquiera buen gobernante Alemania está a salvo de la polilla de los oradores; Alemania, no es feudo de abogados locuaces; en Alemania, los ministros, podemos decirlo así, no son políticos, sino funcionarios que demostraron antes y durante largos años su capacidad para dirigir cualquiera de los. ramos que com ponen la administración pública. Tan poco políticos son los ministros, tan poco oradores, que se da el caso curioso de que los alemanes descono ccn los nombres de sus gobernantes. Fuera del del canciller, muy pocos son los alemanes que conozcan los nombres de los ministros. Hemos hecho la experiencia muchas veces; hemos preguntado a ingenieros, a médicos, a comerciantes: ¿Cómo se llama el ministro de las Colonias? ¿Cómo se llama el ministro de Hacienda? ¿Quién es el del Trabajo? Y los interrogados no lo sabían; cuando más, el comerciante conocía el nom-' bre del ministro de Comercio. ¿Saben ustedes lo que responden Iqs alemanes? “¿Qué importa el nombre de un ministro? Sabemos que son los más altos funcionarios, que cuando están en estos puestos es porque sabrán dirigir, y estamos convencidos de que cumplirán con su deber. Quiénes son, no nos preocupa”—A esto cpntribuye también que el Kaiser es hombre* en'el que no pueden influir