as mociones de la aza del leíante Por PIERRE D’ORL'i UBEN DARIO le habla a Margarita de “cuatrocientos elefantes a la o-rilla de la mar”. Y ahora que el que esto escribe ha tropezado con el famoso domador de fieras y ca- zador de elefantes, Kari Hagenbeck no puede menos que preguntarse si alguna vez el excelso cantor del Momotombo se imaginó todo el esfuerzo, todas las angustias y todos los peligros que se habrían de arrostrar para juntar el rebaño prodigioso de cuatrocientos paquidermos que él en su fecunda fantasía viera desfilar uno tras otro, ya dóci’es y obedientes, enjaezados a la oriental usanza, y todo para deleitar a la prin-cesita del cuento....... Escuchemos de labios de un experto, como en estos achaques lo es el señor Hagenbeck, lo que significa capturar vivo,—no ya cuatrocientos — un elefante. Los circos y jardines zoológicos se proveen de elefantes en Asia y Africa. La captura del proboscidio es cosa bien diferente en la India y Sumatra de lo que es en Africa. En la India el problema es relativamente sencillo y exento de los peligros que significa en Africa. Pero dejemos que hable Herr Hagenbeck. —En la India y Sumatra la caza—o, más bien la captura—del elefante es asunto fácil en extremo. Se tiene que en esas regiones los paquidermos viven en selvas espesas de vegetación exuberante. Por lo tanto, los animales ambu-lan por caminos y veredas que ellos mismos han abierto a través de las espesuras tropicales. De aquí que los naturales del suelo los capturen cavando fosas profundas en los caminos por donde los elefantes han de atravesar forzosamente, rumbo a sus bebederos. Hecha la fosa, la cubren con armazones y maleza que cubren con tierra suelta. El resto de la operación se reduce a esperar que pase algún rebaño o algún elefante aislado por ahí. Pisando en falso, caerá a la fosa. Una vez ahí, los cazadores lo sujetan con cuerdas y en seguida proceden a sepultarlo con la misma tierra suelta que extrajeran del hoyo. El* elefante, instintivamente, va pateando la tierra que cae hasta que llega a flor de! suelo, pero ya bien atado. Acto seguido lo amarran por las patas a las de un par de elefantes domesticados que se lo llevan al campa mentó donde en espacio de u-nas cuatro o cinco semanas lo domestican y preparan para vender a los agentes de circos y jardines zoológicos que en busca de fieras l egan en ciertas épocas del año a esas regiones. Este método es el que prevalece, sobre todo en Sumatra, donde los naturales tienen aún la oportunidad de dedicarse a este lucrativo deporte. En la India—como todos sa hemos—la tierra está en poder de los grandes rajás y maharajás, que sog especie de señores feuda’es, vasallos del Imperio Británico. Por lo tanto, la captura del elefante es negocio exclusivo de los príncipes y potentados. Cuando uno de ellos necesita dinero no tiene sino que organizar una batida, de la manera siguiente: El primer paso es movilizar a todos los carpinte ros y zapadores del dominio. Estos construirán un corral enorme con puertas en puntos estratégicos, en el fondo de la selva. Una vez construí do el corral, el raja convoca a unos tres, cuatro o cinco mil súbditos y los envía bien orga nizados a traer los elefantes. Los cazadores se extienden en enorme cordón humano que cubre muchas leguas de territorio. Luego, este cordón comienza a contraerse hacia un centro que es el corral. La técnica de la batida consiste en que los cazadores hagan un ruido infernal con tambores y matracas, con campanas y cencerros, con armas de fuego que disparan al aire y con sus alaridos característicos. Cuando menos un rebaño de elefantes ha quedado dentro de aquel qerco humano. Los pobres animales se espantan con el ruido y huyen de él, en dirección, ¡claro! del corral-trampa. Y van a dar a las puertas abier- .El Método de los Arabes Comparado ©on el de los Indostánieos bue- status quo. con el y?'. do permi- en libertad es tan ligero como caballo árabe. Es casi imposible M: Si - SL1'-: y ■■ - tas del amplio cercado, por donde se precipitan despavoridos. Una vez cautivos, los elefantes son domesticados. La domesticación consiste en emparejarlos con paquidermos ya domesticados, atándolos pata con pata. Una batida de éstas significa una bonita suma para el raja, pues es no recordar que las piezas mayores y de regulares colmillos se venden hasta por mil libras esterlinas. Cualquier elefante, por pequeño que sea vale unas doscientas libras. Si se nos permite mencionar el hecho de que la captura de elefantes es uno de los intereses creados que constituyen la espina dorsal— por decirlo así—del sistema feudal indostánico que a su vez es pilar inconmovible hasta ahora del dominio británico en la India. Los rajas parecen estar muy satisfechos Inglaterra los sostiene y los consiente, tiéndoles acumular riquezas fabulosas, a cambio del homenaje que le rinden. Pero, Herr Hagenbeck tiene más conocimientos acerca del elefante africano que del indos-tánico. Nos dice que no es cierta la noción que aun hoy día existe en todas partes de que el paquidermo africano es indomable e indomesticable. Nada más inexacto: el africano es tan inteligente y tan sumiso como el indio, una vez que se le domestica. Pero su captura es mucho más difícil. En efecto, mientras el elefante indostánico vive en selvas espesas (lo que le obliga a ambular por caminos y veredas), el africano, en cambio, vive en regiones a-biertas, donde sería imposible seguir los métodos indios de que nos acabamos de ocupar. Habla ahora Herr Hagenbeck: —La captura del elefante en Africa es mucho más interesante y ■ daderos artistas en hacerlo, de manera que rara vez resulta uno que otro lastimado. Pero trasladémonos al Africa septentrional—que es donde yo he tenido oportunidad de ver la participar en ella. Los rebaños de ele- conmovedora, pero también más peligrosa que en la India o en Sumatra. En estas dos regiones la parte peligrosa de la captura se limita a a-marrar la bestia capturada. Pero los naturales del suelo son unos ver- caza y Cantes viven en planicies donde apenas si se ve un árbol; la maleza no alcanza siquiera, a cubrir las bestias, que varían en tamaño de cuatro a ocho pies de altura. El elefante no am-bula aquí por veredas dadas, sino que vaga al azar. Por lo tanto sería absurdo colocarle trampas como en Sumatra, o tratar de acorralarlo como en la India. Aquí la batida es un espectáculo digno de verse. Los cazadores son por regla general árabes y beduinos del desierto que van a la cacería caballeros en briosos corceles. Rara es la ocasión en que algún árabe no pierda la vida en la empresa. El método es el siguiente: El primer paso consiste en localizar el rebaño. En seguida, los cazadores — una veintena de ellos cuando menos—se echa sobre él sin más ambición que capturar un elefante. Hay que recordar que el paquider- mo un capturar un adulto. Los cazadores se conforman con uno de los pequeños. Capturar uno de éstos es posible porque al huir el rebaño acosado por los cazadores, los pequeños se auedan atrás. Pero aun esta captura es labor difícil, en la que va de por medio la vida de uno o dos beduinos. Los árabes se arrojan sobre el rebaño, disparando sus armas al viento y dan-gritos desaforados ... Incontinenti, los ele- fantes huyen a la desbandada perseguidos de cerca por el puñado de hombres y caballos que semejan otros tantos centauros del desierto. La persecución es larga; las hay que se prolongan por espacio de 300 kilómetros. Y claro está que ni los caballos ni los caballeros la resisten; pero en parajes convenidos espera otro grupo de cazadores que remuda a los ya cansados .. Poco a poco, los elefantes adultos ganan terreno, pero los jóvenes, que no pueden correr con la rapidez de los otros, se van quedando atrás, hasta que por fin uno, el más débil, se queda solo y es objetivo determinado ahora de los perseguidores. Jadeante ya el desventurado paquidermo los árabes se le aproximan. Uno, por regla general el jefe de la partida, le lanza un lazo a la cabeza, y.. entonces ha principiado la etapa dramática de la batida. El intrépido lazador se encuentra en el mismo trance que si hubiese lazado una locomotora en moción. Recoge el lazo, queriendo sofocar al animal, pero de repente, éste se detiene y embiste contra su enemigo. Se escucha un ruido seco y caballo y caballero caen por tierra, con las costillas rotas ya uno, ya ambos. Pero para ese entonces otro lazo ha caído sobre la cabeza del elefante, y en seguida un tercero y un cuarto. El herido se queda ahí en el suelo, muerto a veces. La cacería continúa, porque el elefante no ceja aún y embiste otra vez. De aquí en adelante, los árabes saben que es indispensable acelerar la carga y no cesar de disparar, haciendo el mayor ruido posible para así impedir que el perseguido se detenga y cargue sobre ellos. Es curioso notar que el elefante le tiene un terror pánico al ruido que escucha a sus espaldas. Pero cuando se le ataca de frente responde con tremendos golpes de trompa ... Es aquella una carrera de resistencia. Por fin la presa cae por tierra exhausta, semi-as-fixiada por la presión de los lazos que trae al cuello. Ix) demás es relativamente fácil: Lo a-tan bien y así lo conducen al campamento más inmediato de los varios que mantienen los cazadores. Ahí lo acorralan y domestican para dentro de unas semanas venderlo a los traficantes en fieras, quienes a su vez lo conducen a algún circo o jardín zoológico. Ya nos podemos imaginar que este asunto no es juego de. niños. Txds árabes calculan que en cada batida han de perecer cuando menos dos hombres de los veinte que en ella participan y que unos diez de ellos habrán de salir lastimados de más o menos gravedad. Pero, dicen que aún así vale la pena emprender una batida por el buen precio a que se cotizan los elefantes. Además, los árabes son gente aventurera y amante del peligro que encuentra en la emnresa todo un deporte y una ocasión de poner de manifiesto el valor y la osadía. El Sr. Hagenbeck nos contó también detalles de la vida del elefante en el cautiverio. Una vez domesticado, este nroboscklio es animal inteligente en extremo. En el Oriente lo emnlean como bestia de tiro y carga y lo dedican a eran número de labores. Todos nosotros los hemos visto en los circos, amaestrados, haciendo toda suerte de artificios. Relata Hagenbeck míe en Hamburgo estaba una vez un circo oue traía un elefante muy inteligente. A la sazón, lo tenían atrincherando una serie de postes y durmientes—labor que por cierto hacía a la perfección—cuando se percató (el elefante) de que dos de los mozos del circo se esforzaban en vano por sacar de un atolladero uno de los negados carros destinados al transporte de fieras. Los dos hombres tiraban de la lanza del carro, sin poder moverlo. Entonces el elefante abandonó su trabajo y aproximándose parsimoniosamente al carro, empujó con cariño a, los mozos y con la trompa asió la lanza del carro y lo puso en moción, sacándolo del atascadero aquel. Y una vez que lo hubo hecho, regresóse muy tranquilo a continuar su interrumpida tarea. Pero se dan casos en que algún circo o jardín zoológico tenga aue vérselas con elefantes de mala condición. Nuestro domador nos cuenta que cuando él tenía a su cargo el jardín zoológico de Hamburgo le escribieron de la India proponiéndole en venta un elefante. Lo compró, presumiendo que sería uno común y corriente, ya que es regla general aue “elefante cautivo, elefante domesticado”. Pues fué todo lo contrario. A duras penas pudieron trasladarlo del buque al muelle y al Zoológico, teniejido que emplear dos elefantes amostrados y una media docena de mozos, a en el parque, se puso furioso, rompiendo a trompadas y empujones las verjas de madera de su corral y causando averías de consideración en los alrededores, para no mencionar las costillas de tres domadores que salieron mal parados de su tromna, como se puede ver a uno de ellos en el grabado. El bruto demostraba su inteligencia porque todo su esfuerzo se concentraba en impedir que lo ataran de una pata delantera. Las delanteras son el punto débil del elefante. Una vez eme se le tiene por una de ellas, se le ha vencido. Pero a este elefante nunca lo pudieron domesticar ... -------------)0(------------ Para poder domesticar a un leopardo es preciso capturar al animal cuando aún es muy joven y acostumbrarlo al olor, a la vista y al tacto de los hombres antes de que haya probado U libertad de la selva