ESCUELA DOMINICAL___________________________ Participando con Humildad en las Actividades del Reino ESCUELA DOMINICAL El Maestro de Adultos Trabajando con el Individuo L« H. McCOY Dice el Señor: "Si no os volvlerels. y fuereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos" (Mat. 18:3). Sabemos que hemos entrado en el reino de Dios el día cuando, con la humildad y confianza del niño, aceptamos al Salvador. Pero no trataremos desde ese aspecto esta sencilla meditación, sino de nuestra responsabilidad ante las actividades de este reino. En una nación progresista, son múltiples y variadas las actividades como es lógico y normal. ¿Qué diríamos si la mayoría de ios ciudadanos pasaran el tiempo cruzados de brazos, mirando lo que hacen otros, y a veces, ni mirando? ¿No demostrarían esas personas que no aman ni les importa el progreso de su nación? Esto seria malo, pero también lo seria si las actividades no fueran normales ni provechosas. Entre las múltiples actividades del reino de Dios sólo consideraremos las que conciernen a los maestros de las escuelas dominicales. Hay quienes desean estar activos en este ramo; pero no se esmeran en adquirir conocimientos para poder hacerlo con éxito. Otros se entusiasman, asisten a cursos especiales, estudian, reciben sus diplomas; pero, o bien se olvidan de lo que han aprendido, o simplemente no lo ponen en práctica. Otros procuran poner en práctica los conocimientos adquiridos, pero sin duplicarlos con nuevos conocimientos de experiencias propias o de otros. En cualquier materia, el diploma no vale nada si no se usan los conocimientos aprendidos, si se olvida de ellos, o no se procura ir con los adelantos del día. Muchas veces se ha comparado a los maestros con los sembradores. Creo que es la mejor similitud. Por lo tanto, el maestro debe conocer la semilla que va a sembrar, lo que, en este caso, es la Palabra de Dios, la cual debe amar, estudiar y meditar profunda- S. A. Di LIBERT mente. Debe saber cómo sembrar la semilla, y para esto necesita conocimientos especiales, y es su deber adquirirlos. Además debe conocer el terreno donde tiene que sembrar, siendo éste su discípulo. El hermoso libro de L. P. Leavell, El Discípulo de la Escuela Dominical, enseña de una manera sencilla y clara ias distintas características de los alumnos en distintas edades, desde cuatro puntos de vista: Físico, mental, social y espiritual. Hay otros buenos libros de pedagogía religiosa, como también revistas especíales con el noble fin de orientar a los obreros cristianos. "No tengo tiempo para leer", dicen algunos. Es triste si lo dice cualquier hermano; pero es sencillamente imperdonable oír tales palabras en un maestro que con sinceridad quiere ser útil. El tiempo para estas cosas hay que obtenerlo, quitándolo de nuestro descanso si fuese necesario. ¿No nos reprochará el Señor nuestra negligencia e ignorancia como lo hizo con Nl-codemo?: “¿Tú eres el maestro de Israel, y no sabes esto? De cierto, de cierto te digo, que lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos (Juan 3:10, 11). Pero no olvidemos que, además de los conocimientos, debemos comprender y amar a nuestros alumnos. Con dolor vemos, a veces, a maestros que quizás con la buena intención de velar por una disciplina rigurosa, tratan a sus alumnos desde la cumbre de su soberanía, como si estos fuesen sus enemigos. Intermedios o adolescentes en general, tratados con dolorosa incomprensión: primarlos en su edad de oro de la memoria y demás, castigados por revoltosos; principlantes reprimidos violentamente en su natural y simpática curiosidad; la inquietud de los párvulos ahogada, etc., etc. ¿Maestros ignorantes? Más bien dirá olvidadizos de la comprensión que deben tener. ¿Cómo podemos estar activos en el reino de Dios, reino de amor, sino olvidando la grandeza que creemos tener y volviéndonos niños nuevamente. palpitando al unisono nuestros corazones con aquellos a quienes deseamos ganar, uno por uno, para Cristo? Debemos ser para ellos compañeros, confidentes y amigos antes que rígidos maestros. Debemos volver a ser niños para comprenderlos, para sentir sus emociones, recordando que así somos nosotros delante de nuestro Padre celestial, y ¡cuánto amor y paciencia nos tiene! Cristo Jesús, nuestro divino Maestro, bajó de su gloria para traernos a nosotros, pobres criaturas, su divina e incomparable doctrina, y nosotros ¿no bajaremos de nuestro orgullo para tratar con aquellos que merecen todo nuestro cariño para que, con humildad, podamos entrar de lleno en las actividades del reino de los cielos? Que el Espiritu Santo sea en todo momento nuestro constante inspirador. ¡Perdónanos, Señor, por las veces que te hemos ofendido en tantas maneras! Sea tal nuestra ferviente oración. Un muchacho, vestido con pantalones de mezclilla y camisa descuellada, estaba sentado sobre un cajón frente a una tienda, cortando con una navaja, un pedazo de suave madera de pino. Cuando le preguntaron qué estaba haciendo, respondió: "Todavía no he pensado en ello.” En respuesta a la declaración de que él debería saber en qué iba a resultar lo que estaba haciendo, dijo. “Algo tiene que resultar, siempre resulta algo." Cada persona que está o debe estar matriculada en una clase de adultos de la escuela dominical, resultará algo, “súnpre resulta algo"; pero lo que llegue a ser, dependerá, en cierto modo, de los maestros, o de la falta de ellos en su experiencia en la escuela dominical. Por lo tanto, la obra del maestro de la escuela dominical con el individuo es de gran significación. En este artículo consideraremos ocho principios importantes que deben ponerse en práctica si el maestro va a trabajar con éxito con el individuo. 1. El maestro debe ser la clase de persona que le gustaría que fueran sus alumnos.—Lo que el maestro de a sus alumnos es lo que él mismo es. Un maestro debe practicar lo que enseña, porque enseña lo que practica. Por esta razón, el maestro debe continuamente procurar ser como Cristo. Por tanto, el elemento supremo en la enseñanza es la impresión que una personalidad hace en otra. La importancia de esta relación entre maestro y alumno es evidente en el éxito que se obtiene cuando hay más clases y mas maestros. La más grande contribución que un maestro puede dar a sus alumnos es el don de una vida enteramente consagrada a Cristo Jesús. Esto es verdad, porque enseñamos más cuando no estamos en el salón de clase. El maestro de adultos siempre debe estar aprendiendo acerca de Cristo y tratando de ser semejante a él, si ha de estar en condiciones de presentar a Cristo como un personaje real. Este es el primer principio al trabajar con el individuo. 2. El maestro debe conocer a los miembros de su clase como individuos.—Jesús dijo: "conozco mis ovejas." Es muy importante que el maestro conozca las características de la edad adulta; pero es más importante que él conozca a cada adulto como individuo. Hay muchas cosas que el maestro debe saber acerca de los miembros de su clase. El debe saber el nombre de cada uno, su domicilio, su número de teléfono, su edad y su ocupación. También debe conocer sus intereses, gustos y disgustos, prejuicios, capacidades, y, sobre todo, su condición espiritual. 81 el maestro no sabe quiénes de sus alumnos son salvos y quiénes no, es él quien esté perdido, perdido en intereses y actividades de poca importancia. 81 el maestro no sabe quiénes de sus alumnos son indiferentes a las cosas espirituales, es él quien es indiferente al crecimiento espiritual de los individuos de su clase. Muchos maestros de adultos no se fijan en los miembros de su clase como individuos, sino solamente en el número de ellos. Al maestro de una clase de varones, muy numerosa (demasiado numerosa), se le oyó decir en cierta ocasión: "Dispénsenme si no recuerdo sus nombres; si lo hiciera tal vez olvidaría otras cosas más importantes." ¿Puede haber algo más importante para un maestro que conocer a los miembros de su clase como individuos? 3. El maestro debe amar a los miembros de su clase como individuos.—No es bastante amar a los adultos como tales. El maestro debe amar a Juan, a Jorge y a José; a cada miembro de su clase como individuo. El Dr. Louis E. Armstrong, en una reunión de maestros dijo: "Si una persona quiere realmente enseñar, debe amar, no en lo general, sino al individuo... La mayoría de los errores que comete el maestro son causados por la falta de amor.” Cuán importante es, entonces, que el maestro ame al individuo. No es fácil amar a una mujer que lloriquea y se queja, al hombre que tiene prejuicios, a la joven pretenciosa, al sabelotodo que siempre está contradlcendo, o a persona que desdeña todos los esfuerzos que hace el maestro por ser amigable, que es insultativo en sus observaciones, fría, indiferente y mundana. Pero estas personas más desagradables, son las que más necesitan del amor del maestro. El señor Hoover, quien fue presidente de los EE. UU. de A., dijo: "No vemos las cosas como ellas son. sino como nosotros somos." Eso es muy cierto, e igualmente cierto es el hecho que nosotros no vemos a los individuos como ellos son, sino como nosotros somos. Los psicólogos dicen que las características que odiamos en otros, son las que rehusamos reconocer en nosotros mismos. Al enfrentarse con rasgos y características inaceptables, el maestro debe escudriñar su corazón frecuentemente y reconocer que "si no fuera por Cristo, él sería igual." El maestro dará su mejor y más grande contribución a su clase en proporción con la grandeza de su amor hacia cada individuo. 4. El maestro debe reconocer las diferencias de los individuos y ser guiado por ellas.—Así como cada persona es diferente de otras en su apariencia física, también asi cada una es diferente en su comportamiento, en temperamento, en gustos, en disgustos, en el nivel y la clase de conocimiento que posee, en las cosas que lo hacen reír o llorar, en las cosas que lo hacen actuar. Cada uno es un individuo, cada uno tiene diferencias individuales. El maestro debe tener en cuenta estas diferencias y reconocer que cada individuo aprende, responde, y reac- 14 EL PROMOTOR DE EDUCACION CRISTIANA 15