gocijo a veces, a veces en mansa y serena melancolía, pero ni un dejo amargo acibara sus escritos, ni menos la blasfemia y la rebelión asoman en sus obra» El Quijote es el libro de un viejo que mir^ la vida como es y contempla la eternidad con inefable esperanza. Tal es el secreto de su éxito. Después de hacer reir a todos, inspira amarga tristeza en las almas elevadas de Heine y Sainte Beuve, pero en el creyente reflexivo, ya nó diremos docto, produce la resignación serena, la paz cristiana qu son como preludio de la inmortalidad. No sé si este aspecto será nuevo, pero sin duda que la impresión tranquila y hasta dulce que deja Don Quijote sobre todo en las almas de los viejos, nace de una verdad cristiana, puesta de resalto en el libro con el vigor del genio: El manchego tuvo el ideal de la suprema justicia. Realizarlo en la tierra es locura, pero es cuerdo y consolador esperar su realización en el cielo. Libro que hace reir a tantos, con risa sana y discreta, pensar a otros sobre sus altos destinos y a muchos de los cuales consuela, debe ser libro universal y lo será, mientras la fe viva, la razón no se empañe y florezcan en el corazón sencillos y naturales sentimientos. Francisco ELGUERO. (i) Le Rire. Essai sur la signification du comique, par Henri Bergson—p. 149. (2) No prohíbe el cristianismo anhelar sobria y moderadamente la gloria humana, aunque sea mejor despreciarla. Sán Francisco de Sales decía: “ve los honores como un ^on, como un regalo, no los exijas como paga,” y estas palabras encierran toda la doctrina acerca de este punto. (3) Los religiosos, decía Don Quijote, con toda paz y sosiego, piden al cielo el bien de la tierra, pero los soldados y caballeros ponemos en ejecución lo que ellos piden. 1 a. Parte, cap. XIII. (4) El 19 de Abril de 1616, cuatro días antes de su muerte, Cervantes escribía lleno de regocijo su agradecida carta al Conde de Lemos y decía, jugando, los versos de la copla en tercetos: Puesto ya el pie en el estribo. Con las ansias de la muerte, Gran señor, esto te escribo. Un Fragmento del Quijote DEL BUEN SUCESO QUE EL VALEROSO DON QUIJOTE TUVO EN LA ESPANTABLE Y JAMAS IMAGINADA AVENTURA DE LOS MOLINOS DE VIENTO CON OTROS SUCESOS DIGNOS DE FELICE RECORDACION En esto descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo; y así como Don Quijote los vio, dijo a su escudero: La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o poco más desaforados gigantes con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer: que esta es buena guerra, y es grari" servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra. ¿Qué gigantes? dijo Sancho Panza. Aquellos que allí ves, respondió su amo, de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas. Mire vuestra merced, respondió Sancho, que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y que lo que en ellos parecen brazos, son las aspas, que volteadas del viento hacen andar la piedra del molino. Bien parece, respondió Don Quijote, que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes, y si tienes miedo, quítate de ahí y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla. Y diciendo esto dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que sin duda alguna eran molinos de viento y no gigantes aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oia las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran, antes iba, diciendo en voces altas: Non fuyades, co bardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete. Levantóse en esto un poco de viento, y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por Don Quijote, dijo: Pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar. Y en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su adarga con la lanza en el ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante, y embistió con el primer molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras si al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle a todo el correr de su asno, y cuando llegó halló que no se podía, menear: tal fue el golpe que dio con él Rocinante. ¡Válame Dios! dijo Sancho: ¿no le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar, sino quien llevase otros tales en la cabeza? Calla, amigo Sancho, respondió Don Quijote, que las cosas de la guerra más que otras están sujetas a continua mudanza: cuanto más que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Friston, que me robó el aposento y los libros, ha vuelto estos gigantes en molinos, por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada. Dios lo haga como puede, respondió Sancho Panza; y ayudándole a levantar tornó a subir sobre Rocinante, que medio despaldado estaba: y hablando de la pasada aventura siguieron el camino del puerto ‘Lapice, porque allí decía Don Quijote que no era posible dejar de hallarse muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy pasajero, sino que iba muy pesaroso por haberle faltado la lanza, y diciéndoselo a su escudero, le dijo: Yo me