¿ ARTILLERIA FRANCESA. Una batería colocada en una colina. EL DESPERTAR DE LA GRAN SERVIA. Hubo un pueblo, que fué en tiempos pasados cuna gloriosa de una raza fecunda de artistas sabios y guerreros; éste pueblo tuvo su asiento en Jas orillas del caudaloso Danubio, que mecía, con el dulce murmullo de sus -ondas, sus sueños de poder y. de grandeza. Este gran pueblo fué dique de contención por el Oriente, de las feroces huestes mongólicas, que amenazabn desolar la Europa; y por el Occidente, muro secular que comprimía el bárbaro poder del turco que, como un mar. parecía querer ahogar* en sangre toda la Europa continental con su civilzación espléndida, legado glorioso de la Grecia. Este pueblo, cuyo poder epa inmenso, como sus valles y gigante como sus montañas, se llamó Servia, que fué indomable, como guerrera, eterna al través de sus vifornti.nios y mar tririos, por que su alma vibraba al calor de la idea inmortal de una patria, que en cada corazón tenía un altar, en cada hogar un templo; en cada hijo un creyente convencido en su glorioso porvenir y un mártir de su libertad. Este gran pueblo, amante de sus tradiciones, libertades y derechos, jamás midió sus heroísmos, ni señaló fronteras a sus sacrificois, porque no había conocido en su vida mas leyes, que las del honor, ni mas códigos que los del deber estudiado en la escuela del heroísmo que creó, la patria dentro de las fronteras; y Ja ^esculpió el alma de la raza, para que. como aquella, fuese eterna e inmortal. La gran nacionalidad Servia, con sus héroes sucumbió, gloriosamente, un día bajo el peso abrumador de las cimitarras de Bayaceto: en el valle de Kossavo. halló su tumba, hace cuatrocientos años; pero de élla salió su alma purificada por el heroísmo y engrandecida por el martirio; y esa alma es el alma de ese gran pueblo soñador y guerrero, artista y diplomático. que entre sus bosques siempre está oyendo la voz de sus caudillos, que la alienta en la lucha, por su pasada grandeza y libertad. La gran Servia, sepultada hace cuatro siglos en Kossavo, resucita. tor dos los días y vive todas sus horas, en las almas heroicas y guerreras de sus hijos. Los servios jamás habían renunciado a ser libres ni a la esperanza de restaurar su pasada grandeza; su existencia de raza cautiva y sobjü'zgada por el despotismo turco, nunca*cfevó en su condición de esclava. poñ> qué sus almas vivían libres y soberáhas en las regiones puras dé Ja stmérma esperanza. y del "sublime amor puestos en la Aurora de Justicia próxima a aparecer, para iluminar, el despertar glorioso 'de ‘tantas nacionalidades sepultadas; peco no muertas en el suelQ de Europa. Cuando el hijo de Servia levanta la cabeza, ño lo hacia para suplicar' “la alza, ha dicho un ilustre escritor de nuestra raza, para buscar la luz del cielo y con ella la libertad o la alza, parar mirar a sus tiranos y en viarles la muerte?' Cuando Servia en sus Iqchas per--dió-el manto de su realeza; cuando sus poetas colgaron sus liras de les sauces: cuando los héroes dormían el sueño de la muerte en sus tumbas solitarias y el terror imperaba en el suelo sagrado de la patria. 4bs ancia: nos, las mujeres y los niños, testigos presenciales de inconcebibles heroísmos, avergonzados de llevar en sus venas la sangre generosa de sus mártires, iban y les decía: “Mátame, antes de dejarme al capricho del opresor.” Durante la Edad media, edad don-JTe- la barbarie tuvo su cuna y todo, despotismo su asiento; sintiéndose débil, buscó con la astucia, lo que antes esperaba del valor. El apoyo de Ro* papal contra Sambul, y de Sambv.l contra- Roma, y venció a Roma y hu-midói a- Sambul; enemigas seculares de sus prestigios y sagrad--^ derechos,' las dos. Sin fuerzas para vencer a la odiada y opresora Turquía, se entregó en brazos de Rusia, en espera de su ayuda. que no recibió para emaiíciparse de la maldecida Otomania. Resignada, esperó pacientemente el que resonase en el reloj de su vida de ^esclava, la hora de .'-u n-dmejón y He-