Marzo REVISTA EVANGELICA 185 abandona a sus hijos, y en medio del terrible turbión en que me hallaba fui tan fortalecido por El, que pude ser consuelo para otros, y ¡ojalá que no me equivoque !, hasta creo que mi prisión sirvió para que alguno encontrase al Señor. Era un maestro nacional, de filiación socialista y ateo consumado, acusado de haber sido causa, con sus enseñanzas ateas, de que el pueblo en que ejercía su ministerio hubiese resistido a los militares y facistas, haciendo, en su resistencia, algunas muertes de derechistas. El sabía bien que no tenía escape, y que una madrugada cualquiera sería incluido en la lista de los que habían de ser ejecutados, pensamiento que le acongojaba de tal manera que había momentos en que las lágrimas se le caían a lo largo de las mejillas, actitud que contrastaba con mi recitación de textos, mis himnos cantados en voz baja y la manifestación de mi esperanza de gloria. El pobre hombre se acercaba a mí y no quería otra cosa sino hablar conmigo, y como es natural, no le hablaba de otra cosa, ni de otra solución, ni de otra esperanza que Cristo nuestro Señor, Llegó un momento en que me dijo’ “Nunca más, si escapo de ésta, nunca más voy a volver la espalda a Jesús; estoy convencido, por lo que veo en usted, de lo que El hace por los que en El confían.” Y así partió para la muerte, más sereno en aquellos momentos difíciles que en los cuatro días que estuvo en el calabozo. ¡Ojalá que aquello fuese algo más que un propósito “si escapaba de ésta!" ¡Quiera el Señor que aquello terminase en una verdadera conversión! El calabozo estaba lleno de letreros y dibujos que acusaban la desesperación y el odio de los que los habían pintado y, así como yo aprecié el estado de ánimo de mis antecesores, quise que los que me sucedieran encontrasen un oasis en medio de aquellas desesperaciones. Puse un texto que decía: “No temas a los que solo pueden matar el cuerpo, etc.,’’ seguido de otros en que el Señor ofrece salvación. Observé que todos los detenidos que iban entrando después se iban quedando meditabundos ante los textos, y después tendían la vista alrededor como buscando una explicación a aquello en los ros-, tros de los compañeros. Aquélla era mi oportunidad, que yo aprovechaba dándoles una y-otra vez el mensaje del Señor. Mientras tanto, Dios estaba obrando en mi favor, y para ello se valió de muchos detalles y personas, pero principalmente de mi esposa, a quien dió unas fuerzas y decisiones como solo el Señor puede dar. Buscó a las personas que comprendió podían ser útiles en tan difícil ocasión y, cosa que no es frecuente que se haga porque es peligrosísimo en tales circunstancias, ya que nadie quiere identificarse con tales casos. Quien más se interesó, y fue quien decidió de mi suerte fue un miembro de la autoridad, hijo de evangélico y educado en los colegios evangélicos, aunque incrédulo del todo. Mi esposa se presentó a él y le dijo: “Señor, han