PAGINA PARA LOS NIÑOS. El pequeño vigía Lombardo En 1859, durante la guerra por el reacate de Lombardia, pocos días después de la batalla de Solferino y aan Martino ganada por los franceses y los italianos contra los austríacos en una hermosa mañana del mes dé Julio, una sección de cabe lería de Salmo Iba a paso lento, por estrecha senda solitaria hacia el enemigo, explorando el campo atentamente. Man-6 daban la secion un oficial y un sargento y todos miraban a lo lejos de-Jante de si, con los ojos fijos, silen-ciosos, preparándose para ver blanquear a cada momento, entre los .árboles, fas divisiones de fas avanzadas en-nugas.Lleoaron así a cierta casita rústica rodeada de fresnos, delante de la cual sólo habia un muchacho como de doce años, que descortezaba gruesa ra ma con un cuchillo par proporcionarse un bastón: en una de las ventanas de la casa tremolaba al viento la bandera tricolor; dentro no había nadie: los aldeanos, izada su bandera habían escapado por miedo a los austríacos. Apenas divisó la caballería el muchacho, tiró el bastón y se quitó la gorra. Era un hermoso niño, de aire descarado, con ojos grandes y azules, los cabellos rubios y largos; estaba en mangas de camisa y enseñaba el pecho desnudo. —¿Qué haces aquí? el preguntó el oficial parando el cabllo. ¿ Por qué no has huido con tu familia? —Yo no tengo familia, respondió el muchacho. Soy expósito. Trabajo al ■ go al servicio de todos. Me he quedado aquí para ver la guerra. —¿Has visto pasar a los austríacos? —No, desde hace tres días. El ofical se quedó un poco pensativo, después se apeó de! caballo, y dejando a los soldados allí vueltos hacia el enmigo, entró en la casa y subió hasta el tejado: no se veía más que un pedazo de campo.—Es menester subir sobre los árboles, pensó el oficial; y bajó. Precisamente delante de la era se alzaba un fresno altísimo y flexible cuya, cumbre casi se mecía en fas nubes. El oficial estuvo por momentos indeciso, mirando ya al árbol, ya a los soldados; después, de pronto, preguntó al muchacho: —¿Tienes buena vista, chico? —¿Yo? respondió el muchacho. Yo veo un gorrioncillo aunque esté a dos leguas. —¿Sabrás tú subir a la cima de aquel árbol; —¿A la cima de aquel árbol, yo? En medio minuto me subo. —¿Y sabrás decirme lo que veas desde allí arriba, si son soldados austria-cos, nubes de polvo, fusiles que relucen. caba’los.__? —De segtro qué sabré. —¿Qué quieres por prestarme este servicio? —¿Qué quiero? dijo el muchacho sonriendo. Nada. ¡Vaay una cosa! Y después-----si fuera por los alema- nes, entonces por ningún precio: ¡pero por los nuestros!-----Si yo soy lom (CUENTO PATRIOTICO) i <' < Hermoso traje de niño para la media estación :*■ : A-.. J re I ft —Bien; súbete, pues ?Ue1m! quite los «Patos, oe quito el calzado se apretó el cin-turon, echó al suelo la gorra y se abrazó al troncó del fresno. . Pero> mira-------, exclamó el ofi- cial, intentando detenerlo como sobrecogido por repentino temor. El muchacho se volvió a mirarlo ocn sus hermosos ojos azules, en actitud interrogante. —Nada, dijo el oficial; sube. El muchacho se encaramó como un gato. —¡Mirad delante de vosotros! gritó el oficial a los soldados. En pocos momentos <1 muchacho estuvo en la copa del árbol, abrazado al tronco, con fas piernas entre fas hojas pero con el pecho descubierto, y su rubia cabeza resplandecía con el sol, pareciendo oro. El oficial apenas lo veía: tan pequeño resultaba allí arriba. —Mira el frente, y muy tejos, gritó el oficial. El chico Para ver mejor, sacó la mgna derecha, que apoyaba en el ár- bol, y se la puso sobre los ojos a manera de pantalla. —¿Qué ves? preguntó el ofical. El muchacho inclinó la cara hacia él, y, haciendo portavoz de su mano, respondió:—Dos hombres a caballo en lo blanco del camino. —¿A qué distancia de aquí? • —Media legua. —¿Se mueven? —Están parados. —¿Qué otra cosa ves? preguntó el oficial después de un instante de si-, lencio. Mira a la derecha. El chico dijo: —Cerca del cementerio, entre los árboles hay algo que grilla; parecen bayonetas. —¿Ves gente? —No; estarán escondidos entre los sembrados. En aotiel momento un silvido de bala agudísimo se sintió por el aire y fué a perderse, lejos, detrás de la casa. —q Bájate, muchacho! gritó el oficial. Te han visto. No quietó saber más. Vente abajo. —Y».nn tengo aniedo, respondié~ef