LA INVOCACION DE LOS SANTOS 7 su confianza en las oraciones de sus hermanos de Jerusalén, que los cautivos enviaron a éstos el siguiente mensaje, junto con una suma de dinero, para que se ofrecieran sacrificios por ellos en la Ciudad Santa: “Rogad también por nosotros al Señor Dios nuestro, porque hemos pecado contra el Señor Dios nuestro.” (Baruch 1,13). Cuando los amigos de Job habían excitado con su vano discurso la indignación del Todopoderoso, Dios, en vez de concederles directamente el perdón que solicitaban, les mandó invocar la intercesión de Job: “Tomad siete toros y siete carneros, id a mi siervo Job, y ofrecedlos en holocausto por vosotros. Y Job, siervo mío, hará oración por vosotros y yo aceptaré su intercesión.” (Job XLII, 8). No apelaron á Job en vano; porque “movíase el Señor a compasión mientras Job hacía oración por sus amigos.” (Job XLII, 10). En este caso no sólo vemos el valor de la oración, sino que hallamos a Dios sancionándola con su propia autoridad. Pero de todos los escritores sagrados no hay ninguno que tenga tanta confianza en la oración de sus hernia-nos como San Pablo, como que ninguno conocía mejor que él los méritos de la pasión de Nuestro Salvador, y ninguno podía ser más afecto a Dios, por sus trabajos personales, que el mismo Pablo. En sus Epístolas, solicita repetidas veces para él las oraciones de sus 'discípulos. Si desea verse libre de Jas manos de los infieles de Judea, y que •su ministerio pueda tener buen éxito en Jerusalén, él pide a los Romanos que le consigan tales favores por la oración. Si desea la gracia de predicar con provecho el Evangelio a los Gentiles, invoca la intercesión de los Efesios. Aún más, ¿no es una práctica muy común entre nosotros, y aún entre nuestros hermanos disidentes, pedirse oraciones uno a otro? Cuando el padre está a punto de abandonar su casa para emprender un largo viaje, el instinto de la piedad lo lleva a decir a su esposa y a sus hijos: “Acuérdense de mí en sus oraciones.” Pregunto ahora, si nuestros amigos, aunque pecadores, pueden ayudaros cón sus oraciones, ¿por qué vuestros amigos, los santos de Dios, no pueden socorreros también? Si Abraham, Moisés y Job tenían tanto influjo con Dios mientras vivían en la carne, ¿se ha disminuido su poder porque reinan en el Cielo con el Todopoderoso? Nos hemos conmovido al ver a los hijos de Israel enviar piadosas peticiones a sus hermanos de Jerusalén. Eso hace recordar,, sin duda, lo que; el Señor dijo a Salo-