226 REVISTA CATOLICA 6 de Abril, 1924. Europa, la cual dos años había, como sumida en un aturdimiento que la petrificaba, estaba contemplando el atropello de todas las leyes civiles, naturales y divinas, tal vez no se irritase a vista de tanta maldad, juzgó necesario disfrazar su iniquidad bajo la máscara de un derecho; y como a pesar de su astucia viperina no le ocurriese ninguno, a semejanza de los que acusaban a Cristo, echó mano del primero que se le presentó, y fué el de hacer la guerra al Papa porque había alistado en sus banderas a soldados extranjeros. Esto, lejos de cohonestar su sacrilegio, lo hacía más infame; tanto porque las partidas facciosas de sus aventureros se componían de un gran número de conspiradores ingleses, polacos, franceses, húngaros, alemanes, moldavos, transilvanos, suizos y holandeses, -enviados por todas las sociedades secretas de Europa; como porque cualquier príncipe está en pleno derecho de admitir bajo sus banderas a los que se ofrecen a servirle, y siendo el Sumo Pontífice el Padre universal de los fieles, acoge a las católicos de todas las naciones, no como extranjeros, sino como a hijos. Bajo este pueril e infame pretexto, el conde de Cavour intimó la guerra al Vicario de Cristo, a-ñadiendo a la petulancia el vilipendio de insultar con el nombre de mercenarios turbulentos, indisciplinados y pendencieros, a los voluntarios pontificios, que -eran la flor de la nobleza francesa, flamenca, húngara y alemana; y de cubrir de ignominia los nombres de los caudillos, cuales eran un Lamoriciére y un Pimodán, de cuyo valor y magnanimidad tan justamente se envanece Francia. Todavía no había llegado a Roma aquella sacrilega declaración, cuando Fanti, general en jefe del ejército sardo, envió de Arezzo el día 9 de septiembre al General Lamoriciére la intimación de guerra, en nombre de su rey; y era precisamente el pliego que el correo entregó en su tienda al generalísimo, quien al leerlo se indignó en alto grado y ordenó levantar el campamento de Terni. En la intimación se ve claro, que no habiendo podido el Piamonte ni con las maquinaciones de los conjurados del país, ni con las intrigas del oro ni con las amenazas de la chusma garibaldina, re-belar al Papa las ciudades de la Umbría y de las Marcas, quitándose al fin la máscara, declaró que de todos modos quería apoderarse de ellas en nombre de la revolución. El que está enterado de las historias, no halla otro ejemplo de tan descarada osadía sino en las intimaciones del Directorio del 96, el cual invadía los Estados de los legítimos príncipes de I-talia, empezando precisamente por el Piamonte, para revolucionar los de aquellos por medio de los pocos demagogos que se apropiaban el nombre de nación. Fanti quiere rebeldes a toda costa las Marcas y la Umbría, y por esto declara francamente al general Lamoriciére, que él va a acometerlo con un ejército diez veces mayor que el suyo, solamente porque con sus ruaros y con las o-tras tropas pontificias impide a los sediciosos revolucionar las ciudades y pueblos. Hé aquí lo que le dice: “El rey mi señor me hará ocupar lo más pronto posible las Marcas y la Umbría, si:—1ro. Vuestros soldados, encontrándose en las Marcas y en la Umbría, hiciesen uso de la fuerza para reprimir las manifestaciones en sentido nacional (lo que equivale en idioma vulgar a decir, si se rebelaren contra el Papa su legítimo señor).— 2do. Si dieses a vuestros soldados la orden de marchar sobre alguna ciudad de las provincias pontificias, dado caso que se hiciese alguna manifestación en sentido nacional (esto es, si redujereis los facciosos a la sumisión de su Príncipe, pues el mismo Fanti las llama provincias -pontificias, y por tanto no sardas ni independientes). —3ro. Si no hiciereis retirar a vuestros soldados inmediatamente después de haber reprimido dichas manifestaciones (en otras palabras, si, sofocada la rebelión en las ciudades rebeldes, vos no les permitiereis rebelarse de nuevo)”__ A tal afrenta opresiva sin igual de la intimación de Fanti a Lamoriciére, se añadió su atrocidad y la de Cialdini que mandaba el ejército de la Emilia, ordenando se publicase entre los soldados una proclama que la Europa civilizada declaró, que sólo era digna-de Alarico el godo, de Atila el exterminador, de Genserico el vándalo, o de cualquier otro más fiero caudillo de bárbaros conquistadores de Roma; proclama que no fué de solas palabras, sino que pasó, como veremos, a actos que^ hubieran hecho avergonzar a los godos, hunos, vándalos y lombardos, y que sólo pueden compararse con los sarracenos, los drusos o con el viejo Asesino de la Montaña________ Para que sepan los hombres de bien hasta qué punto llega la vileza de las sectas en embrutecer al hombre dotado de buenas cualidades, pondremos por entero las dos proclamas de aquellos dos antiguos carbonarios. Fanti excita así a sus soldados: “Cuadrillas extranjeras, reunidas de todos puntos de Europa en el territorio de la Umbría y de las Marcas, han plantado en él el falso estandarte de una religión de la cual se burlan. patria y sin hogar, provocan e insultan las poblaciones, para tener un pretexto de dominarlas. Tal, martirio debe cesar, y tanta audacia debe reprimirse llevando el socorro de nuestras armas a aquellos hijos desgraciados de Italia, que esperan,en vano justicia y piedad de su gobierno. Esta misión que el rey Víctor Manuel nos confia nosotros la cumpliremos; y sepa Europa, que Italia no es ya el pacto y el triunfo del más audaz o afortunado aventurero.—M. Fanti?’ Mas Cialdini, que a la nota de sectario añade la de traidor a su príncipe que lo amaba como padre, debía manifestarse más fiero y desapiadado que su colega:—“Soldados—dice,-—os conduzco contra una cuadrilla de borrachos extranjeros a quienes la sed de oro y la codicia del saqueo han traído a nuestro país. Pelead, destruid inexorablemente a tales asesinos comprados, y por vuestra mano experimenten la ira de un pue-bQ°mU! Qyi?re.su^nacionalidad e independencia. ¡ ooldados. la multa Perusa clama venganza y aunque tarde, la tendrá.—Enrique Cialdini?’ (Se continuara)