EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA 21 comparación. El arrepentimiento, según el sistema protestante, es necesario y suficiente para la justificación. El sistema católico requiere también el arrepentimiento de parte del pecador, como requisito indispensable para el perdón de los pecados; pero requiere mucho más que eso. El penitente antes de recibir la absolución, debe examinar su conciencia y confesar sus pecados, según el género y número de ellos; está obligado a tener firme propósito de la enmienda; a prometer restitución si ha defraudado a sus vecinos, a reparar la injuria hecha a sus semejantes; a reconciliarse con sus enemigos, y a evitar la ocasión del pecado. ¿El contraer estas obligaciones, no es mejor garantía contra la reincidencia del petado, que el simple acto de contrición interna? Muchos escritores protestantes, y aun escritores infieles, que en los países en donde vivieron llegaron a palpar los resultados prácticos de la confesión, atestiguan la reforma moral que ésta produce. Leibnitz, el famoso filósofo alemán, dice que es un gran beneficio conferido a los hombres por Dios, el que haya dejado a su Iglesia el poder de perdonar los pecados. (Systema Theol.). Voltaire, no muy amigo, por cierto, de la cristiandad, confiesa “que tal vez no hay institución más útil que la confesión.” (Remarques sur UOlympe). Rousseau, no menos hostil a la Iglesia, exclama: “¡ Cuántas restituciones y reparaciones no origina la confesión entre los católicos!” (Emilio). Algunos años después del establecimiento en Nuremberg de las doctrinas reformadas, las autoridades de aquella ciudad de Alemania se alarmaron tanto de la relajación de las costumbres, que pidieron al Emperador Carlos V que restableciese la práctica de la Confesión. El argumento favorito de los adversarios de la Iglesia Católica, contra la moralidad de los principios de ésta, es mostrar la desmoralización de Francia y de otros países católicos. Este es el más seguro, pero, al mismo tiempo nada honorable modo de atacar, ya que, los habitantes de esas naciones viven demasiado lejos para defenderse a si mismos. En las muchas veces que he estado en diferentes partes de Francia, he encontrado siempre en la mayoría de sus habitantes ciudadanos de edificante vida cristiana. Por seis años tuve sacerdotes franceses como profesores, y su vida ejemplar era una enseñanza diaria para todos los alumnos. París es una sociedad cosmopolita, y no debe ser