ebrero REVISTA EVANGELICA 109 la el único fruto de su vida, ■abia ganado una corona de vic-Iria, pero no era la corona in-Irruptible de la gloria. ■Es necesario ahora referir el ■so de otra señorita, residente ■ la misma ciudad, cuya historia ■ bastante diferente. Al volver le señorita M. del lugar donde ^■bajaba, pasó por donde un y^ueño grupo de cristianos dirigían un culto de predicación al aire libre. Atraída por el sonido de las voces, se paró a escuchar, y la palabra halló entrada en su corazón. Permaneció atenta hasta saber de donde eran, pues se resolvió visitar su salón de predicación el domingo siguiente. Asi hizo en efecto, y varias veces oyó el mensaje de la salvación, pero siempre esperaba que algo le sucediera, que Dios le cambiara el corazón, juzgando que debía pasar con ella como con otras conocidas suyas. Ansiaba grandemente ser convertida, pero no supo cómo lograr el cambio, y ya comenzó a temer que Dios la hubiera pasado por alto, que no le alcanzara la misericordia divina, y que al fin se encontrara entre los perdidos. Le espantaba el pensar en la muerte, r con razón, porque tenía un Iprecio justo de sus pecados, y labia que todavía estaba sin ser lerdonada. Es cierto que no dejó le rezar con devoción, y de leer fc. Biblia y asistir a los cultos. Sin Imbargo, no se dejaba engañar; Bios no la había aceptado, y no fcma la paz en su corazón. Varias lersonas la visitaron con el fin ■e ayudarla, pero todo fué en rano. Pasó el tiempo y le sobre-lino un estado de desesperación e indiferencia. Los sermones ya no la movían; el interés en la salvación de su alma menguó gradualmente. Los que la conocían mejor sintieron que estaba en peligro de volver al mundo y de caer en el lazo del cual antes procuraba con tanta ansia escapar. Pero Dios, que es rico en misericordia, la arrebató de las garras de Satanás cuando éste parecía tenerla firme bajo su dominio. El predicador había escogido como el texto para su sermón el pasaje en 1 Timoteo 1:5, y en el desarrollo de su tema presentó los tres elementos que caracterizan al verdadero cristiano: 1ro, “un corazón puro,” 2do, “una buena conciencia” y 3o, “una fe sin fingimiento.” Les enseñó cómo Dios halla su mayor placer en otrogar estas bendiciones al pecador por medio del evangelio de su gracia, las buenas nuevas proclamadas por medio de la venida de Jesu-Cristo, pues “fiel es este dicho y digno de ser recibido de todos, que Jesu-Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores.” El punto que más llamó la atención de la señorita M. era que el Apóstol Pablo daba en este versículo su propia experiencia personal. Cuando era conocido por el nombre de Saulo, era “blasfemo y perseguidor e injuriador,” pero Dios le perdonó y le aceptó en un momento, simplemente porque creyó en el Señor Jesús cuando El le habló. “Pues bien,” dijo M., “si este Saulo de Tarso, que había sido un asesino y perseguidor de los cristianos, fué salvo, ¿por qué no podré yo también ser salva de la