M ANUEL JOSE OTHON. Pasada ya media noche, me dieron intempestivamente, la noticia. La re-. cití como se recibe una agresión inesperada. Escribía yo en la galera de __ln imprenta, frente a las mesas de “formación” de “El Imparcial" crónica del beneficio de De Mareht I Debía el artículo estar listo muy pron to, y había que contar los minutos y ^garrapatear. jce fatal anonadamiento que es el dolor que nos embrutece. No estuve seguro de entender bien. Repetí en mi interioi y maquinalmente las palabras que aca baba de oír: “Se murió Aianupl Othón?’. Hice_ un esfuerzo desesperado, como el que hiciera un hombre ■ para reipover una montaña, comprendí todo, rasgué las tinieblas ¿e mi pen samiento, sacudí mi voluntad, y. pues era necesario concluir cuanto antes, seguí escribiendo la '-róníea. de teatros. Nunca sentí nía) or pe»c/a ni más hondo > descoyuntado desaliento; nunca el trabajo me pesó tanto ni la obligación faé para mí carg.» tan abrumadora, como en ese instante negro, preñado de aollozos -P-e ahogan y de lá cri nas que re compri men. Terminada mi nocturna labor readquirí el derecha de sufrir por mi cuenta. Y, ya en mi casa, pude romper diqt?s y arrancar mordazas, y llenar el aire de cuanto dentro de mí estaba Ttpresó y silenciosr«. Le di libertad a mi pena. Pero es preciso volver a encadenarla para continuar la tarea. lie ama necido con el deber semanario de escribir este artículo. Estoy más ado-íoriáb, pero también más sereno. A-hora sí puedo ver de frente la noticia: ahora si ya no está envuelta entre sombras: ahora si es una certidumbre: un fiel amigo mío, un rama-rada de sueños y locuras se fue y no volverá. T)c hoy en adelante _, >erá para mi un recuerdo no más. No he de volver a verle sino con los ojos in-• teriores. con esos que, a solas, abro de par en par para mirar las cosas idas. Ya sólo vivirá dentro 4e mi este hombre bueno, este poeta inefable, esta alma caudalosa de ternura y de amor. Ninguno, de entre nosotros, buscaba, con ‘tan imponente anhelo como. él. la 'forma pura, las palabras marmóreas y áureas, la severa y divina música del verso, la alta expresión, blanca y luminosa, de la poesía. El ideal de Chenier era su ideal. Gustaba de verter su sangre generosa en viejas y repujadas ánforas. Sus estrofas no eran atormentadas, no se retorcían en dolorosos histerismos: no llevaban, sobre la cabeza voluptuosa. la mitra sacerdotal de las cortesanas orientales: tenia la testa libre, de cabellos ondulados, recogidos por I encima de la nuca, como los de las (CRONICA DE LUIS G. URBINA) diosas. Sí, era musa de mármol la de Othim. tranquila y noble. Tenía vida escultórica, vida heroica, vida sobrehumana. Su gesto, expresivo y ardiente. jamás deformó la austera belle xa del semblante. -Toda. elU íué nr-moniá y euritmia. Grande y hermosa poesía !a de este fecundo fan,taseadí»r¡ Venía de los clásicos, de los griegos de los lati-nos de losTcasletiíno». y dc-eilos traía cristalina • sobriedad d inmacuLulo ro paje de la itlra. JKn las voces antiguas. no tocadas ni manchadas por el vulgo, hallaba él esrondiiios y suaves perfumes retóricos. Era como, esos tenaces anjiieólogos. que removiendo ruinas hallan tesoros de arte arcaico, vasijas que conservan fragancias seculares. joyas rituales, telas maravillosas. enigmáticos papims. reliquias misteriosas. El sentimiento dominante de Othón fué eT dé la nanrratexTr. -Ent-mt-btteó— lico espnniant <>. Quizás no sabría es cudriñár con penetrante observación las almas; pero si sabía contemplar los campos, que son una alma inmensa, el alma de Pan. Y esta contemplación, que es también una elevada psicología eleva a los hombres y les aclara muchos secretee humanos. El oyó y reprodujo, con soberbia entonación e.l .himno de los bosques. El conoció 1a profunda vi> proféticás clarividencias. Lo hizo r.n poeta americano. Toda la obra de este lírico excelso está impregnada de los olores resinosos de las selvas xh genes y de las cordilleras- inaccesibles. Hay en ellas reflejos y lejanía de nuestros pomposos y sublimes,**p>. • norainas. Los amaneceres y las puestas de sol son un prodigio de reproducción inspirada. Pueden encontrarse estancias que tengan el col >í, el contorno y el aconta de nuestra tierra y< nuestro cielo. ;Xo .xcor.Iáis aquel soneto; Sobre el frantpiifo lago occiduo el • ' '".ri* (día. flota impalpable y misteriosa bruma, y, a lo lejos, vaguísima se esfuma, profundamente azul, la serranía. Othón era dramaturgo. Deliraba por escribir para el teatro. Su aguda penetración, su instinto analizador, le ayudaban mucho en sus empresas escénicas. Y le encantaba reducir lo grantlíoso de sus sueños a las proporciones exiguas del tablado. Este co-midiógraío. grandilocuente y apasionado. alcanzó ruidosos triunfos. Yo siempre preferí al poeta lírico, -más verdadero, má» artista, ático en la exjiresión ingenuo en el sentimien lo. éleyado en la idea. Y más que al lírico y al comedió-grafot preferí al hombre. ¿Al hombre digo? Xo: al niño, al muchacho gratíde. que