KI. S E M B R A D O R------------------------ ELS E M B R A D 0 R — dejaron de llorar en aquel día pensando en la venganza del ultraje, y la selva calló, y en el celaje de aquella primavera, tembló una lágrima como una imprecación, y por la vez primera de labios de Popocan y Catara brotó una maldición. Hirvió la sangre indiana y en un grito que llenó de terror el infinito perforando el azul de la mañana, Cuachiclüles y Pames y Borrados y bravos Malineheños como dueños de aquellos valles que la luna baña, sintiéndose vejados arrojaron a los lujos de España. Prosiguieron su marcha los extraños y el valle quedó en paz, por muchos años. Pero llevaban hondo, en sus pupilas el verde de tus montes, y tus flores, y tus vastos y azules horizontes; la sinfonía de tus ruiseñores acariciaba grata el oído de los conquistadores, y el ruido de tu mansa corriente les gritaba: ¡Detente! y el viento en la maleza insinuaba: ¡Regresa! y así cantó el aroma y el cristal del torrente y el alto monte y la tranquila fuente, y escuchando 1). Diego aquel rumor, regresó con la fama de los Montemayor. Y en los lugares en que ya sabía, junto a las aguas de Santa Lucía que pintaba de rojo el astro rey, le fundó Monterrey, y resurgiste laboriosa y fuerte con la pujanza férrea del hispano, que desde entonces con su recia mano le arrancó de las garras de la muerte. Así naciste tú, ciudad hermosa, emporio de la industria y del trabajo, ciudad en donde el hombre que está arriba tiende la mano al hombre que está abajo. Por eso eres así, trabajadora, y en el milagro rojo de tus fraguas que matiza el misterio de tu lumbre la sed y el hambre de tu pueblo apagas, y en agitada lucha, en cada hora noble y bella señora, vas labrando tu fama y es costumbre de tus hijos honrados, laboriosos, estar unidos para ser dichosos. Tus hijos son de acero pero sienten, tus hijos son de acero pero quieren, y es verdad la leyenda que predica que el acero perfuma canta y hiere; son de acero tus hijos pero en suma son defensores de su patria chica. Y son guardianes de tu paz sencilla que en el crisol de tus industrias arde, el Cerro de la Mitra, el de la Silla y h:s montañas de la Sierra Madre. Monterrey. N. I.., Sep. 20 de 1943. I'rof. Luis TIJERINA ALMAGUER. vjiiltillv. CAhi/i. ¿Temor o Respeto para el Jefe? (De “Síntesis”) Anadie le gusta mirar siempre hacia arriba: fatiga el cuello y la espalda’’. Esta era una de las frases favoritas do Alfredo Adler, famoso profesor en la ciencia de las relaciones humanas. Quizás no sea más que una frase, pero es innegable que tiene profundo significado y extraordinario valor, especialmente para aquellos que ocupan un lugar de mando. El hombre que sea capaz de comprender toda su significación y se esfuerce en seguir la lección que entraña, verá abierto ante sí el camino del éxito, y ésto se aplica lo mismo al obrero que tiene un aprendiz a sus órdenes, que al jefe de la más importante negociación o industria. Pero es, evidentemente, una dura lección, porque ¿de qué sirve tener derecho al mando, si no puede pavonearse uno frente a sus subordinados y hacerles sentir todo el peso de su poder? La vanidad es uno de los más grandes enemigos del hombre. Benjamín Franklin explica en su autobiografía que, en su juventud, acostumbraba a expresarse con rudeza dando a sus afirmaciones el tono de la seguridad más absoluta. Lo que decía era quizás muy justo; pero, precisamente, tener razón y afirmarla dogmáticamente es uno de los medios más eficaces para ganarse antipatías y enemistades. Alguien le llamó la atención sobre este aspecto de su personalidad, y Franklin comprendió que la observación era atinada y justa. Desde entonces (vivió 50 años más), evité) las afirmaciones perentorias y dió siempre su opinión dulcificándola con palabras como éstas: “A mi entender....” “Yo creo mejor....”, etc. Y con sólo empezar en esta forma sus discursos, quedaban sus palabras envueltas en la vaguedad y la duda, y resultaban más convincentes que la seguridad de antes. Para todos aquellos que ocupan un lugar de mando, y precisamente por la especial naturaleza de su función, eso tiene un significado mucho más profundo que el percibido a primera vista. El jefe-no ejecuta materialmente la tarea. Sabe, o tendría (pie saber, lo que hay que hacer y cómo debe hacerse, pero como no realiza personalmente el trabajo, tiene que convencer y conquistar la buena voluntad de sus inmediatos colaboradores y subordinados. Y es mucho más difícil de lo que se supone, manejar a los subordinados sin despertar en éstos un movimiento de oposición. En tiempo de los faraones, bastaba el látigo para hacerse comprender por los subordinados. Siglos más larde, y hasta muy avanzada la época industrial, el látigo fué substituido por el miedo a quedarse sin trabajo, con todas las lamentables consecuencias económicas que ésto llevaba consigo. Pero en las empresas modernas, el problema es mucho más complejo. Exige que los empleados, obreros y colaboradores presten a su jefe y a su trabajo un consentimiento interior. Los jefes sólo son verdaderamente tales, cuando consiguen que sus subordinados trabajen con las manos, el cerebro y el corazón. Esto ha creado un nuevo sistema de dirección que tiene más de guía y de ejemplo que de conducción y mando. Y, como consecuencia, ha surgido un nuevo tipo de jefe que aplica una técnica especial para hacerse obedecer de buena gana, sin necesidad de apelar a métodos autoritarios y ¡pie conquista mejor que otros el respeto de los hombres (pie están a sus órdenes. A pesar de todo, abundan los “jefes” (pie basan su actuación en el “grito” y la “mala cara", (pie todo lo critican y lo encuentran mal y (pie adoptan constantemente una actitud superior y distante. Es fácil explicarse la razón de su proceder. Siguen una antigua tradición, casi podríamos decir una superstición, según la cual, al jefe no se le respeta si no se coloca en un nivel superior, desde (-1 cual actúa con la frialdad y la majestad de un rey, tan — 6 —