EN EL DESIERTO (IDILIO SALVAJE) ¿Por qué a mi helada soledad viniste cu Herta con el último celaje -de -mt errpwtettky ^ris? Mira el paisaje, árido y triste, inmensamente triste. Si vienes del dolor y en él nutrist** _tú. corazón, bien vengas al salvaje________ desierto, donde apenas un miraje <¡c lo que fue mi juventud, existe. lias si acaso no vienes de tan lejos y en tu alma aun del placer quedan los dejos^ pitedes tornar a tu revuelto mundo. Si no. ven a lavar tu cyprio manto en el mar amarguísimo y profundo de un triste amor o de un inmenso llanto. Mira el paisaje: inmensidad abajo, inmensidad, inmensidad arriba. En el lejano fin, la sierra altiva, al pie minada por horrendo tajo. Bloques gigantes que arrancó de cuajo el terremoto, de la roca viva, y en aquella sabana, pensativa y adusta, ni una senda, ni un atajo. tu piel, tostada por el sol, el cobre y el sepia de las rocas del desierto. Y en el regazo donde sombra eterna, del peñascal bajo la enorme arruga, es para nuestro amor nido y caverna, las lianas de tu cuerpo "retorcidas l£,jso_yLr*l £IL,e te subyuga con una gran palpitación de vidas. Qué enferma y dolorida lontananza? ¡Qué inexorable y hosca la llanura! Flota en todo el paisaje tal pavura como si fuera un campo de matanza. Y la sombra que avanza, avanza, avanza, parece, con su trágica envoltura, " el alma'ingenté, plena dé amargura, de los que han de morir sin esperanza. Y allí estamos nosotros, oprimidos por el dolor de todas las pasiones, bajo el peso de todos los olvidos. En un cielo de plomo, el sol ya muerto, y en nuestros desgarrados corazones el desierto, el desierto____y el desierto. VI Asoladora atmosfera candente , do se incrustan las águilas serenas, como clavos que se hunden lentamente. Silencio, lobreguez, pavor tremendos que viene sólo a interrumpir apenas el galope triunfal de los berrendos. III bji la estepa maldita, bajo ej pesó — de sibilante brisa .que asesina, irgues tu talla escultural y fina cómó ün relieve en el confín impreso. El viento entre los médanos ópreso,* canta cual una música divina. y finje, bajo la húmeda neblina, un infinito y solitario beso. Vibran en el crepúsculo tus ojos un dardo negro de pasión y enojos que en mi carne y mi espíritu se clava., Y, destacada contra el sol muriente como un airón, flotando inmensamente tu bruna cabellera de india brava. IV La llanada amarguísima y salobre, enjuta cuenca de océano muerto y en la gris lontananza, como puerto, el peñascal desamparado y pobre. Unta la tarde en mi esmblante yerto aterradora lividez y sobre ** És* mi adiós. Allá vas, bruna y austera, por las planicies que el bochorno escalda y fulmina tu ardiente cabellera r.uih* mía sobre tu espa’da. En mis desolaciones ¿qué me espera? •-(ya apenas vea tu arrastrante falda) una deshojazón de primavera y ur.a «terna no-talgia de esmerakla. El terremoto humano Eá'déstfindo _ . mi corazón y" todo en él expira------ — - ___ Mal hayan el recuerdo y el olvido! Aun le columbro y ya-olvidé tu frente. Sólo ¡ay! tu espalda miro, cual se mira lo que huye y se aleja eternamente. ENVIO. En tus aras quemé mi último incienso y deshojé mis postrimeras rosas. Do se alzaban los templos de mis diosas ya sólo queda el arenal inmenso. Quise entrar en tu alma y ¡qué descenso! ¡Qué andar por entre tuinas y entre fosas! /\ fuerza de pensar en tales cosas, í me duele el pensamiento cuando pienso. Pasó. ¿Qué resta ya de tanto y tanto deliquio? En tí ni la mora! dolencia, ni el dejo impuro, ni el sabor del llanto. Y en mí ¡qué hondo y tremendo cataclismo! ¡Qué sombra y qué pavor en la conciencia, • y qué horrible disgusto de mí mismo! MANUEL J. OTHON.