17 EL ATENEO — REVISTA ESTUDIANTIL El Hombre y El Espíritu —I— Evocar el espléndido espectáculo de belleza y poesía que maravillosamente realizó en su grandeza divina la augusta Grecia, es evocar simultáneamente la apoteosis sublime del espíritu heleno. Desplegar con trémula mano el espeso velo del pasado y presentar en múltiples fragmentos el flamante ciclo de tradiciones, de epopeyas y de artistas, es ver transparentarse en todo su grandeza la inmensa figura de Pericles, el alma poética de Homero, el casco broncíneo de Alejandro y a la pívea Athenea hecha razón. Pero expresar con palabras armoniosas el mundo pictórico de ideas que bullía en aquel ambiente de inteligencia y de energía, es sólo atributo idóneo de un poeta magnífico y sincero. Por eso, sin pretender estudiar la evolución política e intelectual de esa nación inmortal, cuna feliz de las ciencias, donde amanecen con esplendores mágicos la Moral, la Lógica y la Eilosofía que son la esencia misma del pensamiento humano y las leyes inmutables a que debe sujetarse el finito ser; y donde el poeta, soñando en un mundo fantástico que le alucina siéntese arrastrado por las alas invisibles de su inspiración que arranca de sus labios un loor eterno a la divina deidad; me limitaré a señalar lo que para la Humanidad representa el advenimiento de una doctrina filosófica que sintetiza el alma racional de la humana estirpe. Incapáz el hombre de comprenderlo y ordenarlo todo, buscó en la naturaleza que es el espejo de la humanidad el principio original del Universo; transformándolo sucesivamente, aspiró hacia una vida futura en qué, como luminosos rayos convergentes se habían de enlazar lo abstracto y lo general; más como ni el principio material, ni el principio de unidad que posteriormente aparecieron lo concertaban todo, concibió lo espiritual, que es el lazo de unión que simboliza las relaciones entre el Hombre y Dios. Noble principio que es cómo un grito magnífico arrancado a la peregrina humanidad; que es cómo el sublime temblor que se experimenta al contacto divino: que es cómo la glorificación del género humano, y que explica ese desconocido y vivificante ardor —la inspiración— que bulle en el interior de nuestra mente y que se subordina —por decirlo así— a ese soplo de vida que anima nuestro cuerpo y del cual sólo conocemos sus manifestaciones: EL ESPIRITU. —II— Cuenta la leyenda, que Prometheo, hijo de un titán y de Climene la hija del Océano, provocó la cólera de Júpiter soberano del Olimpo, robando el fuego —divino atributo délos dioses—y burlándose de los sagrados mandatos de tan augusta deidad. La rebeldía del héroe previsor de la conciencia —que es el esbozo de esa obra maestra que se llama Alma Humana— airó al padre de los dioses que en su austera severidad, ordenó a Vulcano primero y supremo artífice encadenóse en la cumbre inaccesible del Cáucaso al rebelde titán; un buitre devoraba eternamente las entrañas siempre necíentes del miserable cautivo. Mucho sufrió el filántropo y en tanto no apareció en el mundo el intrépido Hércules su libertador, mostróse en extremo generoso, noble y magnánimo prodigando los espléndidos dones de su sabiduría y de su virtud. En sus días felices de libertad había forjado un ser a su semejanza a quién infundió el hálito sublime, producto espontáneo de su audacia. Le hizo apto para sentir, amar y conocer todo lo que el Eterno había creado para los ilusos mortales; más su privilegiada inteligencia y su extraordinaria fuerza de voluntad fueron impotentes para hacerle concebir lo que existía más allá de su conciencia. Sin embargo, que bello y grandioso el mundo de su acción; cuán múltiples sus nobles expresiones y sus pensamientos majestuosos; que limpidez y que serenidad la de su alma. Figura extraña y misteriosa, agobiada por una perenne tristeza, marcha siempre ala caso —víctima de su destino— en persecusión de un ideal supremo; sus ávidas pupilas se elevan siempre audaces en el ilimitado espacio buscando lo indecible, para más tarde sondar en el tétrico silencio déla eterna noche el indecifrable enigma de la vida y de muerte, más de nuevo la desesperación invade el mustio corazón de esa alma errante. En vano conjura el infinito; vano es su ardiente deseo de saber y conocerlo todo; encuentra siempre un límite^ ley divina e irremediable que desvanece sus sueños de grandeza. (PASA A LA PAGINA 22)