La Muerte de Rocinante Capítulo Unico De lo que sucedió después de muerto Don Quijote, con otras cosas de felice recordación y eterna memoria ¡No tiembles, oh prudentísimo Cide Hamete, que no llega mi audacia o insensatez a la de aquel tordesillesco y malaventurado escritor, que así es él de Tordesillas como yo de los abrasados desiertos líbicos! ¡No tiembles, digo otra vez, y cien más lo dijera para mantener la tranquilidad en tu esforzado pecho; que no es mi intento descolgar tu péñola de la espetera; y del hilo de alambre donde luengos siglos ha la pusiste! Quédese en quietud esa péñola que yo admiro y reverencio como a reliquia, cy no permita el Cie'O que la toquen manos que no fueren divinas. Dígote esto, en descargo de mi conciencia y de los muchos pecados que habré de cometer en el trancurso de esta osada y peregrina invención, adrede forjada para honrar tu ingenio y para festejarle, si no como es debido, cuando menos en lo que logren y alcancen mi buena voluntad y mi escaso meollo. Y con tu venia, así me la des por mera cortesía, vamos al cuento, que es lo que hace al caso, porque yo espero en Dios y en mi ánima de darle fin cumplido y sazonado término, a pesar de cuantos gigantes malandrines y desaforados encantadores oculta y cobija este misérrimo planeta. Un mes, a lo sumo, habría pasado de muerto* don Quijote, aquel Alonso Quijano el Bueno, cuyas aventuras dieron materia para el más regocijado libro de cuantos alegran y esparcen el ánimo y deleitan y entretienen la fantasía, cuando Sancho, sacando fuerzas dfe flaqueza y haciendo de tripas corazón, apersonóse con el alma y la sobrina que no podían verle ni en pintura, y que, no bien notaron su presencia, pusieron el grito en el cielo. —¿Qué busca o qué pretende este descastado?— rugió el ama, puesta eñ jarras. —¿Piensa este grandísimo bellaco que después de muerto mi señor, que de la gloria de Dios disfrute por todos los siglos, hemos de soportar cargas o pechos o qué cosa?• —Mala ventura tengas, Sancho de Satanás —clamó la sobrina en no menos desapacible tono,—que de las muchas que a don Alonso tocaron, no pocas te pesarán en la conciencia. Crees, mostrenco, que de la locura del tío algo le alcanza a la sobrina? Pues júrote por el santo de mi nombre que antes me ahorcarán que logres un solo maravedí de mi hacienda! —¡Voto a tal! ¡Cómo ladran! ¡Condenadas que sois vosotras! —gritó a su vez Sancho, encendido en cólera, porque en esto de decirme has y responderte he, no se quedaba dormido. —¡Medrados estamos con el ama! ¡Y digo con la sobrina! ¿Qué mal ni que desaguisados os hice para que así por quítame allá esas pajas, me pongáis de asco? ¿Vengo a contaros los años, a pediros cuentas de vuestras maldades o a sacaros a justicia? Pagado estoy y no busco dineros, que no soy tan bobo que no sepa, donde me aprieta et zapato. ¡Pecador de mí! —prosiguió dando un gran suspiro.— ¡Y qué falta que hacen caballeros andantes, como mi señor don Quijote! ¡Muerto había de ser quien yo me sé, que a vivir, ni vosotras gritarías tan descompasadamente, ni él lo consentiría en modo alguno. Háblese con más comedimiento, señora ama, y no alborote tanto, señora sobrina, que las buenas palabras no cuestan nada, y la cortesía antes ensalza que envilece a quien la usa, y no me anden musarañas en los ojos, porque no hay para qué! ¡No si nó! Hazte mieles y comerte han las móstas! —Si acabará alguna vez con sus malicias y sus necedades este perro gafoso! —vociferó el ama, echando lumbre por los ojoe.— ¡Váyase luego el parrajaco de mal agüero! ¡Andese al punto la infame y ruin criatura, causa principal de nuestras desdichas! —No hubiese ido el alma turbulenta por la contestación a Roma, y me sospecho, que de haberla tenido, no sólo fuera de palabras, porque Sancho, pacífico y todo, no solía tener quietas las manos, si en este punto no llegaran maese Nicolás el barbero, y Sansón Carrasco, a la sazón muy entretenido en las cuentas del albaceazgo. Serenaron los ánimos, refrenaron los ímpetus, y apaciguaron a todos lo mejor que pudieron. —Dígame, señora ama: —preguntó el barbero—¿qué ocasión ha dado este infeliz de Sancho para semejante alboroto? ¡Dígalo él, si lo sabe —respondió el ama, todavía amostazada. —Si lo sé; pero me fueron a la mano, que si no..... ¡A esta hora cada uno estaría en su hato! ¡A tiempo llegaron sus mercedes!.... Y quédense allí las cosas, y yo me entiendo. ¡Ah, señbr bachiller mío! —añadió dirigiéndose a Sansón, que tomaba gran gusto de esta pendencia. —¿Quién no sabe el apego y la fidelidad con que serví a mi señor don Quijote? Villano soy, de entraña rústica, y no sé migaja de letras, pero no echo las mercedes recibidas en saco roto, y para mi santiguada que tengo buena memoria. Quisiera llevarme conmigo a Rocinante, tenerle a mi alcance cada y cuando me viniera en gana, y darle la compañía de mi rucio, de quien es el mejor amigo. Le cobré cariño en esos andurriales por donde juntos anduvimos, y de haberle en mi casa, sólo en el Cielo pudiera apetecer vida más regalada. Con este pensamiento víneme a ver la señora sobrina, porque al ama nadie la ha metido en este negocio, y no soy tan porro que no eche de ver la mucha ojeriza que me tiene y lo muy bien enemiga mía que es la bellaca, y pretender merced alguna de ella es como pedir cotufas en el golfo. Ayúdeme, señor bachiller, en esto que deseo, y ponga su poder en que la señora sobrina acceda lisa y llanamente a lo pedido, y no se pare en trámites, porque me corre mucha prisa de reunirme con mi oíslo, amén de que la grita me ha despertado la gana de yantar. —¡Miren al bribonazo con lo que sale! —clamó nuevamente el ^ama.— ¡Vea la señora sobrina lo que hace, y tenga mucho tiento con este alma de cántaro, que es marrullero y socarrón por todos lados! Con esto y con negar la sobrina la gracia que Sancho pedía, diciendo a grandes voces que le robaban la hacienda y la despojaban de lo suyo, se renovó la campaña con tal encarnizamiento, que no hay para qué encarecerla. Aturdía el ama con sus gritos; subía de tono la sobrina, y Sancho para las dos tenía que le sobraba, y a los denuestos de una y otra respondía con malicias de que siempre tuvo buen acopio. Volvíase loco el barbero por calmar a lee contendientes de esta calurosa pendencia, temeroso de que llegaran a las manos, y aun a los p:es si les venía en talante; agonizaba de risa el bachiller, muy aficionado a semejantes riñas,*como bravo estudiante de