, ------- Bill x X 0 s EROES ANONIMOS DEL AIRE piloto cuerpo y una AEREO REQUIERE UNA INVEROSIMIL SUMA DE AUDACIA L espectáculo es siempre variado y siempre el mismo. El aspecto exterior de las cosas permanece inmutable, pero cuán difícil saber el cú- mulo de emociones mezcla de terror, de ambición, de esperanza, de idealismo que palpita en el alma del piloto a cada nuevo viaje! Todos los días a la caída del crepúsculo, la silueta delgada y elegante del avión, tendido con aire displicente en el campo de aviación, espera la negada del camión con el correo. La operación es rápida. En pocos minutos las valijas selladas pasan al compartimiento de la aeronave. En la cúspide de una torre gigantesca los potentes reflectores iluminan el espacio marcando un camino de luz que señala una ruta azarosa, la ruta por donde ha de ir, pese a cuantos contratiempos se presenten, el portador del correo. El aviador asegura en su los aparejos del paracaídas vez convencido de que está en orden perfecto, se mete a la estrecha, cabina del aparato. Allí se pone el casco y. acto seguido, el pesado ruido irlel motor comienza a poblar el silencio de la. noche. En cinco minutos el motor está listo para emprender el vuelo. Una señal, y el aparato se va remontando poco a poco, perdiéndose en el éter donde no encontrará más compañeros que las nubes por encima y el mar por debajo. Él aviador va hacia la noche que ha de conducirlo, si la suerte le es propicia, hasta las ciudades luminosas donde cientos de miles de seres sufren y mueren sin haber sentido una sola vez en su vida, la emoción que en este hombre es cosa de todos los días. En el pequeño pájaro mecánico va. la suerte de muchas personas y de muchas empresas, guardada entre un sobre y encomendada a esa cosa tan frágil que es un hombre perdido en el éter. Sabe con la corteza nacida de un hondo sentido del deber que pase lo que pase, contra el mar y contra el cielo y contra las tempestades, el correo debe llegar a su destino. Cada una de las estaciones, primavera, invierno, verano y otoño tienen para el aviador almacenado un acervo de peligros: la incierta primavera con ráfagas y lluvias que cambian el curso de la ruta; el verano con su cortejo de truenos y de rayos; el otoño con sus repentinas nieblas que cierran los caminos del espacio; el invierno con sus continuas heladas y sus tempestades de nieve. Siempre el peligro por delante; el peligro de los elementos conjurados contra un hombre sin más armas que la terca voluntad de ir a donde tiene que ir, porque este es su deber. Y casi siempre llega, porque “HAY QUE LLEGAR”, según reza el lema adoptado por el cuerpo de correo. La empresa de llegar es en algunas o-casiones, un verdadero triunfo de heroísmo. Para darnos cuenta de las terribles peripecias por que pasan algunos Je estos intrépidos pilotos, debemos escuchar los recuentos de sus a-venturas narrados por sus propios autores. Uno de ellos, con un cargamento de 1,200 libras do correo, salió a las tres de la mañana teniendo que volar por regiones montañosas del oeste de los Estados Unidos, cuando el termómetro mar-caba varios grados bajo cero. “Tenía que llegar nos dice el piloto, “a la ciudad de Cheyenne, situada a unas quinientas millas del aeropuerto de donde había salido. Apenas pasada la mitad del camino, por ahí a unas 260 millas, las luces de los faros luminosos se perdieron entre la espesa niebla que me rodeaba”. Durante varias horas el piloto voló por encima de la tempestad, perdido en el éter inmenso, hasta que al fin pudo llegar a un lugar cer- VEMOS ARTICULO en tanto con furia A" fr'i ¡V cu Y VALOR» QUE cano donde se proveyó de combustible, pues el que llevaba se estaba agotando. Nuevamente emprendió el vuelo hacia Cheyenne situada a 2000 metros sobre él nivel del mar, teniendo que remontarse a una gran altura. “La tempestad arreciaba cada vez más0 agrega el aviador, '‘sirviéndome más el instinto que los instrumentos que ya poco me ayudaban. A todo esto se agregaba la calamidad de estar volando siempre por sobre montañas, lo que me obligaba a remontarme más y más cada vez, con serio peligro de chocar contra algún peñasco. No sé a ciencia cierta cuanto tiempo anduve perdido entre la" violenta tempestad hasta que al fin, a una distancia que me pareció inconmensurable, tal era la angustia y el deseo que llevaba de a-rribar al aeropuerto, alcancé a divisar los faros luminosos de Cheyenne. Haciendo uso de toda la velocidad del aparato, me dirigí hacia donde estaban las luces y aterricé en el campo, pasada la media noche, cuando ya mis compañeros me daban por perdido. El correo, una vez más había llegado sano y salvo a su destino”. El piloto así lo comprendió. El correo tenía necesariamente que llegar esa noche a su destino, pese al horror de la tormenta y a cuantos percances pudiesen presentarse en su ruta atmosférica. El aparato volaba a una velocidad pocas veces alcanzada por ninguna aeronave. por sobre las peligrosas cordilleras^ que la tempestad se desencadenaba ________ inaudita. Parecía que el viento y la nave estuviesen empeñados en sostener una descomunal carrera, de la cual dependiese la suerte de un mundo. La máquina impulsada, por su propia fuerza y por la de las ráfagas heladas en donde flotaba como un pedazo de papel, parecía un juguete. El aviador se daba cuenta cabal de que aunque quisiese retroceder, no era posible puesto que hubiese tenido que volar contra la tempestad. Con los primeros relámpagos que, con su incendio reemplazaban a los más poderosos *eflectores, se desencadenó un aguacero to-'rencial. Para evitar la tempestad y poder condonar el camino, era necesario remontarse inn más, pero las nubes eran de tal densidad, lúe impedían la ascensión del aparato. A cada inevo relámpago, el cielo parecía abrirse en pe-lazos por donde salían pesadas columnas de lamas. Toda ruta que se extendía por delante daba la impresión de un largo camino de fuego ... De repente un ruido atronador pareció desgarrar el firmamento. El aeroplano oscilaba entre las nubes, perdido el control, perdida la ru- tal densidad ta. El aviador apenas se daba cuenta de lo que sucedía a pesar de que la hebilla de la correa de seguridad vuelta al revés, Je indicaba que el aparato estaba volando en sentido invertido. En su angustia, trataba sin embargo, de conservar su sangre fríá manteniendo los frenos en el mejor orden posible y esperando, de un momento a otro, que el aeroplano se incendiara. Sólo aquellos que hayan estado en trance parecido, podrán darse cuenta de estos terribles momentos de ansiedad, pues el lector, por muy imaginativo que sea, no alcanzará nunca a comprender todo el horror de esta aventura. Eugene Brown, otro aeropostal, nos ha narrado un episodio que por su bello gesto humano, atrevido y cordial merece consignarse en una evocación. En cierta ocasión, a eso de las cuatro de la madrugada, el aviador se disponía a aterrizar en un aeropuerto, cuando de repente divisó un gran incendio justamente debajo de su nave. Su primer impulso fué gritar con todos sus pulmones dando la voz de alarma, pero comprendió cuán fútil resultaría este esfuerzo desde la altura inverosímil en que se encontraba y, además, estaba en el deber ineludible de entregar la valija del correo a una hora de-terminadá. Descendió casi a flor de tierra con la esperanza de que hubiese alguien c¿juc pudiera anunciar el peligro, pero nadie, absolutamente nadie se divisaba por los alrededores. Las llamas crecían cada vez más y entre las llamas iban sin duda a perecer unos cuantos seres humanos si alguien no daba cuanto antes el grito de alarma. Los reglamentos aeroposta-los no han previsto aún este caso en sus códigos y por lo tanto, el aviador podía, con toda libertad, tomar medidas para evitar la muerte segura de los desprevenidos moradores de la casa presa, de las Pamas. Ensayó unos cuantos vuelos casi al nivel de los tejados, pero viendo que con esto no llamaba la atención, resolvió descender y remontarse unas cuantas veces, haciendo un ruido infernal con el motor en sus consecutivas subidas y bajadas. El motor sacó a unos cuantos moradores de sus lechos, que medio atontados por el sue?* o no comprendían lo que estaba sucediendo. Brówn desde la altura pudo ver con satisfacción que había logrado despertar a los dormidos habitantes para salvarles de las llamas. Prosiguió su camino a entregar su preciosa valija con más de dos horas de retraso. AI día siguiente el administrador de correos recibía unas cuantas cartas de los vecinos del lugar, dando cuenta del heroísmo de Eugene Brown quien milagrosamente los había salvado de una muerte segura. ---------------)o(-------- MEDITACION Cuando amaneció la mañana radiante de la creación y el mundo despertó ante la, sonrisa de Dios; cuando los reinos desiertos de la oscuridad y de la muerte sintieron el soplo de la Omnipotencia que conmovía sus profundidades, los globos espléndidos y las esferas inflamadas se elevaron por miríadas del abismo del vacío, en medio de una alegría de juventud, y al avanzar por las profundidades crecientes del espacio, sus voces argentinas se unieron para cantar a coro. Y he aquí la canción que entonaba una de las más brillantes: ¡Adelante!, ¡adelante! por los vastos cielos, por los bellos campos do azul que se extienden ante vosotros. Bogad soles acompañados de mundos que giran en torno vuestro; bogad, planetas suspendidos sobre vuestros polos giratorios, con vuestras islas de verdor, vuestras nubes blancas, y vuestras ondas extendidas como una luz fruida. Puente de gloria, descubre su faz y la luz desborda en el espacio sin límites. Al bogar, bebemos las mareas luminosas en nuestro límpido éter y nuestras praderas floridas. ¡Ah. bogad más allá de los vivientes esplendores, seguid cantando vuestro alegre camino. Mirad, mirad... allá lejos a través de nuestras hileras chispeantes, en el azul infinito, estrella tras estrella, cómo brillan y florecen al pasar en su rápida, carrera, cómo corre el verdor sobre su masa rodante, y cómo los vientos ligeros señalan su paso con pequeñas ondas estremecidas y la inclinación de los árboles jóvenes. ¡Ved! El día más brillante vierte sus rayos y el Arco Iris se suspende en la onda de la atmósfera. encendida. Ved los crepúsculos de las mañanas y las tardes, riquísimo en matices, descender sobre los planetas; para verter su rocío en las regiones fecundas y ved la noche que los cubre con su cono de sombra. ¡Adelanto, adelante!, en Jos boscajes en flor, en la dulce brisa que envuelve las esferas, en el mar y los ríos que biillan con Ja. aurora, ved el amor (fue se propaga, ved la vida que renace, ved millones de seres que respiran y se apartan de la noche, para gozar, como nosotros, en el movimiento \ en Ja luz. Deslizaos en vuestra belleza, ¡oh, esferas plenas de juventud!, deslizaos en la gloria y en la alegría que se extiende hasta las más lejanas fronteras del firmamento, reino visible do aquel, cuya frente se oculta tras un velo ante el cual palidecen nuestras luces. Q. Gurwr^ AsttoviL