LA INVOCACION DE LOS SANTOS 5 Si se hacen tales revelaciones en el orden natural, ¿qué no podremos esperar en el mundo sobrenatural? Si la ciencia nos ha dado medios fáciles y rápidos para, comunicarnos con nuestros prójimos que están lejos, ¿de qué métodos no podrá valerse el Dios de la Ciencia, para fa-' dlitamos que nosotros nos comuniquemos con nuestros hermanos que están en la eternidad? “Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, que las que hayas soñado con tu filosofía,” dijo un poeta. Que los espíritus de los justos en el cielo están familiarizados con las cosas de la tierra, se desprende claramente de los siguientes pasajes de la Sagrada Escritura. El venerable patriarca Jacob, en su lecho de muerte, rogaba así por sus dos nietos: “El Angel que me ha librado de todos los males bendiga a estos niños” (Gen. XLVIII, 16). Vemos aquí a un s^nto patriarca que fué singularmente favorecido por Dios Todopoderoso, e iluminado por visiones sobrenaturales. Padre del pueblo escogido de Je-' hová, solicitando del Angel del cielo la bendición para sus nietos. Y a la verdad no podemos suponer que él fuese tan ignorante para rogar a quien no pudiese oírle. El Arcángel Rafael, después de haberse descubierto a Tobías, le dice: “Cuando tu orabas con lágrimas, y enterrabas los muertos y te* levantabas de la mesa a medio comer, yo presentaba al Señor tus oraciones” (Tobías XII, 18). ¿Cómo pudo el Arcángel haber presentado a Dios las oraciones de Tobías, si no hubiese tenido noticias de tales súplicas? Pasando ahora del Antiguo al Nuevo Testamento, Nuestro Salvador declara que: “harán fiesta los Angeles de Dios por un pecador que haga penitencia” (S. Luc., XV, 10). Los Angeles, pues, se alegran cuando nos arrepentimos de nuestros pecados. ¿Y qué es el arrepentimiento? Es un cambio en la disposición del corazón, y por lo tanto una operación interior de la voluntad. Luego . ros Santos están familiarizados, sin que sepamos como, no solamente con nuestras acciones y palabras, sino también con nuestros pensamientos. Y si los Angeles no cuidan de los hombres, siguiendo paso a paso su vida, ni oyen sus oraciones, ¿porqué dijo Nuestro Señor: “Mirad que no despreciéis a ninguno de estos pequeñitos: porque os hago saber que los Angeles le su guarda en los Cielos están siempre viendo la cara de "mi Padre celestial?” (San Mateo, XVIII, 10).