EZ PADRE CUEVAS TJSTIN, Texas, febre /■ ro de 1932.—llevar a M México si no los ori-gi nales, cuando me-C H / nos Iaa C0I)íaS„ íotostá- ticas de los millares de documentos preciosos de la Biblioteca García de la Universidad de Texas, es una de las tareas dei Padre Mariano Cuevas, prominente historiador mexicano. Entregado a la búsqueda de documentos en el precioso archivo de la biblioteca García, el Padre Cuevas pasa la mayor parte de las horas del día. “¡Qué emocionante es ésto!’', exclama el autor de la historia de la Iglesia en México, examinando uno tras otro los millares de documentos, inéditos en tui mayoría. “Trabajo aquí cuatro, cinco, seis horas; trabajaría más; es un trabajo que me satisface; que me engolosina”, dice ej culto jesuíta Don Mariano Cuevas es el único a-Biduo concurrente a la biblioteca García, y gran partido saca de la búsqueda de documentos. Cuando se le pregunta qué trabajo tiene en preparación, el historiador responde: “Quiero escribir sobre los capítulos más interesantes de la historia de nuestro México independiente.. Todavía tenemos que hablar de muchas, muchísimas cosas ... “Por ejemplo, podríamos hablar del patriarca de los liberales, don Valentín Gómez Parías” MUCHAS COSAS PENDIENTES Y el Padre Cuevas hace un gesto lleno de malicia, añadiendo con una sonrisa : “Ah, cuántas cosas tiene Parías pendientes ... Nada más hay que echarle una mirada a estos papeles... Vea, vea, cartas de su puño y letra y estas poquitas que tengo aquí, son suficientes para retratar al patriarca de los liberales . Nuevamente sonríe con malicia el autor de la historia de la Iglesia, añadiendo: “Podría hablar también, por ejemplo, de la traición de Querétaro... Me parece que don Alfonso Junco ha estado muy acertado en su interesante obra; pero quizás todavía falta algo nuevo..” Cuando se le pregunta si él cree que el coronel López al entregar la plaza do Querétaro a los liberales a las órdenes del general Mariano Escobedo, había obrado por orden del Emperador Maximiliano, el Padre no puede contener una exclamación: “¡Imposible! ¡López fué un traidor a su Emperador!” El culto jesuíta hace un gesto despectivo, añadiendo: “Conocí a López; era yo muy joven y varias veces tuve la oportunidad de ver le muy de cerca; siempre me pareció que había sido un traidor y que había entregado la plaza de Querétaro, obrando por su propia cuenta. “Pero jamás había tenido las pruebas que he tenido ahora en mis manos, para confirmar mi pensamiento. “Sí; el coronel López fue un traidor al gobierno imperial; entabló pláticas ron los liberales y por un precio entregó la plaza”. Cuando se le pregunta qué razón pudo haber tenido Maximiliano para entregar al coronel López una carta autorizándolo para entrar en arreglos con los liberales sobre la rendición de Querétaro, el culto jesuíta añade: “Esa carta exhibida por López era falsa. El Emperador Maximiliano no pudo haberle dado tal documento. Por otra parte, los peritos en la materia han dictaminado en el sentido de que la firma del Emperador era apócrifa”. EDAD INCIERTA El Padre Cuevas es un tipo nervioso, trabajador incansable. Gusta de la discusión y con su vastísima cultura, sabe discutir. Gusta el historiador, de toda la verdad, y quizás lo único que oculta es su edad. Cuando el representante de los Periódicos Lozano le preguntó cuántos años tenía, el Padre, interrogó a su vez: ‘■¿Pues cuántos años me calculaF* Cuarenta ?/ -3¡y " * * - ■ .> -x El Padre Mariano Cuevas, en compañía de don Carlos E. Castañeda, encargado de la Biblioteca García, en la Universidad de Austin, Texas. mera obra, y desde entonces ha venido produciendo año por año. Su último libro, después de la historia de la Iglesia en México, ha sido el monumental Album del IV Centenario Guadalupano. El Padre llegó a Austin hace poco más de cuatro meses, con el exclusivo objeto de emprender una búsqueda de documentos en la Biblioteca de don Genaro García. Trabajador infatigable, el Padre llega a las nueve de la mañana a la biblioteca; suspende su laborioso trabajo durante dos horas para tomar el “lunch” y, por fin, termina sus lalwres a las cinco de la tarde. SUS LIBROS NO LE DEJAN DINERO AI preguntársele si sus libros le han dejado mucho dinero y si es rico, adivinando el objeto de la pregunta, responde con franqueza: “No; ni mis libros me han dejado gran dinero, ni tampoco soy rico. “Mis libros no sólo no me han dado dinero, sino que me lo han quitado. Las investigaciones históricas; las copias de todos los documentos tomadas lo mismo aquí que en España y Roma, son muy costosas; todo eso implica un déficit constante en mis cuentas.. No hay, pues, ganancia con mis libros. “Pero entiendo lo que usted quiere saber... ¡Ah! ¿con que usted quiere saber cómo resuelvo mi problema económico cotidiano?... “¡Hombre! Recuerde que soy jesuíta, y un jesuíta tiene resuelto su problema, económico”. Cuando se le pregunta si la Compañía de Jesús en México es rica, contesta rápidamente: “No, no; la Compañía de Jesús en México es bien pobre... Ya la historia ha dicho por qué la Compañía es pobre en México... ” Durante las largas horas que el culto historiador mexicano permanece en la biblioteca de la universidad texana, revisa uno a uno los documentos inéditos de la Biblioteca García. Muchos los hace copiar en máquina; de otros obtiene copias fotostáticas. SUS PLANES FUTUROS Explicando sus planes, el Padre dice: “Después de varios meses de trabajo aquí, iré a México, cargado de material histórico”. Al preguntársele cuál período de la historia mexicana le interesa más, contesta : “No puedo decir que uno me interesa más que el otro : tan rico para, la historia el período colonial, como el de la Independencia, como el actual.. . “Pero, por ahora, tengo puestos mis ojos en ej do la Independencia”. Enseguida explica, que aún sin preparar un trabajo preciso sobre determinado capítulo de la historia,/desea pasar una y muchas veces sobre el capítulo de la guerra con los Estados Unidos en 1847. “He encontrado—dice—una serie de documentos interesantísimos. Lástima que gente interesada en que los nombres de algunos malos mexicanos no figuren en la historia, haya destruido algunos de estos documentos. “Por ejemplo, aquí tengo esta carta interesantísima; pero que no podemos confirmar que fue escrita por el personaje americano que supongo, debido a que alguien dolosamente cortó la firma de quien la escribió. “Sin embargo, esta preciosa colección formada por don Genaro García, todavía nos guarda muchas sorpresas”. Continuó diciendo el Padre Cuevas, que después de cuatro meses de trabajo ha logrado examinar la mayor parte de los cuatrocientos mil documentos que forman parte de la colección. AI preguntársele sí no siente cansancio alguno después de seis u ocho horas de intenso trabajo intelectual, dice: “Jamás he llegado a sentir cansancio. El trabajo de la búsqueda, produce una serie de emociones capaces de hacer sostener en pie ai hombre más débil. “Revisando tanto y tan preciosos documentos, se van las horas y muchas veces lamento que el día sea tan corto. “Cualquiera que se dedica a la búsqueda de documentos históricos, siente más y más el aguijón de la curiosidad, y creo que en lugar de sentirse cansancio, se siente satisfacción. ,fEl trabajo más fatigoso para el historiador, es, sin duda alguna, ej de la composición. “Pero cuando estoy escribiendo algún libro, sólo dedico tres o cuatro horas, cuando mucho, a dictar”. El Padre Cuevas es tan sencillo, qu« cuando se intenta retratarlo en el pati^ de la Universidad, pide: “Hombre, que no sea en el patio, por^ que temo atrozmente la curiosidad d« los estudiantes ... ” -------------)o(------------- DE CAZA MA YOR (Viene de la la. Página) hasta el lago Kipewa, distante unas trea horas de Mattawa. Allí nos embarca» mos en un moderno y bellísimo vapor que nos condujo hasta las playas del Bois Blanc, otro lago situado a unas cuantas millas de distancia, donde resolvimos instalar nuestras tiendas de campaña. La travesía por estos grandes y solitarios lagos canadenses, es verdaderamente maravillosa en los días de sol, pero un tanto melancólica durante la desolada estación otoñal cuando las hojas amarillas alfombran los senderos y la "'aturaleza toda parece que se enluta. Como el equipaje que llevábamos era bastante numeroso, empleamos tres días en su transporte. El muchacho llegó a cargar sobre sus hombros hasta cien libras de peso y gracias a él pudimos apresurar el viaje en canoa, hasta el campamento de nuestras operaciones, al otro lado del Bois Blane. Una vez instalados allí, el chico se internó en el bosque y empezó a dar voces que a mí se me antojaron las de un loco. Luego me explicó que éstas tenían por objete provocar una contestación de !os animales en pos de los cuales íbamos, pero no fue posible obtener respuesta alguna. Yo sabía de antemano, que la región donde estábamos era rica como la que, más en antas, renos, venados y osos de todos tipos y tamaños, pero desde luego, se esperaba encontrarlos a cada paso de la senda por donde anduviera. La, noche fue lluviosa, pesada y triste. En mi 'preocupación, la preocupar ción natural de quien duran te muchos años ha pasado acariciando una idea fija, pensaba qué desilusión tan grande no habría de sufrir, si no encontraba la tan ansiada y tan soñada presa. Al otro día por la mañana, resolvimos embarcarnos en una de las canoas con amplias provisiones y hacer una detenida excursión por los alrededores del lago, con la esperanza de encontrar indicios de lo que buscábamos. Anduvimos el día entero por el lago y hacia el anochecer, el muchacho volvió a repetir las mismas enigmáticas llamadas, pero sólo el eco prolongándose por las inmensas soledades le contestaba. Al día siguiente, cuando yo ya empezaba a perder la esperanza de encontrar nada que valiera la pena y tenerme por lo tanto,, que regresar sin haber logrado mi objeto, escuchó una larga llamada de trompeta con la que el chico me anunciaba que había indiciofl de algo; acto seguido, alcáncé a divisar entre unos matorrales un gran animal negro que se perdía entre la maraña de la selva. Este animal resultó ser, un oso, lo que me desalentó un tanto, pues yo iba tras de las antas, como la más codiciada de las pr sas. Algunos minutos después volvimos a. escuchar un ruido prolongado, pero como mi imaginación estaba un tanto excitada y, desde hacía algunos días había estado usando grandes dosis de quinina para curarme un viejo paludismo contraído en las regiones africanas, pensé que esto no era más que una ilusión de mis sentidos. Pero en seguida, oí distintamente un ruido de hojas y luego algo que se sumergía en el agua. “Es un anta”—murmuró el muchacho,—“y viene hacia nosotros por el otro lado del lago”. El silencio era completo a nuestro alrededor, lo que me alegró, pues el menor ruido hubiese tile jado irrimisiblemente la presa que con tanta inconsciencia venía hacia nosotros por entre la floresta. A medida que avanzábamos, el ruido del animal en el agua era más y máB claro, hasta que al fin, mirando por un claro del bosque lo pude ver distintamente. Era esta la primera anta que venía en mi vida, y parecía un bello ejemplar. A medida que se acercaba crecía de tamaño hasta el punto de que se me antojó un inmenso animal fantasmagórico, cuya gruesa y estriada cornamenta se extendía a los dos lados del cuerpo, dándole un aspecto imponente y extraño a la vez. Me parecía que estaba solo a unas doscientas varas de distancia de mí, pero como esperaba que se acercase aún más, resolví no hacer fuego, hasta estar enterar mente seguro de que daría en el Llaor (Pasa a la Página Quince) PAGINA 2