OFRENDA Los balcones ojivales de nn eoevento carmelita. Perpetúan en sus marcos, cual prodigio de cristal. La litúrgica vidriera que a un maestro mosaita Encargó un prior de Hipona por decreto rectoral. Un infolio venerable, en romance franco anuncia * Que sus goznes y sus llaves, maravilla de cincel. Fueron la obra legendaria de un orfebre de Maguncia Que emigró al país de Hungría, bajo el reino de Isabel. Cuando el sol gasta su aljaba en los ónices ,del coro. Asemeja la vidriera zodiacal constelación. Sumergida en el encanto de un crepúsculo de oro Que realza sus matices de jacinto y corindón: Bajo el beso de mil lirios—un floral beso de seda— Ciñe el Ñiño Dios un nimbo de un reflejo aurisolar; Sus pañales son de un lino tan hermoso, que remeda El vellón de bella espuma que en las ancas tiene el mar. Y María—Oh alegría, oh ambrosía, oh melodía!— Más sagrada que los óleos de la unción del rey Saúl, En su manto azul, glaciado de menuda pedrería. Está envuelta, como el sueño de algún astro en lago azul. José vela en los portales con su vara de azucenas Y su manto de gran púrpura como un viejo emperador; A sus pies están ardiendo suaves mirras agarenas En brasero que es la boca de un dorado aligátor. , Suaves mirras que extrajeron de un jardín de mil corolas. Los tres magos orientales cuya pompa es toda real: Bajo un cetro de oro fino resplandecen sus estolas Y sus mitras eminentes, de un prestigio arzobispal. Respirando un vapor de oro por sus túmidas narices. Descendió el Toro celeste que preside al sol de Abril; Lleva atados en sus cuernos por guirnalda cuatro lises, Y la estrella Sahil luce enclavada en su perfil. Y la mística paloma, en un claro azul distinta. Lleva en el pico una cinta de grana, como pendón; Santa Dei Genitriz, dice en la grana de la cinta. Decorada como el regio pectoral de Salomón. Sobre el rústico pesebre de las altas glorias, llega, ■—Resonante de alabanzas su magnífico ctarín— Y a la puerta del pesebre como un cisne astral despliega Sus dos alas, cual dos liras, un inmenso serafín. Cuando el diácono salmodia, segundado del arpista. Las perínclitas secuencias ante el negro facistol, Y en los dedos abaciales centellea la amatista, Y la carne de las hostias resplandece como un sol. La vidriera de colores estremécese en su hueco, Conmovida como al paso de un armado palafrén, Y parece que resuenan en el ámbito del eco, cuarenta mil campanas de una ideal Jerusalén. Leopoldo LUGONES.