El Gas de la Muerte Por Pierre Loti Traducción de “Revista Mexicana” Un sitio de horror, que se creería imaginado por el Dante. El aire pesado, sofocante; dos o tres pequeñas veladoras que parece tienen miedo de iluminar demasiado, atraviesan apenas una obscuridad brumosa, cálida, llena del olor del sudor y de la fiebre. Gentes atareadas cuchichean con ansiedad. Pero lo que más se oye son estertores agónicos. Estertores que nacen de una serie de pequeños lechos, alineados hasta tocarse, sobre los que se distinguen formas humanas, pechos sobre todo, pechos que se agitan con fuerza, apresuradamente, y que levantan las sábanas como si hubiera llegado la hora final. ... Es una de las ambulancias en la linea de combate, improvisada como se pudo, al día siguiente de una de las más infernales abominaciones alemanas. Todos esos hijos de Francia, que parece van a lanzar el último suspiro, no pudieron ser llevados más lejos, por la gravedad de sus lesiones. Esta gran sala de paredes desportilladas era una bodega para barricas de champaña, esos pequeños lechos, —unos cincuenta,— han sido fabricados con priesa febril, con ramas que aun conservan la corteza y parecen lo que en nuestros jardines se llama muebles de estilo rústico. Pero ¡por qué este calor, casi irrespirable, que exhalan las estufas? —Es que nunca hace demasiado calor para pulmones de asfixiados.—Y ¿esta obscuridad? ¿por qué esta obscuridad, que da un aspecto dantesco a este lugar de martirio y que debe de incomodar tanto a las blancas y dulces enfermeras? Es que los bárbaros, están ahí, en .-ns agujeros, muy cerca de esta aldehuela en la que, para divertirse ‘mis dé-tina vez, han aplastado las casas y el campanario y si con sus anteojos siempre listos, distinguieran ejti este triste anochecer de noviembre, encenderse la serie de ventanas de una larga sala, al punto husmearían una ambulancia y los obuses lloverían sobre los lechos humildes: es conocida su predilección por ametrallar hospitales, convoys de la Cruz Roja, Iglesias!.... Asi que apenas se ve, en uria especie de bruma desprendida del agua que hierve sobre calentadores. A ca da instante, las enfermeras traen enormes globos negros y los que más luchan en la agonía de la asfixia tienden sus pobres manos implorándolos: es el oxígeno que los hace respirar mejor y Sufrir un poco menos. Muchos de ellos tienen de estos globos negros, sobre el pecho jadeante y, en la boca, guardan ávidamente el tubo por donde se escapa el gas salvador; se diría que son niños grandes con su biberón, lo que pone algo como una bufonería macabra en estos cuadros de horror. La asfixia, según la constitución de cada uno, tiene efectos diversos, que exigen formas diferentes de tratamiento. Algunos, casi desnudos sobre su lecho, están cubiertos de ventosas, o bien todos untados ue tintura de yodo. Hay otros también —oh! los más gravemente dañados, — que están enteramente hinchados, el pecho, los brazos, el rostro, y que parecen muñecos de goma inflados.... Muñecos de goma, niño:; con biberón, aunque estas comparaciones sean las únicas exactas, parece sacrilego emplearlas cuando la angustia oprime el corazón y se sienten ganas de llorar, llorar de lástima, llorar de rabia!.;... Puedan estas comparaciones brutales grabarse mejor en los espíritus, por su misma inconveniencia, para conservar más largo tiempo el odio, la indignación y la sed de santas represalias! Porque hay un hombre que nos ha preparado detenidamente todo esto, y ese hombre continúa viviendo; vive, y como el remordimiento es desconocido, sin duda para su alma de rapaz, es incapaz de sufrir si no es el furor de haber fallado el golpe al menos por esta vez. Antes de desencadenar la muerte de esta manera sobre el mundo, fríamente había combinado todo, previsto todo: “Y si a pesar de todo, se dijo, mis grandes cargas a lo rinoceronte y mi enorme maquinaria de carnicería llegaran a encontrarse, por imposible, con una resistencia demasiado espléndida?... Entonces osaré quizás, confiado en la complicidad de los neutrales, si, osaré desafiar a todas las leyes de la civilización, y emplearé otros medios .... Preparémonos, a todo evento.” En efecto, la embestida no tu vo éxito y, con timidez al principio, temiendo aún el disgusto universal, ocurrió a la asfixia, después de haber ensayado, por supuesto, el desvirtuar la opinión con sus mentiras habituales, acusando a Francia de haber tomado la iniciativa. Como cínicamente lo esperaba, no ha habido ¡ay! una rebelión general de la conciencia humana. Y como ante los crímenes precedentes,—pillaje sistematizado, destrucción de catedrales' violaciones, matanzas de niños y de mujeres,—los Neutrales no se han conmovido; parece verdaderamente que la mirada turbia, feroz y muerta de su cabeza de Gorgona o de Medusa los ha congelado a todos en su sitio. Y en el momento en que escribo, el último de los gorgoniza-dos por la mirada del monstruo es ese pobre rey de Grecia, inconsistente y torpe, que tiembla al borde del abismo de las peores felonías. Que haya neutrales por terror, Dios mío, se lo explica uno; pero que haya pueblos y de grandes cualidades, que hayan podido permanecer germano-filos, va más allá de nuestra comprensión. ¿Por qué maniobras han conseguido cegarlos, con qué calumnias, o por qué cohechos?.... Nuestros queridos soldados, con el pulmón abrasado, jadeantes sobre sus pequeños lechos “rústicos,” tienen una expresión de gratitud cuando, siguiendo al médico, se aproxima uno a ellos y miran con ojos llenos de bondad, cuando se les estrecha la mano. He aquí a uno, inflado como un globo, inconocible sin duda para aquellos que no lo hubieran visto sino antes de esta horrible hinchazón; a quien si se le tocan, aun lo más ligeramente posible, las pobres mejillas distendidas, se siente bajo los dedos crepitar los gases infiltrados entre la piel y la carne. “Vamos, está mucho mejor que en la mañana," dice el médico. Y prosigue en voz baja, dirigiéndose a la enfermera: Comienzo a creer, señora, que también salvaremos a este; pero es necí1-sario no dejarlo ni un momento." Oh! recomendación inútil, porque no tiene ella la menor intención de dejarlo, la enfermera blanca cuyos ojos están empañados por cuarenta y ocho horas de una vigilia sin tregua. r