terribles las legiones cual de la mar las olas turbulentas que flagela el furor de las tormentas, se encuentran y se chocan y se rompen feroces y sangrientas........... ¿Y es verdad....es vendad?.... .Los invencibles, los que cejar no pueden, los tigres de Inkerman y Solferino, ¿aquí blanca la faz, perdido el'tino y con miedo en el alma....retroceden? ¿En dónde está su incontrastable arrojo? ¿En dónde su furor armipotente? ¿"Do el llegar y vencer que suyo haría inmóvil de terror el Continente? Las águilas francesas ¿no midieron, cruzando cl Oceano, cuánto eres, Libertad, grande y potente bajo el inmenso cielo americano?.... . Soberbias"te arrojaron sus legiones; y viéndolas llegar, en tu mirada las iras del ultraje centellearon; y vibrándo relámpagos tu espada sus golpes matadores el rayo dé la muerte fulminaron; sangrienta charca abrióse tu pisada, nada su rabia de leones pudo y ante tu fuerte escudo ellos, los invencibles....se estrellaron. ¡Y tres veces así!....Del Guadalupe quedaron las laderas de pálidos cadáveres sembradas, y de francesa sangre y sangre mexicana ¡ay! empapadas. Y cuando el so! de Anáhuac esplendente bajaba al Occidente, el ángel tutelar de la Victoria voló a arrancarle su postrero rayo, bañó con el de México la frente sellándola de gloria y con letras del sol Cinco de Mayo para los siglos escribió en la Historia. ♦ ♦ ♦ Entonces....tú lo sabes, Puebla mía, ¡oh, Puebla! cuya heroica bizarría nunca ensalzar como merece supe; tu nombre, sepultado en el olvido, aprendiólo la Francia al estampido del cañón que tronaba en Guadalupe. Cayó ese nombre en la soberbia Europa con el ruido triunfal de una Victoria, cayó vestido con el ampo de oro del sol de Mayo que alumbró tu gloria. Desde entonces, allá, bajo el sereno dosel de auroras que desplega Oriente, envuelta en alas de oro por la lumbre de aqueste sol triunfal, y coronada con el lauro que el tiempo no destroza del Guadalupe, yérguese en la cumbre la figura inmortal de Zaragoza. Las águilas francesas que algún día tendieron sobre el mundo ebrias de triunfo las potentes alas llevando entre sus garras las banderas vencidas y hechas trizas de naciones altivas y guerreras; las águilas que guiaron la fortuná sangrienta de los fieros Bonaparte, no pasaron su vuelo victorioso después, del Guadalupe en el baluarte. Y queda allí soberbio monumento de patriotismo y gloria, vistiendo con la sangre no lavada la púrpura triunfal de su victoria. Allí queda a su planta la esforzada guerrera de Atoyac, Puebla la bella, la tierra de mi hogar que guarda altiva cual cicatrices que la gloria sella, sus rotos muros, sus deshechos lares, sus calles destrozadas, y en pie las ruinas de sus glandes templos por la bala francesa acribilladas; elocuente patrón del heroísmo y del patrio denuedo, página de la Historia del mexicano corazón sin miedo. Allí queda la invicta amazona mostrando cual trofeo la palpitante herida del combate, por la cual, ante el sol, como en el roto pecho de los guerreros de Tirteo * se ve el valiente corazón que late. Allí queda ese fuerte de los libres ante cuyo granito la soberbia de los nunca vencidos se destroza; ¡allí queda ese campo de pelea donde hallaron las cruces de Crimea los cascos del corcel de Zaragoza! ¡Allí quedas, mi Puebla! Y si algún día arroja el extranjero el grito de la guerra a tu muralla, renueva tu osadía, vibra de nuevo el matador acero, desata el huracán de la metralla, fulmina fiero de la muerte el rayo, y la sangre del campo de batalla seque aún otra vez la esplendorosa lumbre de gloria de tu sol de Mayo. Manuel M. FLORES.