51 El Faro Dominical Siempre será mejor para el cristiano buscar sus amistades entre aquellos que temen a Dios. El Señor al Lado del Apóstol. Ya dijimos que Roma fué incendiada y grande persecución se desató contra los cristianos con este pretexto. , Se cree que Pablo fué acusado como cómplice de los incendiarios, y que este cargo lo pudo él desbaratar, haciendo su propia defensa. Nadie estuvo con él en ese juicio. Sin embargo, él sintió y afirma que Jesús estuvo con él y le dió fortaleza para que de sus labios o-yeran los gentiles el mensaje de la sal; vación. O de otro modo, Cristo lo salvo de la boca del león, o sea de la muerte, con el fin de que fuera aun predicado su evangelio. Y quién sabe qué diria el apóstol en su defensa. Quién sabe si como Pedro y Juan ante el concilio de Jerusalem les diría en su defensa esto o algo parecido: “Y en ningún otro hay salud, porque no hay otro nombre debajo del cielo dado a los hombres en que podamos ser salvos". Confianza en Dio*. El apóstol tiene una confianza muy grande y muy firme en la ayuda de Dios. Sabe muy bien que su vida esta en gran peligro, pero confía en que de todo ello sacará Dios el mejor partido para el mismo apóstol y para la gloria de su bendita causa. Como quiera que siguieran los días, ya fueran de obscuridad o de luz, de gozo o de dolor, él sabía que seria preservado para el reino celestial. La historia nos dice tan poco acerca del triste fin del apóstol. Pero se cree que fué juzgado como un traidor a las costumbres licenciosas del imperio y de aquella pervertida sociedad romana, juzgándose que de ese modo debilitaba el poder de la autoridad imperial que vivía lo mismo que todos. Y este cargo fué el que le trajo la muerte. Se cree que fué decapitado a unas trfes millas fuera de la ciudad. La tradición dice que una mujer llamada Lucinda que vivía junto al camino le dio sepultura. Aunque nadie sabe donde quedo su cuerpo, todos sabemos que su alma está coronada de gloria en el reino celestial. cristianos en toda Roma y sus contornos Toda clase de asesinato y tropelías se despertó contra los inocentes seguidores de Jesús. Empapados de grasa sus cuerpos y encajados en palos, ardían como antorchas humanas entre las risotadas de la plebe. Las jóvenes cristianas eran paseadas desnudas por los lugares públicos más degradados antes de ser sacrificadas. No había ninguna seguridad, ningunas garantías para los cristianos. Nadie podía quedarse en Roma sin riesgo de perder la vida. Y asi se explica que el pobrecito prisionero ile Jesucristo estuviera solo. El noble v culto Lucas estaba con él, pero todo mundo lo había abandonado. Ya no había oyentes que por grupos vinieran a escuchar su mensaje en la prisión. 1 or eso ruega a Timoteo que procure ir a verlo pronto. Le indica que lleve también a Marcos allá. Quería tener el placer de ver siquiera a sus compañeros de trabajos y de sufrimientos. La Capa y lo* Pergaminos. La prisión en que ahora estaba el apóstol no era ya una casa de alquiler, sino un inmundo y húmedo calabozo romano. Unas cuantas horas eran suíi-vientes para que las carnes se enfriaran bajo la humedad de estos calabozos, y para que los pulmones se angustiaran con el ambiente pesado y tenebroso. Las piernas de los que habían pasado ya tiempo en estas prisiones, se hinchaban con la humedad y perdían su natural movimiento. El apóstol sufría indudablemente con esta humedad y el frío del calabozo. Así se explica que suplique a Timoteo que le lleve una capa que el mismo apóstol había dejado en Troas. Los libros los necesitaba para distraerse, pues ya nadie acudía a oir su mensaje. Era él en su prisión semejante a un ave canora que enmudece en el invierno. Con sus libros divertiría el triste silencio de sus prisiones. Recuerda el aposto! en su prisión a un mal hombre conocido como Alejandro el metalero. Muy poco se sabe a-eerca de este hombre. Parece que era éste un apóstata del cristianismo. Como quiera que haya sido, el apóstol tenia algo que sentir de él y amonesta a Timoteo que se guarde de tal hombre. SECCION PRACTICA ILUSTRACIONES Augueto Cé*ar y Pablo. —Dadme un espejo—pidió el Empe rador Romano, cuando estaba a la muerte. —¿He tocado bien mi parte? si es así, aplaudidme—dijo a los que le ro-