Lección XIII. HERALDOS DEL REY Septiembre 23 4n 1928. UN PEQUEÑO FUMADOR El salón ardía de entusiasmo. La clase nombraba sus representantes al próximo consurso de Aritmética que tendría con la Escuela Superior. —Propongo a Manrique Hernández—dijo el chiquillo más travieso del grupo. —¡Secundado!—se escuchó por todo el salón. Y por unanimidad lo nombraron, sabiendo que no solo era el alumno más inteligente sino el más estudioso. Estarían bien representados. Y allá fueron llenos de alegría al salón donde se verificarían las competencias para presenciar su triunfo, pues lo tenían muy seguro. El Jurado tomó su lugar y los alumnos tomaron su cartera y su lápiz para ir anotando los puntos de los partidos. El profesor comenzó a dictar el primer problema y, antes de que hubiera terminado la última palabra, se levantó triunfante el que representaba la Escuela Superior. Nuestros niños se puedaron fríos de susto, de miedo, de desaliento. ¿Y Manrique? ¿Qué pasaba? ¿Habían elegido mal? ¿Los haría perder en todos los problemas? ¿Para qué entonces lo habían nombrado? El profesor revisó rápidamente los números de Humberto el vencedor y con su lápiz azul y rojo trazó una marca triunfal que atravesaba toda la hoja con un 10 del tamaño del mundo. —¡Arriba nuestra Escuela!—gritaban afuera los niños entusiasmados. De 10 problemas era la competencia y de ellos solo uno resolvió Manrique. —¿Qué te pasa?—le dijo después su maestro. Porque con los ojos llenos de lágrimas y avergonzado no quería ni ver a sus compañeros cuyas esperanzas había defraudado. —No sé, señor, no puedo pensar, ni trabajar aprisa como lo he hecho muchas veces en nuestra clase. —Está bien—dijo secamente el profesor que tenía la idea de que Manrique había adquirido el feísimo hábito de fumar y pensaba investigar sobre este particular. Fué a conferenciar con el padre de Manrique y, de acuerdo, le interrogaron, confesando él la verdad. Lo llevaron con un médico y al examinarlo dió estos tristes informes: —Este niño fuma dos cajetillas diarias de cigarrillos, se ha interrumpido notablemente con este motivo el crecimiento normal, sus sentidos se van entorpeciendo y su cerebro funciona de una manera muy pesada. Los músculos tienen todas las señales del envenenamiento, así como la garganta y los pulmones. Si no deja de fumar será un fracaso para sí y para su familia porque estará inutilizado para cualquier trabajo serio. Manrique prometió delante del médico no consumir un solo cigarrillo más, y lo ha sabido cumplir como un hombrecito.