514 REVISTA CATOLICA 27 de Julio, 1924. fuego. Vino Petronila, y el viejo Bernardo le preguntó cómo había hallado la ciudad. —Llena de soldados pontificios, contestó, que yo no sabía por dónde pasar para ir a mercar carne: tan grande es la multitud de soldados pollas calles y plazas. Allí están aquellos infelices tendidos en el suelo, el uno apoyado en su mochila, el otro, por haberla perdido o arrojado ayer en la batalla, arrimado a la pared. Quién lleva un solo borceguí, quién va sin morrión, quién lleva carabina, quién sólo bayoneta. Están -cubiertos de polvo, con el rostro ennegrecido, los cabellos desgreñados; uno con el uniforme hecho jirones, otros casi en camisa. Uno está vendado su brazo herido, otro la mano; éste tiene un rasguño de bayoneta en la mejilla, aquél todo el rostro ensangrentado, que da miedo el mirarlo. El uno duerme, el otro come, el otro bebe con su botillo: éste grita en tudesco, aquél otro en francés; los italianos hablan de los cañonazos de ayer, y el uno dice que dos balas le pasaron por encima de la cabeza y sintió el aire de otra qu'e pasó a un palmo de sus mejillas: otro contaba que el grueso tronco de un roble lo había defendido de la metralla. Yo atravesaba a prisa y encogida; pero no faltó algún bribón de italiano que decía: ¡ Qué guapa granadera! ¡qué excelente tambor mayor! Mas yo proseguía mi camino seria y sin hacer caso de cuanto me decían. —¿Y los zuavos, preguntó Olderico, los habéis visto? —Sólo vi unos cuantos en la plaza de la Santa Casa; pero al meterme en la iglesia a decir un Ave María a la Virgen Santísima, ¡qué parada quedé con lo que vi! Los zuavos sanos ayudaban a los heridos que en la tarde anterior habían sido conducidos allí, porque en el hospital grande y en el colegio de los jesuítas ya no cabían más. Pero ¡Jesús, María! ¡qué horror ver el pavimento del santo templo todo cubierto de paja y tendidos encima de ella tantos infelices señores, los cuales, al sacarles de las heridas las balas, lanzaban fuertes gritos. Las balas no eran redondas, sino como bellotas, y tienen una concavidad en el fondo que al salir del fusil se ensancha y forma una rosa. Figuraos, pues, qué dolor al sacárselas con aquellos instrumentos, y seguir con ellas carne viva! Héos aquí una que encontré en la paja y la recogí. ¿Qué os parece? ¿no veis qué garabatillos tan exquisitos? No es de extrañar que aquellos infelices chillasen tanto. ¡Pobrecitos! ¡Vi a algunos muy jovencitos pálidos, con un cutis blanco y delicado como el de las niñas de la ciudad; y no obstante, después de haber exhalado aquellos lamentos, callaban, oraban, se hacían la señal de la cruz, juntaban las manos, y se volvían hacia la santa Casa con ojos devotos, que me enternecían el alma y me movían a compasión; y no sabiendo cómo ayudarlos, entré en la santa Casa y postrada rogué por ellos. Allí cerca había uno que por no tener almohada reclinaba su cabeza en la tarima del altar y era hermoso como una flor: le administraron el santo Viático, y no lo quería recibir así echado, sino que probaba de levantarse, y dos zuavos por darle gusto lo sostenían sentado. Cuando hubo comulgado, lo volvieron a colocar poco a poco como estaba antes; uno de ellos le tenía la mano debajo de la cabeza y le hablaba en francés y parecía que se querían mucho. El penitenciario decía a la gente que había asistido:—Son hermanos; y el moribundo dice a su hermano: Consuela a nuestra madre, y dile que. muero contento, porque muero por la santa Iglesia y por el Papa. Díle que muero bajo el manto de la Virgen; en su casa, junto a la habitación donde el Arcángel le anunció el misterio de la Encarnación, y donde el Hijo de Dios fue concebido por obra del Espíritu Santo para abrirnos las puertas del paraíso. Apenas acabó, empezó a desmayarse, volvió los ojos a la santa Casa, diciendo siempre María, María; y expiró. Yo lloraba, todos lloraban; su hermano se arrodilló a su lado y lo besaba; le besaba también los ojos, hasta que vinieron dos zuavos, los cuales tomándolo por los brazos se lo llevaron de allí; y un tercero, sacando de su bolsillo un pañuelo le cubrió con él el rostro, le juntó las manos entre cuyas palmas puso un pequeño Crucifijo de bronce. Esta muerte me impresiono tanto, que no podía apartar de los ojos a-quel difunto: estoy cierta que esta noche lo veré entre sueños, pero no me dará miedo: ¡ oh no! parecía un santo. Olderico escuchaba con atención cuanto refería Petronila, y pensaba entre sí quién podía ser aquel dichoso que expiró en la casa de María, para volar a las mansiones eternas con Ella y con Jesús que está sentado a la diestra del Padre. Pasaron muchos días en paz, y no hubo necesidad de esconderse en la gruta sino dos veces, por la llegada de alguna partida de caballería que iba de descubierta. El día después de la batalla, los pontificios, rodeados por el ejército de Cialdini y por el de Fanti, tuvieron que capitular, a cuyo fin se convinieron con honrosas -condiciones; pues los pia-monteses prometieron a los pontificios que saldrían de Loreto con banderas desplegadas, con armas y a son de cajas: los piamonteses los recibirían en Recanati, los saludarían militarmente, y al pasar las tropas pontificias por delante de los piamonteses entregarían las armas y quedarían prisioneros: los oficiales pontificios conservarían sus bagajes y tendrían entera libertad de marchar o quedarse, sin ser en lo más mínimo molestados. No sólo los piamonteses no guardaron su palabra, sino que en vez de honrarlos, parecía que habían pactado el envilecerlos con toda suerte de infames y viles vituperios______ (S.e continuará) Podremos trabajar mucho por uno y podrá no convertirse. Esto es exclusivo de la gracia de Dios. ..(Para los presuntuosos). En las obra que se emprenden por y para Dios, no es Dios quien pone la menor parte. (Para los tímidos). La obra mejor empezada puede hacerse mala o inútil por la inconstancia. (Para los flojos).