ese olor, Don Gonzalo, es de él, lo acompaña, forma parte de su ser, es como un cendal en el que va envuelto su cuerpo! Don Ramiro durmióme en sus brazos, arrullándome como si fuera una niña. Y ya cuando mis ojos no veían sino a él, sentí cómo su mano entraba hasta mi pecho y arrebataba de mi seno el corazón palpitante, inflamado y sangriento ¡Vi en sus manos mi entraña y quise llorar por su ausencia, no porque me doliera el hurto que de él hacía Don Ramiro, sino de alegría----pero la luz de la aurora entró a mi estancia y sacó de las tinieblas y del misterio mis pequeñas pinturas, iluminando los oros y las flores con luz de gloria. Cada estampa de las que en largas horas de soledad habían creado mis manos semejaba un jardín fantástico, poblado de animales y de ángeles creados por mi imaginación. Cotí la aurora. mi estancia se amplió con aquellos jardines que tendieron sus perspectivas de uno a otro confín del mundo. Y quise caminar, ponerme de pie, salir de los brazos de Don Ramiro; pero cuando lo intenté vi que por la ventana en un tropel, rumoroso como el de las hojas de un árbol, volaban todos los ángeles-----y delante todos iba el más amado, el de mi guarda! (Los ojos cada vez más brillantes y fijos en la visión qeu los inmoviliza se llenan de lágrimas que ruedan lentamente por la faz pálida. Los labios no están cerrados y tiemblan, como ha temblado el cuerpo, en una vibración rápida como las que suelen sacudir los tallos de las azucenas. Cuando las dos gotas que han salido de los lagrimales y rodado hasta las comisuras de los labios, como dos cuentas de cristales, se queman en el fuego de la boca, la mujer torna a hablar con el mismo apasionado sentimiento). —Vino, después del Virrey, una turba de rufianes, pagados sin duda por Don Ramiro. Se mostraban amenazantes y fieros. Me encontraron en mi ventana, apoyado el seno en mis brazos cruzados, envuelta mi cabeza en la toca negra. , Clamaron por mi hijo. Yo los veía a la luz de sus antorchas. que arrancaban fulgores a sus espadas y que los encendían como si su almas estuvieran ya en el infierno, consumiéndose en el fuego que más tarde los ha de quemar por toda la eternidad____Daban saltos y ru- gidos como monstruos; pero, como todas las turbas, no sabían qué hacer, sin guia y sin amo. Yo los veía con los ojos fijos# inmóvil porque mi desprecio por la muchedumbre es absoluto. Se fueron sin atreverse a nada y sólo uno, el que más se me acercó, dijo santiguándose: “Válame el cielo, que la dama tiene ojos de infierno.” D. Gonzalo.—Nadie os arrebatará a vuestro hijo. Doña Luisa. D. Luisa.—(Con voz queda y temblorosa. perdiendo la inmovilidad en que se ha sostenido por largo tiempo. se acerca al hombre y tomándole la mano con las suyas:) —Sí, Don Gonzalo! ¡"El”!—-- Si vuelve, no tendré fuerza para resistirle, si traspone los umbrales de esta estancia, pasará por mi voluntad como por una alfombra_____ ¡Mi alma es torre vencida por largo asedio! Si él vuelve, mis manos sufrirán el sortile-