perar su regreso del trabajo para interrogarla acerca del niflo. En otra ocasión me dijo, con un aire de esperanza: "Ayer me pareció haber conseguido la atención del enfermo. Le llevé una pequeña colección de insectos que era la cosa de más estima de mi hijo. Y esta mañana ya no puso su rostro hacia la pared sino que me miró con simpatía. Al ver que seguía callado, me puse a platicar con mi escoba fingiendo estar ofendida por su silencio. •Prefiero platicar contigo que eres mi amiga porque me ayudas en mí trabajo. Ese niño es muy orgulloso. No sabe apreciar ni al doctor ni a las enfermeras que tanto bien le hacen. Ellas han perdido la esperanza de hacerlo cambiar y por eso poco vienen a verlo.’ Apenas terminé este frase, el niño se sentó en su cainita; pero en ese instante llegó la enfermera con el alimento. y como mi hora de salir había llegado. apenas pude ver que el niño volvía a tomar su actitud habitual. Mas yo sigo esperando un milagro de Dios.’* Otro día llegó Raquel radiante, y antes de que yo le interrogara me dijo: "Estoy sumamente maravillada del cambio operado en el niño. Cuando entré a su cuarto este mañana lo saludé como de costumbre. Y aunque no me contestó mi saludo, me rogó que me acercara a su Camila. y con los ojos llenos de lágrimas me rodeó con sus bracitos y suplicante me dijo: ¿Sabe usted a donde se fueron mis padres?' Seguro que lo sé' le dije, correspondiendo a su muestra de cariño. ‘¿Me lo puede decir?’ ‘Sí’, le contesté, 'pero antes quiero una promesa de ti.’ Haré lo que me diga* me dijo con firmeza. 'Bueno'. le dije, lo que deseo es que seas amable con los que te hacen bien. Que hagas un esfuerzo por sentirte feliz, porque las personas que te atienden, luí doctores, las enfermeras, las personas que preparan los alimentos con que te sustentas, y yo que vengo a hacer el aseo de tu cuarto, somos tus amigos. Mi hijo tuvo que separarse de mí para ir a la universidad. Y ahora me escribe que ha tenido que aprender a amar a sus maestros y a sus compañeros de clase y a estimarlos como a mi que soy su madre.' 'Sí. si’ me decía el enfermito sin soltarme. Voy a tratar de hacerlo. Pero ¿dónde están mis padres?’ Tú debes recordar' le dije, que la última vez que saliste con tus padres en el carro, sufrireron un accidente. En ese accidente ellos murieron y a ti te trajeron a este hospital creyéndote muy lastimado. Pero ni los rayos X ni ninguno de los tratamientos científicos que te aplicaron te encontraron mal alguno. Lo que ha tenido preocupados a doctores y a en fermeras es que no has querido hablarles ni una sola palabra. Sí hablé’ me dijo. Pregunté a una enfermera donde estaban mis padres y me respondió algo que no creía que era la verdad. Sentía tanta angustia e incertidumbre que deseaba morí! me. Sólo me consolaba cuando usted entraba y me miraba con cariño.’ De repente el niño exclamó: 'Yo quiero que usted sea mi madre! ¡Lléveme para su casa! ¡Ya no estoy enfermo! Mientras yo trataba de quitarme suavemente sus bracitos que tenía rodeados a mi cuello para seguir haciendo mi trabajo de aseo y reflexionar sobre el asunto. me di cuenta de que todo el personal del hospital estaba contemplándonos grandemente sorprendidos y conmovidos por aquella escena. Y sorprendida me quedé yo también no sabiendo qué explicación dar. pues me parecía que estaba usurpando un lugar muy ajeno, fuera de mis atribuciones. De tal perplejidad me sacó la amable voz del director del hospital que acercándose a mí me tendió su mano felicitándome por haber logrado lo que ellos no pudieron hacer usando todos los recursos de la ciencia de que disponían. En seguida me llevó a su oficina para proponerme que me hiciera cargo del niño. Que ¡o podían traer a mi casa mientras que se hacían los trámites legales de adopción, ya que, según ellos, ninguna otra persona más que yo, era la indicada para hacer las veces de madre en vista de que el niño había quedado huérfano. Después de haber aceptado tal proposición, se me informó también que el niño era el heredero único de algunos bienes que hablan pertenecido a sus padres, con lo que creían que el niño y yo podríamos vivir sin necesidad de que yo tuviera que trabajar fuera de mi casa.” "Así que, mi querida amiga, deme el parabién por lo que Dios me ha concedido. Desde hoy empiezo con este sagrada responsabilidad. Allí me traen al niño. ¿Lo ve qué hermoso es?" En efecto, era gracioso. Los vi que se abrazaron y me retiré deseando para este moderna Raquel la sabia dirección de Dios que tanto se requiere en empresa tan delicada. Después, para conservar mejor la impresión que me dejó esta verídica historia, sentí el deseo de escribirla con la esperanza de que les sirva de orientación a las madres que como ésta a que me refiero carecen de los conocimientos modernos de pedagogía, pero que guiadas por Dios pueden hacer una labor superior con sus hijos. No tengo la pretensión de ser la primera en señalar este grave error que se • Pasa a la página 20) EL HOGAR CRISTIANO 12