' e . DE LA RELIGION. 355 una guerra desastrosa, se apoderaron de la mitad del territorio na-> cional; y estando ya de retirada á virtud de un tratado ignominioso de paz, en que á su interesado capricho le dieron la ley á la nación; hoy con motivo de la decantada necesidad de colonizar el pais, se pretende una declaración auténtica de la libertad ¿e cora-ciencia para estimular la emigración de los estrangeros de cualquiera creencia, con el fin de que vengan á distribuirse, sin el trabajo ni las penalidades de una conquista, el resto del íerritorio de la República que nos habían dejado. {Y por qué estupenda anomalía, inconsecuencia 6 contradicción del espíritu humano, cuando se trataba de incitar enérgicamente los pueblos a repeler la injusta agresión del anglo-sajon, se identificaba nuestra nacionalidad é independencia con la causa de la Religion católica, hasta el estremo de pretender echarse sobre los bienes del Clero y de la Iglesia, como decían los partidarios de la ley de 11 de Enero, para la defensa de la misma Iglesia y de la unidad de su culto sacrosanto, que era amenazado^ de destrucción por el establecimiento de la libertad de cultos, si triunfaba el enemigo; y ahora se invoca sacrilegamente esa misma tolerancia impía, y se desea la erección dé nuevos aliares, para el progreso, engrandecimiento y prosperidad de la nación? De la antigua Roma, cuando por una política tan monstruosa como la de nuestros innovadores, permitió en su seno el ejercicio del culto de todas las divinidades de los pueblos que habia conquistado, dijo el Pontífice San León: Magnam sibi videbatur assump-sisse religionem, quia nullam respuebat falsitatem. Y es que le parecia haber abrazado la mejor y mas grande religion, cuando no despreciaba ni la mas grosera falsedad. ¡Qué horror!^ ¡Que desvergüenza! ¡Qué instabilidad! ¡Santo Dios! ¿y de dónde vendrá ese frenesí , esa locura, ese atolondramiento, que arrebata en su vertigo maligno á hombres, por otra parte recomendables, ilustrados y •patriotas; pero estraviados quizá por la ecsageracion, intrigas, cúbalas y siniestras sugestiones? ¿Qué, se persuadirán de veras esos ilusos predicadores, ó apóstoles de’za tolerancia religiosa, que una vez establecidos entre nosotros en numerosas colonias ó incorporados en nuestras principales poblaciones, los robustos, codiciosos y audaces estrangeros, nos dispensarán alguna consideración? ¿Qué no perciben claramente que con tales franquicias vendrán , desde luego á bandadas y bien sistemados para oprimirnos los norte-americanos nuestros vecinos, mas que dé ninguna otra nación? ¿Que no entienden que robustecido así su poder sobre la debilidad