íá 14 LA VIOLETA. pudo resistir por mas tiempo la pa sion que sentía y se propuso confe sársela al objeto de su cariño; y al efecto valiéndose de un disfraz se decidió encaminarse hasta donde ella estaba, aún á riesgo de su vida: uno de los mas asérrimos enemigos del imperio, no le hubieran perdonado al caer en su poder. Hacía unit deliciosa noche de luna y Manuel caballero en una mala cabalgadura caminaba rumbo á Jalapa. Era cerca de la media noche cuando llegó,todo estaba en silencio y en el palacio ó habitación que habían preparado á los Emperadores reinaba un silencio sepulcral, por el frente y á la parte de entrada vigilaban las guardias de honor; pero nuestro héroe tuvo buen cuidado de rodear por donde mas sólido estaba y llegar sin tropiezo ni dificultad hasta la tapia . del jardín. Amarró su cabalgadura al tronco de un corpulento árbol que crecía á unos cuatro ó seis metros de distancia de la tapia y se trepó en él de ahí pudo cerciorarse de como estaba el interior. A contemplar el edificio nada mas pues no estaba de acuerdo con su amada para verse. Enmedio del silencio de la noche parecía todo dormir en el edificio solo Emilia que era1 la última noche que pasara ahí al di-rijirse á su aposente no lo hizo para descanzar sino para entregarse al dolor que le atormentaba; hizo á un lado la ancha cortina de damasco que cubria el balcón que caía al jardín y se quedó contemplando á la luz de la luna el hermoso panorama que se ofrecía á su vista. Instintivamente y sin darse cuenta de sus acciones levantó el picaporte y lentamente se encaminó al jardín. Manuel que inspeccionaba el interior del edificio al ver la niña tembló de pies á cabeza y estuvo á punto de dar un grito de sorpresa y gusto; al momento de verla le pareció ella; pero luego pensó:—Si será otra de las clamas y mi entusiasmo me hace ver á Emilia; no,es elija, agregó. Y pasándose con no poca dificul tád de las ramas del árbol’á la tapia buscó un lugar a propósito para es calarla para el interior, lo que consiguió al rato de inspección y se enea * minó lentamente y con sigilo hasta ponerse muy cerca de ella. Emilia había llegado hasta una sur tidora ó fuente que había en el centro del jardín y ahí sentada en un asiento hecho al propósito daba es pansion á su alma tan abatida por su naciente pasión comprimida y no satisfecha; una á una cual finísimos hilo de perlas se desprendia un torrente de lágrimas de sus ojos, ahogados suspiros y sollozos se escapaban de su pecho. Manuel frenético, loco, siguiendo los impulsos de su corazón cayó á sus plantas, esclamando: —Si con mi vida secara esas lágrimas, aquí la teneis. La niña se levantó con presteza y quiso gritar; pero reconociéndole se dejó caer de nuevo y estrechando su mano, dijo: — ¡Manuel! --Si, Emilia aquí estoy, manda/ ordena, tornaré esas lágrimas en son risas. — ¡Imposible! dijo, la niña, gualda esa vida preciosa que pertenece á tu patria que á mí de nada-me sir ve. —¿Me crees capáz?........ — De todo, le interrumpió, pero es imposible porque mañana parto á unir mi suerte con el esposo que me han destinado. — ¡Ah! esclamó Manuel en el col mo de la desesperación, ¿y esas lágrimas? —Son vertidas por el ídolo de mi alma. —Gracias, Emilia, gracias yo las