Las Dos Margaritas Por Catulle Mendes. i Lambert y Landry, que no eran felices en el seno de su familia, por ser hijos de tnas gentes muy pobres resolvieron ir a corter el mundo err busca de fortuna. Pusiéronse en camino una mañanita de primavera. Landry tenia quince años. Lambert diez y seis; eran, pUes, muy jóvenes para va gabundear de aquella suerte; a la vez que mucha esperanza, tenian poca inquietud. Pero confortáronse grandemente con una aventura que les ocurrió en los comienzos del viaje. Al bordear los linderos de un bos-quecillo, salió al encuentro de ellos una dama; iba engalanada toda con flores; los botones de oro y las pimpinelas sonreíanse entre los cabclfos, las volúbilis le formaban guirnaldas en su vestidura, caída hasta sus breves zapatitos de muzgo semejante a tercio pelo verde; sus labios parecían una eglantina y sus ojos dos campanillas azules. Cada vez que se movía, volaban desde ella las mariposas como una rociada. No es sorprendente que asi fuese, puesto que era el hada Primaveral a quien desde Abril se la ve pasar cantando por los bosques reverdecidos y por las praderas' esmal tadas otra vez de flores. —Váya, dijo a los dos hermanos, puesto que partís para un largo viaje. quiero hacer un regalo a cada uno de vosotros. Landry, toma esta mar garita; y tú, Lambert recibe esta margarita también. Os bastará arrancar un pétalo a estas flores y tirarlo le jos, para sentir en el instante un placer sin igual y que será precisamente aquel que hayais deseado. Idos seguid vuestro camino, tratad de hacer buen uso de los presentes de la Primavera. Con mucha cortesía dieron las gracias a aquella hada obsequiosa, y luego pusiéronse en camino, satisfechos hasta más no poder. Pero al llegar a una encrucijada, hubo discordancia de pareceres entre elk-s: Lambert quería ir por la derecha, Landry quería ir por la izquierda; tanto que, para acabar la disputa, convinieron en que cada cual hiciera su gusto, y se separaron después de besarse. Quizá no le disgustara a cada hermano verse solo, a fin de usar con más libertad el obsequio que les había hecho la dama vestida de flores. II Al entrar Landry en la próxima aldea vió a una joven puesta de codos en una ventana y -penas pudo contener en grito: ¡tan linda le parecié! No, jamás había visto una personita tan encantadora: ni siquiera había soñado que pudiera existir una asi. Casi una niña todavía, con cabellos tan finos y tan rubios que apenas se distinguían del aire iluminado por el sol tenía la piel pálida aqui, un poquito enrojecida allí (lirio por frente^ rosa por mejillas); abríanse sus ojos como dos azules pervincas donde brillase una perla de lluvia; no había labias que, al ver los suyos, no hubiesen querido ser abejas. ¡Guardóse bien Landry de vacilar! Arrancó y tiró a lo lejos uno de los pétalos de su margarita! aún no había arrebatado el viento el frágil despojo, cuando la niña de la ventana estaba ya en la calle, sonriéndole al viajero. Marcháronse al bosque vecino, con las manos unidas, hablando en voz baja, diciéndose que se amaban: experimentaban tales delicias, nada más que con escucharse el uno al otro, que se creían en el paraíso. Y conocieron muchos momentos parecidos a ese primer momento; muchos días tan dulces como aquel primer día. Hubiera sido una dicha sin término, a no ser porque la niña murió una tarde de Otoño, mientras las hojas secas arrastradas por el cierzo chocaban contra las vidrieras dando golpecitos. como los li-. jeros dedos de la muerte que pasa. Landry lloró durante largo tiempo; pero las lágrimas no ciegan tanto que no se pueda mirar a través de ellas. Cierto día vió una hermosa transeúnte vestida de raso espolinado con oro. audaces Jos ojos, locos los labios: y echando)al viento otro pétalo, partió con ella. Desde entonces, indolente, pidiendo a cada hora que fuese un goce, y a cada goce que durase más de una hora, ávido sin descanso de cuanto encanta, enloquece y extasía, gastó sin contar días y noches, todos entre risas, todos con besos. Las auras apenas tenían tiempo para mover las ramas de los rosales y levan tar los yelitos de las mujeres, ocupadas siempre en llevarse los pétalos de la margarita. III. ’ Enteramente opuesta fué la conducta de Lambert. Era un mocito económico, incapaz de derrochar su tesoro. En cuanto se encentro solo en el camino, prometióse ahorrar el regalo del hada. Por numerosas que fuesen las hojuelas de la corola, si las arrancaba a cada instante llegaría c-poca en que ya no hubiese ninguna. La prudencia exigía reservarlas para el porvenir; obrando de ese modo, de seguro que se conformaba con las intenciones de la Primavera. En la próxima ciudad por donde pasó, compró una cajita muy sólida, con cerradura y llave; metió en ella la flor, resuelto a no mir.arla más; quería evitar las tentaciones. Qué habia de cometer la falta de levantar los o-jos hacia las mocitas de las ventanas, o seguir a las hermosas transeúntes de encendido mirar y labios locuelos! Razonable, metódico, preocupado por cosas serias, hízose comerciante y ganó sumas cuantiosísimas. No tenia más que desprecio para esos aturdidos que pasan los dias en fiestas, sin cuidarse del mañana; si había ocasión. no dejaba de sermonearlos de lo lindo. Por ese motivo considerábanle mucho las gentes honradas, de a-cuerdo todas ellas en elogiarle, en ponerle como ejemplo. Y continuaba enriqueciéndose, trabajando desde la mañana a la noche. A decir verdad, no era dichoso como hubiera querido serlo; pensaba, a pesar suyo, en los goces que rehuía. ¡No hubiera te...-do más que abrir la canta y tirar al aire un pétalo, para amar y ser amado! Pero, en seguida refrenaba el placer, para más tarde. Seria ya machucho, cuando quedara sin pétalos su margarita. “¡Paciencia, no nos apresuremos!” Nada arriesgaba con a— guardar, pflesto que la flor estaba a buen recaudo dentro de la caja. La brisa, revoloteando en torno suyo, no cesaba de murmurar: “¡Tira un pétalo, échamelo a fin de que me lo lleve y te sonrías!" Pero él se hacía el sueco; y el viento se marchaba par* ir a menear las ramas de los rosales