182 REVISTA EVANGELICA Marzo Murió Blasfemando ---------o--- "Yo me reiré en vuestra calamidad; y me burlaré cuando os viniere lo que teméis.” Prov. 12:6. Un libre pensador, uno que ignoraba la Biblia, y consideiaba a los cristianos como tontos o hipócritas, decía con frecuencia que como estamos seguros sólo de esta vida es prudente y sabio gozarla. Dejaba a los insensatos creer que el hombre posee un espíritu inmortal que habita en este tabernáculo de barro, el cuerpo, y aceptar la doctrina de un día de Juicio o la del Cielo y el Infierno. Vivía en el pecado más vergonzoso, no respetando al hombre ni temiendo a Dios, y para todos los que lo conocían era un hombre terrible. Sus horrorosas blasfemias espantaron a los que las oian y muchas veces se extrañaban de que Dios no le aniquilara por completo. Así continuó por muchos años, cuando la enfermedad le postró en su lecho de muerte. Aún aborrecía a Dios y a su pueblo, y rehusó sus consejos y oraciones. Respecto del futuro, declaraba con persistencia que lo arriesgaría. Pero cuando la muerte se acercaba, empezó a meditar y se asustó: La Biblia pudiera ser verdad. Pudiera haber un Juicio futuro y un Infierno para los pecadores. Se alarmó y quería orar, y después permitió a algunos cristianos a entrar a donde estaba. Uno que anhelaba la salvación del pobre desgraciado, lo halló muy inquieto y con delirio. La muerte estaba ya posesionándose de él; su lengua ahora rehusó pronunciar las palabras que deseaba decir. Estaba atemorizado y buscaba algún apoyo para su alma que se hundía. El delirio le dejaba a ratos, pero nada podían decirle que valiera la pena. Pronto después murió y su fin era terrible: sufriendo agonía intensa, su lengua se ocupaba en blasfemar y maldecir. En seguida dejó de existir en este mundo. Su última palabra era una blasfemia. Literalmente “murió blasfemando.” Hubo tiempo cuando esta pobre criatura podría haberse salvado, según las condiciones sencillas del Evangelio: por arrepentimiento y fe en Jesucristo, pero "hollaba al Hijo de Dios.” Heb. 10:29. El Señor, en su infinita misericordia, le dió suficiente tiempo para “dejar de hacer el mal y aprender a bien hacer,” Isa. 1:16. 17; pero era semejante a los que según dijo Dios habían “despreciado todos mis consejos y no querían mis reprensiones.” A. H. Gottschall. ¿No es mucho mejor ser querido que aborreccido ? Por eso vemos que el amor es aceptable; el odio detestable, y condenable el rencor.