LA GRACIA DE LOS SACRAMENTOS 9 do futuro de los niños no bautizados. El hecho de que la Iglesia, en obedecimiento a la palabra de Dios, declare que los niños no bautizados son excluidos del reino de los Cielos, no quiere decir que vayan al lugar de los reprobos. Ninguno que no'se haya hecho acreedor a la venganza divina por sus pecados personales será condenado a los tormentos del infierno. Lo que la Iglesia Católica sostiene en este punto, es que los niños no regenerados no gozarán de la visión beatífica, o de la posesión de Dios, la que constituye la felicidad esencial de los bienaventurados. Pero hay una gran distancia entre la felicidad suprema del cielo y los tormentos de los réprobos. Es evidente que la condición de los niños no bautizados es preferible a la no existencia. Hay escritores católicos muy distinguidos que aun aseguran que los niños no bautizados gozan de cierto grado de beatitud natural, que es una felicidad basada en el conocimiento natural y amor de Dios. De lo dicho se desprende, cuán reprensible es la conducta de los padres católicos que descuidan bautizar a sus hijos en el primer momento posible, poniendo así en peligro sus propias almas y las de sus inocentes niños. Muy diferente fué la práctica de los primeros cristianos, quienes, como lo atestigua San Agustín, se apresuraban a llevar a los recién nacidos a las fuentes bautismales para que alcanzasen la gracia de la regeneración. Cuando un niño enferma, no se ahorra gasto alguno para conservarle la vida; se llama médico, se le administran remedios, y la madre vela al lado de su lecho observando sus menores movimientos; ella es capaz de sacrificar su reposo, su salud y aun su vida misma por salvar la del niño. Y sin embargo, se pone con frecuencia en peligro sin ningún remordimiento de conciencia, la felicidad sobrenatural del niño por retardar su bautismo. Si se ha de reprender a los que tardan en bautizar a sus hijos, ¿qué hemos de pensar de ese numeroso grupo que profesan la religión cristiana, quienes, por principio, no bautizan a los niños sino hasta que llegan a la edad de la discreción? ¿Qué pensaremos de aquellos que anteponen sus opiniones privadas a las Escrituras, a los primitivos Padres de la Iglesia y a la práctica universal del Cristianismo? Podemos pasar por alto una opinión teológica por