(Viene de la Página Once) irados on la prisión donde encontraron otros muchos compañeros de aventuras, enterándose así de que aquéllos habían corrido peligros más o menos parecidos a los suyos y que por fin habían caído también prisioneros. En la cárcel de Capatárida, la esposa del general Cano, que había perecido en el combate de Buena Vista, fue informada de la muerte de su esposo; y tanto ella como el vecindario que indudablemente simpatizaba con la revo-lución, llevó a los prisioneros toda clase de víveres y les proporcionó la mayor comodidad posible. Al día siguiente, en camiones, amarrados y debida mente custodiados por fuerzas gobiernistas, los expedicionarios supervivientes fueron conducidos a (loro, la capital del Estado de Falcón. EN PRESENCIA DEL GOBERNADOR DEL ESTADO DE FALCON Inmediatamente después que llegaron a Coro, los prisioneros fueron conducidos, de los camiones en que habían hecho el viaje, a presencia del Gobernador del Estado de Falcón, general León Jurado, quien al mismo tiempo fungía como Jefe de las Operaciones Militares en la zona. Una vez puestos en fila, el alto funcionario hizo que uno de los detenidos precisamente la persona que nos ha pro porcionado los informes que hemos venido publicando sobre este interesante asunto—dit ra un paso al frente; y acto seguido lo interrogó acerca de su nom bre y su nacionalidad. De igual manera procedió con otro de los expedicionarios que resultó ser, según su declaración, hondureno avecinado en Veracruz. Los dos prisioneros fueron llevados al Palacio de Gobierno y mientras uno de ellos era introducido al despacho del Gobernador, el otro, o sea el hondureño, se quedó afuera, vigilado de cerca por un centinela. Y comenzó entonces un minucioso interrogatorio: —¿Dónde está el general Urbina?— preguntó el Gobernador. -—Lo ignoro, general—contestó el interrogado. —Sin embargo, usted fue uno de los últimos prisioneros. —Sí, señor; pero yo huí por una parte distinta de la que siguió Urbina y muchísimo después que él. —¿Cuántas armas y qué cantidad de parque y dinamita traía consigo la expedición? —Siete rifles Thompson, unos ciento cuarenta maiissers, e ignoro la cantidad de cartuchos y de dinamita. —¿Usted sabe si el Gobierno mexicano tenía conocimiento de esta expedición? —Tengo la certeza de que no, pues de lo contrario no la hubiera permitido. —¿Cómo se explica usted que gran parte de los maiissers que se han recogido digan “Ejército Mexicano”? —Parece ser que esas armas fueron adquiridas de algunos elementos que antiguamente formaron parte del Ejército mexicano como irregulares. —Y, ¿cómo se explica usted que todas esas armas hayan salido del territorio mexicano sin que Gobierno se diera cuenta de ello? —Estaban perfectamente empacadas en cajas que decían: “Compañía Cooperativa Chiciera. Quintana Roo”; do suerte que, por haber ido de un puerto mexicano a otro do Igual nacionalidad, no fueron revisadas por el Resguardo Marítimo. Habían sido declaradas como conteniendo maquinaria. —¿Cuántos oficiales y jefes vienen entre los prisioneros? •—Absolutamente ninguno. Todos so-' mos soldados. Y aquí el interrogado recibió, por par te de un esbirro, la amenaza de sufrir un horrible martirio s! no se producía con verdad. Pero a pesar de ello, permaneció mudo. Luego, fue introducido al despacho del Gobernador el otro prisionero. La entrevista duró mucho tiempo; pero na die supo lo que se habló durante ella, aunque sí se dejaron sentir sus resultados poco después. UN TRAIDOR A SUS COMPAÑEROS Del Palacio de Gobierno fueron conducidos todos los prisioneros a la Penitenciaría, donde encontraron a otros de sus compañeros que poco antes habían sido llevados allí. Sumaban ya los presos, aproximadamente, sesenta. Apenas estaban terminando de cenar, cuando se les ordenó que se formaran nuevamente en fila. Y entonces aparecieron el Gobernador, el alcaide de la prisión y dos generales del Ejército venezolano, acompañados del hondureño que horas antes había sido introducido al despacho del general Jurado; hondureno que estuvo señalando a todos y cada uno de los que habían sido jefes de corporación. Tal acto causó extrañeza entre los detenidos, porque todos ellos se habían comprometido a decir que sólo había allí soldados rasos, y para el efecto, al entrar a la prisión se habían adjudicado los nombres de algunos de los soldados muertos. Por eso, antes, al interrogarlos las autoridades, dijeron que todos los jefes habían muerto en la lucha. UNA EXPEDICHONo El hondureño, sin embargo, insistió en que sí había allí, en el grupo, jefes de corporación, y solicitó el testimonio de todos los que formaban parte de la fila. Unos cuantos se asustaron—por cierto, no de los más jóvenes—y dieron fe de que, en efecto allí estaban los individuos a quienes se buscaba, haciéndose pasar corno soldados. Entonces los jefes de corporación fueron encerrados en u-na celda, y en otra se dió alojamiento a los soldados. Así estuvieron unos y otros durante mes y medio, sujetos a toda clase de penalidades. La comida era escasísima, pues apenas se les daba lo suficiente para quo no murieran de hambre; sólo se les permitía bañarse de cuando en cuando y en agua pestilente; y la galera en que se hallaban recluidos era insuficiente para contener a tanto hombre. Dormían los prisioneros en el suelo, y hubo ocasiones en que durante ocho días no se les permitió siquiera ver el sol; y como satisfacían sus necesidades fisiológicas dentro de la misma estancia, bien pronto fueron víctimas de algunas enfermedades propias de las regiones cálidas y del amontonamiento en que se hallaban. De vez en cuando, nuevos prisioneros se agregaban al grupo primitivo y al no caber uno más en la galera, los restantes tuvieron que ser recluidos en la que se había dado como prisión a los jefes. E-ran en total ya, ochenta y dos mexicanos y un venezolano. LA “ISLA DEL OLVIDO” PARA ’• LOS ACUSADOS Algunos de los prisioneros que enfermaron, hicieron patente su deseo de que se les transladara al hospital: pero tal cosa era allí materialmente imposible, pues las autoridades no hacían caso de las quejas que recibían, y sólo después de muclios trabajos, unos cuantos lograron ingresar al referido establecimiento. Nuestro entrevistado tuvo la suerte de contarse entre, los elegidos, gracias a gestiones que hizo en su favor el teniente coronel Federico Soto, sub-jefe del Estado Mayor de Urbina, quien desde luego trabó amistad con el general Jurado, por ser ambos hermanos en la masonería. Otros muchos beneficios recibieron los prisioneros por esta feliz circunstancia y por el hecho de que el coronel Linares Tejeda también era masón. En el hospital, la situación era un poco mejor para los prisioneros que lograron ingresar a él; pero la atención, desde el punt» de vista de la ciencia mé dica, dejaba mucho que desear. Por fin, al cabo de mes y medio se comenzó a tomar declaración a los detenidos; declaración que prácticamente estaba ya redactada de antemano y sólo era objeto de la firma del individuo a que se refería. Conforme a la Ley Penal EZ BÍ CENTEN AMO ooo (Viene (Le la Página Seis) persona alguna rerribíó demostración más sincera y unánime de la alegría y veneración de un pueblo. Principiaron entonces ocho largos a-fios de servicios a su patria, pero esta vez como estadista y no en el campo de batalla. Jorge Washington demostró ser tan grande en la paz como lo había sido en la guerra. Innumerables eran los problemas que confrontaban a la nación. Existían dificultades con Inglaterra con motivo de la evacuación de los puertos americanos que todavía ocupaba; hubo ciertos desacuerdos con España; Francia e Inglaterra se vieron envueltas en una guerra que causó grandes dificultades al comercio americano. En todos los casos, Jorge Washington, el gran General, en vez de acudir a las armas, recurrió a medios pacíficos para el arreglo de todas las dificultades. El 22 de abril de 1793, el Presidente Washington expidió su famosa Proclama de Neutralidad que estableció la política americana de rehuir toda alianza o compromiso bélico con países extranjeros. La opinión pública de los Estados Unidos se inclinaba a favor de Francia en contra de Inglaterra. Un hombre más débil hubiera precipitado a la nación en una guerra al lado del antiguo aliado. Pero no Jorge Washington. Reconoció que nuestra nación se encontraba en la infancia y aún no estaba preparada para participar en otra guerra. Reconoció igualmente que si su país llegaba a mezclarse en asuntos europeos en aquel tiempo, la nueva nación hubiera establecido un precedente que podría haber causado grandes dificultades y que podría haber puesto en peligro hasta la propia existencia nacional. El Presidente Washington tuvo que resolver serios problemas internos y externos. Debían establecerse precedentes; tenía que elaborarse un programa político: había que escoger una capital permanente: debía establecerse un sistema financiero. Una rebelión cu la par- Militar de Venezuela, los expedicionarios deberían sufrir quince años de prisión, como responsables de los delitos de filibusterismo, piratería, etc. La “Isla del Olvido”, situada en el interior del Castillo de Puerto Cabello, debería ser el lugar destinado a compurgar las penas, pues es allí donde se recluye a los reos políticos. En ella está precisamente encerrado un hijo del Pre sidente de la República, general Juan Vicente Gómez, desde hace aproximadamente tres años, como responsable del delito de rebelión. SON PUESTOS EN LIBERTAD Y REEMBARCADOS EN EL “SUPERIOR” Pero estaba el proceso contra los expedicionarios ventilándose en los tribunales correspondientes, cuando, merced a la intervención de algunas potencias extranjeras, entre las cuales no se contaban los Estados Unidos, el Presidente de la República expidió un decreto reconociendo la inocencia de los que habían sido engañados, e indultando a los que estaban considerados como responsables. AI mismo tiempo ordenaba la inmediata libertad de todos. Sin embargo, no fueron puestos en libertad inmediatamente, sino que, por el contrario, en medio de fuerza armada y a bordo del ferrocarril se les condujo a Puerto La Vela, donde los esperaba el barco de guerra “José Félix Ribas”, para llevarlos a Puerto Cabello. Ahí fueron encerrados en la prisión, donde las vicisitudes continuaron en toda su magnitud. Por orden del mismo general Juan Vicente Gómez, el grupo de jefes de corporación fue enviado más tarde a Caracas, y presentados al alto mandatario quien tuvo varias atenciones con ellos y les regaló mil bolívares para sus gastos personales. No es verdad, como se dijo en una ocasión, que se haya destinado una fuerte suma de dinero para ser repartida entre la tropa. Así que los jefes regresaron a Puerto Cabello, se hizo saber a todos ios prisioneros que desde ese momento quedaban en libertad, pero con la condición de que inmediatamente se embarcaran con destino a México. Poco después se les condujo a bordo del “Superior”, que estaba anclado en Puerto Cabello. Gran sorpresa recibieron los expedicionarios cuando ya libres, aunque todavía custodiados por elementos de la policía reservada, volvieron a encontrarse sobre la cubierta de la embarcación; pues ésta no sólo había recobrado su. nombre primitivo, sino que había cambiado también sus colores y ostentaba ya el pabellón mexicano. Porque, es pertinente aclarar, cuando el “Superior” se dirigía a Venezuela ya bajo el mando del general Urbina, éste ordenó que se cambiara la pintura de la embarcación, y a ésta se le diera un nuevo nombre. te oeste de Pennsylvania hubo de ser sofocada. Estos y muchos otros problemas fueron resueltos con gran tacto, decisión y previsión por el Primer Presidente. Además, Washington encontró tiempo para realizar dos viajes a los Estados del Norte y del Sur. Estos dos viajes sirvieron para obtener mejor entendimiento entre los diferentes Estados y ayudaron a echar los cimientos de la Unión. Al aproximarse el fin de su segundo período presidencial, había una demanda persistente de que fuera electo por tercera vez. Sin embargo, él rehusó rotundamente y el 17 de septiembre de 1796 pronunció su famoso discurso de despedida que en la actualidad es uno de los documentos oficiales más importantes de la historia de los Estados U-nidos. Este acto fué el más elevado de su carrera política. Una vez más regresó a Mount Vernon para vivir su vida de ciudadano. Pero una vez más fue llamado a servir a su patria. En 1798, cuando existía el peligro de una guerra entre Francia y los Estados Unidos, el Presidente Adams nombró a Jorge Washington Comandante en Jefe de los Ejércitos Americanos. El anciano General aceptó esta nueva responsabilidad; pero, afortunadamente, la guerra pudo evitarse y le fue dado permanecer en Mount Vernon. El amor de sus conciudadanos se había tornado en veneración, A su finca acudían constantemente visitantes famosos, y Mount Vernon empezaba a ser ya el santuario de la patria. Empero, no estaba destinado a gozar por mucho tiempo de la paz de su hogar. El Supremo Hacedor llamó a Washington a Su presencia, y él obedeció con su valor característico. El 14 de diciembre de 1799 Jorge Washington partió de este mundo, víctima de pneumonía. Así pasó del escenario de la vida, el hijo más grande de los Estados Unidos, el Padre do la Patria, de los norteamericanos. poniéndosele para el efecto “Elvira”. Asimismo dispuso que se le cambiara la bandera mexicana por la argentina. Al hacerse a la mar, el barco llevaba suficiente combustible y un buen abarrotamiento de víveres, obsequio todo ello del Gobierno venezolano. La travesía se efectuó con toda felicidad; pues debido a que la embarcación siempre tenía viento en popa, tan sólo se emplearon ocho días en llegar a Progreso, donde, al entrar el “Superior” la multitud se había agolpado en los muelles, ávida de Saber detalles sobre la odisea de los expedicionarios. Tal deseo, sin embargo, no se vió cumplido; pues una doble valla de soldados impidió que los curiosos se acercaran al bar co cuando éste atracó. En la mañana del día siguiente, 31 de diciembre de 1931, y en medio de soldados, los expedicionarios fueron desembarcados y momentos después se les dió albergue en la prisión de Progreso. Es costumbre en aquel puerto no dar de comer a los presos; pero el Presidente Municipal de la localidad, viendo la tris te situación en que se encontraban los detenidos, hizo lo posible por alimentarlos, aunque mal. Seis días permanecieron los prisioneros sin saber qué iba a ser de ellos; pero al fin fueron remitidos a Mérida, donde se les internó e:i la Inspección General de Policía. Allí fueron separados los que habían fungido como jefes de corporación- y por órdenes superiores se les envió a la Penitenciaría, donde se encuentran hasta la fecha. Se les acusa de haber violado las leyes de neutralidad, después de haber sido absueltos de todos los cargos que les hiciera el capitán del barco quien los consideraba responsables de los delitos de piratería, conato de asesinato y quien sabe cuantos más. La prisión de los jefes de corporación a juicio de nuestro informante, es infundada; pues no pueden ser responsables de violaciones a las leyes de neutralidad, desde el momento en que no existen relaciones diplomáticas entre México y Venezuela, y, además, el Gobierno de aquei país los absolvió de toda culpa. Entre los detenidos, por otra parte, se encuentra el coronel Francisco Linares Tejeda, quien durante los combates se portó heroicamente, y a pesar de las amenazas que sufrió en Venezuela, tuvo rasgos de verdadero patriotismo, defendiendo a México cuando se deturpó a su Gobierno, de haber protegido la expedición. EN VERACRUZ, A MERCED DEL HAMBRE Los deinfus expedicionarios fueron pues tos en libertad; pero más les hubiera valido continuar en la prisión, pues las autoridades los echaron a la calle sin elementos para subsistir y en un medio en que el hambre era el platillo del día.. Sin embargo, el pueblo meridano, y especialmente- las Ligas de Resistencia hicieron cuanto les fué posible para que los libertados se alimentaran. Hubo tam bien muchos particulares que acudieron en auxilio de los necesitados; pero el que más se distinguió por su labor altruista y humanitaria, fue don Fidel Palma P., prominente personalidad yu-cateca. Los aproximadamente setenta individuos que obtuvieron su libertad, comen zaron a padecer un nuevo calvario, ante la imposibilidad de regresar a México. El único barco que podría traerlos a Veracruz era el “Superior”; pero como se debían a la tripulación seis meses de sueldo, tres de los cuales sólo reconocía la empresa propietaria de la embarcación, los componentes de ella se resistían a salir hacia Veracruz, máxime cuando sabían que el navio había sido ya vendido a otra empresa. El comercio de Mérida, que por la mis ma razón no podía sacar su carga del “Superior”, ya que la tripulación se o-ponía a ello como garantía del pago do sus sueldos, acordó por fin con los interesados desembarcar la mercancía quo estaba a bordo, pagándoles los tres meses que estuvieron en Venezuela. Después, por gestiones del capitán de puerto, se logró que la empresa reconociera los otros tres meses de salario que cobraba la tripulación, y por fin un mediodía caluroso, la embarcación zarpó, llevando a bordo, además de a los expedicionarios, a treinta individuos ham brientos que venían en busca de fortuna. En Veracruz el barco fué recibido con expectación. La multitud se agolpó en los muelles, y entre ella se encontraban los familiares de algunos de los jóvenes filibusteros que habían perecido en Venezuela. Se desarrollaron con tal motivo escenas desgarradoras; y, por fin, unos cuantos de los expedicionarios pu dieron trasladarse hasta México, quedando los restantes en el puerto jarocho a merced del hambre y la miseria. Sólo los centros obreros están socorriéndolos, pero muy débilmente, y esta ayuda de seguro se les acabará pronto. Sesenta son aproximadamente los jóvenes que aún están pagando en^ Vera-cruz las torpezas del general Urbina, que en el curso de esta información hemos reseñado ampliamente, y que fue ron la causa del fracaso de la expedición. PAGINA 14