Carta al Dr. Ocaña TIEMPO DE B. C., Y SONORA — PAGINA 13 ■ • v-j bl" .3 r- Muy estimado amigo: Durante mi estancia en Sonora me ha llamado la atención, además de otros acontecimientos políticos, la honda diferencia de opiniones que priva entre destacados priistas de Hermosillo acerca de la proyección de tu imagen como candidato. Mientras unos aplauden tu decisión de buscor votos yendo de uno a otro ciudadano, preguntándoles con sencillez cuáles son sus anhelos particulares, otros presionan que se vuelva a los cauces tradicionales con grandes concentraciones y un teatro aparatoso en los mítines. Estos últimos argumentan que, dada la extensión del Estado y el número considerable de sonorenses, nunca tendrás tiempo siquiera pora hablar con una.porción" importante de ellos. Yo reconozco, estimado Samuel, que al pueblo nos gusta, aunque no lo confesemos, que el candidato llegue cpn las sienes aureoladas por el autoritarismo que temoriza y el aparato publicitario que causa impresiones anonadantes. Hitler y Mussolini arrastraron a las masas con la aplicación de estas verdades. Junto a ellos, iqué poca cosa parecía Gandhi desnutrido, descalzo y sin ejércitos! Pero alguna falla debe tener la táctica del apantallamiento masivo para que los dos dictadores hayan llevado sus naciones a la derrota y pasado a la historia sus nombres como dementes, mientras el varón puro de la India conquistó la independencia de su patria y vive a , y se agranda en el corazón de la humanidad. El pueblo se impresiona, es cierto, cuando su líder le habla fuerte subido un escalón más arriba y le domino con su voz y su artificiosa estatura. Pero la inferioridad a que lo someten las circunstancias ya encendiendo en su corazón pequeñas brasas de rencor que se volverán llamaradas cuando las inflame el combustible que a veces se llama inius-icia, a veces falta de información/) veces demagogia Y a veces hombre. Pero además, el pueblo no es tonto. Hay en él gente sin antecedentes universitarios que aventaja o los profesionales en la posesión de un título invaluable: el del sentido común. El pueblo es políticamente adulto. No se ha vuelto escéptico y desconfiado porque ignora, sino porque SABE. WSUBAS AL te 'I I BB iÍYk'*' ■ - - ; Mi podre, amigo candidato, hombre fuerte, honesto, sin vicios, de formidable y aguda inteligencia, fue siempre un obrero. Frente a nuestra casa, en Ciudad Obregón; colocaban, los días de elecciones, una casilla. A veces los funcionarios de la misma se pasaban la mañana espantándose las moscas del aburrimiento; a veces había gritos, empujones y balazos. En cualquier circunstancia, mi padre ya había atravesado la calle a temprana hora y ejercido su obligación y su derecho de votar. No obstante, nunca en su vida entró al taller en que laboró —la vieja Richardson, después Irrigadora— un candidato, ni mucho menos, estrechó jamás la mano de ese candidato convertido en gobernante. No tuvo la oportunidad de decir con su manera tranquila y tranca lo que pensaba del gobierno, y sólo supo lo que pensaban los dirigentes del mismo a través de los noticieros de radio y de la prensa, cotidianos visitantes de nuestro hogar. Aunque niño entonces, recuerdo a otros obreros que trabajaban con mi padre, y que a la hora de rendir honores al café.de la tarde, cambiaban 'impresiones sobre -lo acontecido en la sesión mensual del ( sindicato, en la discusión de los programas de trabajo con los ingenieros o en el suceso político local más destacado. ¡Qué sencillas eran sus palabras pero qué equilibrados, qué serenos y qué sabios sus juicios! Hablaban sin rencores y con un fino matiz de buen humor, pero siempre como si se refirieran —al tratar de político— a un mundo lejano, extraño y remoto que nunca podrían visitar. Por aquellos hombres recios y francos que viven todavía, con otras coros, con otros nombres, con las mismas -inquietudes y los mismos anhelos, te pido, Samuel Ocaño, que no subas al pedestal que te. han preparado. Permanece aquí, con nosotros, los obreros y los campesinos, y los hijos de los obreros y los hijos de los campesinos, sin cuidarte del sudor y de las tolvaneras; permanece entre nosotros, 'los rebeldes, los •inconformes, los escépticos, los pobretones, los subempleados; deja que un día se trepe un muchacho insolente al pedestal vacío para que, alzándose sobre todos nosotros, contemple a lo lejos un futuro: el futuro de un pueblo en el que ningún hombre levantará tronos paro otro. Te saludo con afecto. CARLOS MONCADA