gría en dosis progresivas. Somos recompensados doblemente por ha— 1 ber aprendido a esperar: qvc' allí, en la actitud suprema con que resistimos sin doblegarnos los choques más espantosos del éxito, es donde aparece el beneficio esplendente de esta dolorosa educación. No se ha necesitado que cayese de lo alto, que viniera de ninguna parte la menor consigna para que todos, a los -^primeros rumores de ' nuestra cnérgida ofensiva, mostrasen la misma disciplina reservada. En Francia jamás se necesita darse la contraseña para tenerla. Cada uno la recibe. a su nacimiento, por tradic:ón. En todas las grandes cuestiones de honor, todos los franceses nos entendemos, sin estar obligados a previo acuerdo. Al choque y al fuego. de la misma chispa, se establece al punto la corriente divina que nos galvaniza nos hace resonar al unisono. ¿Habéis visto la tranquila unanimidad con que hemos saludado, en un vivo movimiento de alegría, retenido al momento, el vigoroso avance de nuestros Ejércitos en Artois y en lá Champaña?—Ni gritos ni cánticos ni procesiones. Es demasiado profundo nuestro recogimiento para que nos abandonemos a manifcstac’ones ruidosas que no corresponderían a la nobleza de nuestros pensamientos. Por xitra parte, un sentimiento que se retiene es más intensamente gustado: conserva todo su aroma; al agitarse, se pierde. Los penosos caminos recorridos nos han enseñado que debemos, para proseguir, llevar nuestros deseos, nuestras esperanzas y aun nuestras victorias con infinitas precuaciones, como un tesoro frágil y sagrado. Somos como los miembros de una familia, come) los niños que, reunidos en una sala, esperan el resultado de una operación que se hace en la alcoba vecina a un enfermo querido: operación de la que depende su vida. A menudo, de momento a momento, vienen á decirles: “Va bien-----To- do marcha admirablemente. Pero ¡paciencia!--- aun no puede decir- se la última palabra. Aun no termina.” Y cuando la operación ha acabado y ha tenido éxito, el cirujano no consiente en declararlo sino después de algún tiempo, de varias horas o de varios días. Los niños np tienen derecho a hacer estallar su alegría si-hasta aquel instante vigilado y solemne, en que se les dice: “Si______ vuestra madre se ha salvado!” Sólo entonces pierden la cabeza, se abrazan y ríen. Y algunas veces tam-. bien, han sido hasta entonces tan prudentes, tan tímidos en sus espe ranzas que no pueden creer en la curación cuando se les anuncia, y es necesario proclamarla a gritos. Y bien, sabemos