hacia el extremo Oriente, y en una nueva crisis de idealismo sui genere, en un rapto de lirismo cartaginés, resuelve que los mahometanos y gentiles de Filipinas, que España con su insuperable eficacia colonizadora no k>Rró cristianizar en tres siglos, en sólo veinte años de dominación americana han ganado las alturas de l¡i más refinada disciplina cívica, y que, por .tanto, han conqu istado el derecho a la emancipación. El bill de independencia, que después de aprobarlo el Senado pasó a la Cámara de Representantes donde ahora se encuentra y donde con seguridad no sufrirá reformas substanc a-les, establece en lo fundamental que "no antes de dos años ni después de cuatro, el Presidente de los Estados Unidos podrá “retirar" la soberanía americana concediendo su independencia al pueblo filipino, siempre que juzgue que ese pueblo ha dado los pasos condt ceníes al establecimiento de un gobierno independiente, republicano en la forma y estable en su carácter. dispuesto a aceptar los arreglos que el Presidente americano juzgue adecuados para la protección de los intereses americanos y de otros nacionales en las islas, con la reserva de bases navales, estaciones carboneras y "otras propiedades" que los Estados Unidos puedan requerir para sus propósitos militares, etc,______ “------the President should with- draw the sovereignity of the United States and proclaim the independence of the Filipino people provided he should find that proper steps had been taken to secure, by peaceful means, an independent Philippine government, "republican in form, stable in. character" and prepared to enter into such abinding agreements with the United States as the President may deem necessary for the protection of recognized rights of americana and other nationals in the islands. The President would be empowered to reserve naval bases, coaling stations and other properties required by the United States for military purposes." “The Times-Picayune,” Enero 27 de 1916. En la Casa Blanca no faltan psicólogos sutiles para quienes no es una novedad que aquella inmensa parte de la pobre especie humana que jamás estuvo capacitada para los trabajos de comprobación, solo percibe y retiene la parte aparatosa y deslumbrante de los grandes hechos, desentendiéndose de lo poco aparente u obscuro; que, por ende, en el caso de Filipinas descuidará los bajos fondos del asunto, es decir la parte que en todo ello corresponde a los intereses y al recelo que inspira el Japón, para no atender sino a los dramáticos, a la aparente abnegación de quien, tras de combatir con España y haber comprado en veinte millones el dominio del Archipiélago, después de 20 años de tarea educadora para hacer del filipino un pueblo a la altura del inglés, generosamente renuncia a los derechos conquistados y le concede la independencia. i Lástima grande que no sea verdad tanta belleza! Lejos de que el pueblo filipino haya logrado la cultura y el civismo que requiere una verdadera democracia, en su mayor parte s'gue siendo semisalvaje, mahometano o gentil. Por debajo de aquellas declaraciones de principios, tan desacreditadas por el abuso en los labios del gobierno americano, se descubre una verdad que lo pone en posición poco airosa, a saber: que el proyecto de independencia lo ha inspirado el saludable temor que ahora inspiran los japoneses. Desde su participación en la guerra actual, el Japón ha crecido demasiado: los Estados Unidos comprenden que después de la guerra, tarde o pronto, el Japón tomará Filipinas de grado o por fuerza, y como su amor propio no se resigna a lo primero, ni su prudencia admite verlos expuestos a lo último, quieren resolver la situación diciendo como aquel personaje de género chico: ahí queda eso! , De allí la proyectada independencia y de allí los términos en que está redactado el bill. Con arreglo a éste, el Presideute de los Estados Unidos podrá conceder la independencia al pueblo filipino si dentro de cierto plazo ese pueblo ha satisfecho determinadas condicione.. ¿A qué atienden éstas? A la aptitud de aquel pueblo para establecer un gobierno independiente, republicano y estable, contesta el proyecto; a la magnitud e inminencia del peligro japonés, contestamos nosotros y contestan con nosotros la verdad y el espíritu del proyecto. No sólo nos lo enseña así con caracteres de relieve ese bill, confirmando con superior elocuencia cien años de historia política, cien años de sonoras declaraciones de principios, encubriendo inconfesables intenciones, sino que ilustra aquella convicción un hecho de valor decisivo. Entre la antigua Española, tan llena de los recuerdos del Almirante ge-nones, y la posesión inglesa de Jamaica, como una de las piedras del puente con que la Casa Blanca pretende unir la punta de Key West con la plaza de Balboa, para pasar a las islas Galápagos, dar la vuelta hasta nuestra bahía Magdalena y dejar as-fixiadose dentro de ese círculo a México y Centro América, surge de las azules ondas la celebrada isla de Puerto Rico, cedida por España a Estados Unidos en el tratado de París de 1898. Grandes riquezas naturales en proporción de su area, estrecha densidad de población—más de 3,000 habitantes por milla cuadrada, fuerte unidad de raza y de cultura y admirable posición geográfica, bastan para hacer de Puerto Rico el país y el pueblo ideales para que surgiera allí una república insular modelo. Jamás, sin embargo, pensó la Casa Blanca en dar la independencia a esc pueblo, del que ha hecho un paria internacional, ya que conforme a las leyes de la Unión, los hijos de Puerto Rice ni siquiera son ciudadanos de los Estados Unidos. Y mientras ello siga siendo asi, ni las fórmulas más sonoras, ni las protestas más solemnes, ni todo el diccionario de la vieja perfidia florentina, podrán hacernos creer en los altos ideales de justicia, de. libertad, de humanidad y civilización, en el gobierno que, mientras ante el peligro japonés, concede la independencia al filipino bárbaro, como quien arroja una ascua ardiente, mantiene sin esperanza de redención al pueblo de Puerto Rico, que es positivamente civilizado, no ciertamente con aquella civilización que se manifiesta por el lynchamientp diario y por la venta de municiones para alimentar la hoguera de la guerra europea, sino con aquella otra, que es la verdadera, de la que ha dicho ef divino humorista lusitano que “tiene por mejor esfuerzo perfeccionar el Alma que reforzar el Cuerpo y que, aún por el lado de la utilidad, considera un Sentimiento más útil que una Máquina!” XXX Los principios de ‘‘libertad,-’ de "civilización”, de "humanidad” y de “Justicia,” en manos de la Casa Blanca han adquirido una elasticidad que los hace adaptables a todos los usos. En nombre de ellos se fomentan en Estados Unidos "las revoluciones que desangran a los pueblos americanos de civilización latina; los mismos principios que invoca la arrogancia de la administración Taft en el Caso de Cannony Grace frente a la débil Nicaragua, se convierten en presurosa sumisión en el caso del "Trent," cuando ante el altanero ultimátum inglés (Pasa a la penúltima pág.)