122 REVISTA EVANGELICA Febrero La Conciencia — (0) — p. j Villanueva -- (01 - ERA una noche tenebrosa. Gruesas nubes encapotaban el cielo. Amenazaba una tempestad. Las aves, tímidas, volaban hacia sus nidos o escondrijos ocultos en los altos picachos de las montañas o en la selva umbría. El viento silbaba por las rendijas de las ventanas, dando una nota lúgubre al paisaje. Un hombre huía despavorido entre la espesura En su cara pálida llevaba pintadas las huellas de una vida licenciosa. El más leve rumor le espantaba y le ponía trémulo. Una hoja que caía de un árbol o la peña que rodaba de las alturas, le hacian crispar las manos de pavura. F' canto del buho le helaba las entrañas. Se miraba las manos espantado. Le parecía que aún le chorreaba la sangre de su victima. Le parecía ver en la oscuridad de la noche trasgos y vestiglos: espectros que se acercaban y hundían sus descarnados dedos en su amedrantado corazón. La garganta se le ahogaba. No tenia ni el menor reposo. Si estaba despierto, en cada persona que se acercaba, le parecía ver un agente secreto que le perseguía: si dormido, las pesadillas más horribles le llenaban de un miedo indecible y despertaba con la boca seca y los labios lívidos por el terror y la angustia. La conciencia es un juez inexorable. Se podía ocultar de los asentes de la autoridad y de sus enemigos que lo perseguían; pero su conciencia le torturaba de una manera indecible. Al fin fué y se entregó a las autoridades y en un paroxismo de remordimiento dijo: "Vengo para que me castiguen. yo le maté, aquí está el puñal: la cárcel, la horca, la muerte misma, serán menos torturadoras que mi conciencia que me hace sufrir lo indecible". Y el hombre fué preso, se le juzgó, se le sentenció a la pena de muerte; pero antes pidió una gracia: que se le pusiese un epitafio sobre su tumba: "Aquí yacen los restos de un hombre cuya conciencia le torturaba tanto, que prefirió la muerte al remordimiento cruel”. Aquel hombre había recibido a Jesús como el ladrón en la cruz y había oido, antes de subir el fatídico escalafón de la horca, las dulces palabras de perdón del Redentor. Y al morir, mostró valor y resignación porque solo Jesús había podido lavarlo de su negra mancha y de una conciencia que le llenaba de horror!