aífl©« Ni ■ Amar es tener en la mano un hilo |>ara todos los dédalos, una antorcha para todos los caminos, un vado para todos los ríos. ¡Amar es comprender los cielos! Es llevar, dormido o despierto, una luz en los ojos y una música en los oídos. ¡Es calentarse en lo que arde, inclinar el alma embalsamada hacia el lado divino de todas las cosas! Asi, dulce amada mía, tú eres, tu corazón y tus sentidos, en el retiro donde me acoges, a los diálogos encantadores de las olas, las hojas y los astros. El cristal deja ver la luz del mismo modo, a pesar de nuestras nieblas y nuestras dudas^ ¡oh. angel mío! aparecen al través del amor todas las verdades. El hombre y la mujer, comunión dichosa, a quien el corazón sirve de apóstol, dejan ver el cielo detrás de sí y son transparentes el uno paira el otro. Llevan en su seno como el reflejo de Dios oculto a quien no se puede ¡Amemos! ¡Reguemos! Los bosque están verdes, el sol de verano resplandece en el césped, las semillas se entreabren respirando vida, la onda se desborda y la yerba brota. Dejemos a la multitud continuar sus senderos insensatos, bien lejos dv > nosotros; amemos, postrémonos c tarde, el amor trae el convetimiento de Dios a nuestra alma sombría. Es preciso que haya en alguna parte un cuerpo si en el espejó se féfieja una sombra. ¡Es preciso amar! En vano la sombra cubre los ojos de nuestro espíritu. ¡Creed, y se abrirán los párpados! ¡/\mad, y la pupila verá! Desde lo alto de los cielos iluminados por su luz, la verdad demasiado lejana no puede verter más que claridades incierta^5" en el libro del alma. Durante la noche no hay mirada capaz de leer al solo fuego de los astros inflamados; pero el amor viene a brillar cerca de nosotros y una lámpara ayuda a los soles. Para que podamos leer incesantemente en la sombra por donde Dios nos conduce, el anmr une su luz humana a las irradiaciones celestes. ¡Amad, si, puesto que todo nos manda amar, puesto que la inteligencia sola esclarece muy poco y que frecuentemente el corazón de una mujer es la explicación de Dios. ¡Oh! cuando esté yo durmiendo acércaíe a mi lecho, como se aparecía Laura a Petrarca, y rózame con tu allanto------ Al punto mi boca se entreabrirá. En mi frente triste, donde quizas se termine un sueño sombrío que había ya durado largo tiempo, haz levantar como un astro tu mirada-------- Y al punto mi sueño irradiará. Después en mis labios, donde se. mueve una llama, destello de amot purificado por Dios mismo, deposita un beso y de angel transfórmate en mujer_____ Y al punto mi alma des- pertará. No pidas alegría de esta tierra donde todos plegamos nuestra tienda a la caída de la tarde: conténtate con el amor. Excepto él, todu we borra; la vida es un lugár sombrío donde todo lo que pasa prepara al hombre part Dios. El hombre es un árbol al que le falta savia antes de hallarse en flor; su destino no se cumple nunca sino por el lado de la desgracia. Todos buscan unánimes la alegría, la esperanza sonríe a todos los que llegan, cada uno tiende la mano temblorosa hacia algún objeto radiante. Pero la desgracia se dirige siempre con pasos pesados, como un espectro de pies de piedra, hacia toda alma humilde o activa. Lo demás queda siempre flotando. Todo nos falta, excepto la pena. La dicha para el hombre que llora, no es más que una imagen vacía civ objetos que están en otra parte. La esperanza es alba incierta en nuestro paradero; pero es arrebol lejano de un rayo misterioso. Es el reflejo, bruma o llama que en su calma eterna derrama desde las alturas sobre nuestra alma -las felicidades del cielo. Son las blancas visiones que, hasta en nuestros días malditos, vienen al través de las ramas de los arboles del Paraiso. Es la sombra que proyectan en nuestras playas esos árboles encantadores cuyos estremecimientos vagos siente el alma en sus sueños. A ese reflejo de los bienes sin número le llamamos dicha; y queremos apoderarnos de la sombra cuando pertenece al Señor. Anda! nadie se eleva tan alto; es preciso seguir morando en la tierra: lo que se desea hace sonreír, pero lo que se tiene hice llorar. Puesto que un Dios vierte su sangre en el Calvario, no nos quejemos, créeme. ¡Suframos! esta es la iey severa. ¡Amemos! esta es la ley suave. ■ x . ¡Amemos! ¡Seamos dos! El prudente piloto no está solo en el buque: dos ojos forman el rostro y dos alas el pájaro. ¡Seamos dos! Todo nos incita a amarnos, hasta la tarde. ¡No tengamos entre los dos más que una sola vida, no tengamos más que una e» peranza! En este mundo de engaños yo amaré mis dolores, si mis sueños son tus sueños y mis lágrimas tus lágrima. Puesto que aquí abajo toda alma consagra a alguno su música, su llama o su perfume, puesto que aquí todas las cosas dan siempre su espina o su rosa a sus amores, puesto que Abril da a las encinas un susurro encantador, que la noche da a las. penas el olvido letárgico, puesto que el aire da la rama al pájaro, el agua, un poco de agua a la vincapervinca, puesto que la ola cuando llega a reposarse en la ribera le da un beso: Yo te doy a esta hora, inclinado hasta tí, lo mejor que en mí ha>. ¡Recibe, pues, mi pensamiento, Inste, que te llega convertido en lágrimas como un rocío! ¡Recibe mis votos sin número, ¡oh amor mío! recibe la llama o la son» bra de todos mis días. ¡Mis trasportes llenos de embriaguez, puros de todas las sospechas y de todas las ca ricias de mis canciones! ¡Mi espíritu, qu< boga sin vela acaso, y que por estrella no tiene sino tu mirada! ¡Mi mu^a, mecida por las olas delirantés, y que, llorando .cuando tú lloras, llora con frecuencia!, Recibe, ¡oh hermosa mía! mi bien celestial, mi corazón, del cual, si se quita el amor, no queda absolutamente nada. Víctor HUGO.