Página 2 i AVINTE I Octubre 10 de 1929 gándola hasta donde alcance nuestro poder. Hay que advertir, sin embargo, que la misión de la Escuela Moderna no se limita a que desaparezca de los cerebros el prejuicio religioso, porque si bien es éste uno de los que más se oponen a la emancipación intelectual de los individuos, no lograríamos únicamente con ello la preparación de la humanidad libre y feliz, puesto que se consigue un pueblo sin religión y también sin libertad. Si la clase trabajadora se librara del prejuicio religioso y conservara el de la propiedad, tal cual existe hoy; si los obreros LOS LOCOS DEL SIGLO XX Locos, sí, los que luchamos por establecer una humanidad que viva en armonía, que viva la verdadera vida, libre, de común acuerdo con los seres de otros países, no importa el color, si son blancos, amarillos o negros; pues la esclavitud, la tiranía y la explotación del gobierno, el clero y el capitalismo son siempre tiránicos, despóticos e hipócritas. Locos, visionarios, los que propagamos la libertad para los que gimen bajo la despótica y carcomida sociedad burguesa. Locos, los que en el siglo de las luces, el siglo del radio, de la fuerza dinámica y la ciencia, han desarrollado el cerebro y han dado rienda suelta a las invenciones para los adelantos y progreso de los pueblos. Locos, los que por medio de la pluma vierten rayos de luz a través de las tinieblas e iluminan la choza, alegran la boardilla proletaria que por veinte siglos ha permanecido en la ignorancia. Locos, los que con rebelde verso, rimada prosa y candente verba azuzan a las muchedumbres, a las Malangos proletarias, a tomar la revancha para derribar la opresión y la tiranía de todas las castas parasitarias, para acabar con tbdos los denigrantes vicios creados en la actual sociedad que embrutecen y degeneran el cerebro humano. Locos, los que protestamos contra los hombres “cuerdos", porque son éstos la causa y el sostén de todas las iniquidades, de todas las barbaries de absurdas y sanguinarias guerras de pueblos contra pueblos, de hombres contra hombres, de hermanos contra hermanos, para saciar sus más ruines ambiciones. Sois vosotros, “hombres cuerdos”, los que ofuscáis nuestro cerebro con vuestras mentiras, con vuestras aparatosas leyes para engañar a incautos parias a quienes no han llegado a sus mentes los refulgentes rayos de luz para ver. la verdad, a pesar de haber envejecido bajo la oprobiosa tiranía, y han visto caer a los defensores del baluarte de la libertad. Somos los locos que a través de las fronteras desplegamos la bandera que airosa ondea a los cuatro vientos, desafiando la ironía desenfrenada que subyuga y envilece a millares de seres que poblamos el planeta Tierra. Locos, los que en negros talleres, al pie del yunque, forjamos la piqueta y el arado para que los ilotas del campo hagan producir la tierra para beneficio del zángano que vive de la clase que produce y no consume sino las sobras del opíparo banquete. Locos, los que bajando a las entrañas de la tierra para extraer él precioso y codiciado metal, que más tarde manos rudas y encallecidas convertirán en valio- Ante un edificio viejo, feo, incómodo, húmedo y sin ventilación, estaban unos cuantos hombres discutiendo. Un señor de sombrero cilindrico, guantes y bastón, decía: —Yo comprendo lo que ustedes dicen. Veo yo también que el edificio no es perfecto, pero las pequeñas fallas que tenga, poco a poco las voy a arreglar. Tengan paciencia, esperen, que yo no soy tan malo como ustedes me pintan. Otro señor, vestido regularmente, con el libro de la democracia debajo del brazo, toma la palabra y dice: —La construcción está por derrumbarse. Los obreros que han de habitarla deben de vivir seguros. Es indispensable colocarle buenos puntales; una ley-tirante por acá, un decreto-traba por allá; en aquel rincón donde está agrietado necesita asegurarse con fuertes cadenas. De esta forma le aseguro que los obreros se conformarán y el edificio no caerá por muchos años. Otro hombre, de aspecto de rudo trabajador, tostado por el sol, de blusa y alpargatas, dice resuelto : —Nada de paliativos; nada de esperanzas e ilusiones, ni de remiendos, que no harían más que perpetuar el actual qmlestar de sus habitantes. Ya que el edificio está por caer, hay que echarlo abajo y construir otro hermoso y ventilado, seco,- cómodo, con todos los adelantos de la ciencia y de acuerdo con el gusto y la voluntad de los propios habitantes. —¡No! ¡Qué bárbaro!—contestan al unísono los dos hombres que hablaron anteriormente—ese sería un desastre, un caos. Nos oponemos. —Mi idea la creo la más acertada. Si ustedes no están de acuerdo con ella, apelaré a la opinión de los obreros que están forzados a habitarlo, y a lo que ellos digan me atengo. No bien terminó de decir estas últimas palabras, el señor de guantes y bastón saca dinero de la cartera y se lo da a dos lacayos para que éstos agarren al obrero, uno de cada brazo, y creyeran cierta la profesía que afirma que siempre habrá pobres y ricos; si la enseñanza racionalista se limitara a difundir conocimientos higiénicos y científicos y preparase sólo buenos aprendices, buenos dependientes, buenos empleados y buenos trabajadores de todos los oficios, podríamos muy bien vivir entre ateos más o menos sanos y robustos, según el escaso alimento que suelen permitir los menguados salarios, pero no dejaríamos de hallarnos entre esclavos del capital. La Escuela Moderna pretende combatir cuantos prejuicios dificulten la emancipación total del individuo, y para ello adopta el sas alhajas, para que la damita burguesa las luzca en sus delicadas manos, mientras que los que bajaron a las minas respiraraon un ambiente insano, cargaron sus pulmones de veneno para sucumbir en las garras de la anemia y la terrible tisis. Locos, los que surcan los aires y las aguas del impetuoso acéano al impulso poderoso del cerebro y de la ciencia, para beneficio del racionalismo humanitario, que consiste en inculcar a la infancia el afán de conocer el origen de todas las injusticias sociales para que, con su conocimiento, pueda luego combatirlas y oponerse a ellas. La enseñanza racionalista y científica de la Escuela Moderna, ha de abarcar, como se ve, el estudio de cuanto sea favorable a la libertad del individuo y a la armonía de la colectividad, mediante un régimen de paz, amor y bienestar para todos, sin distinción de clases ni de sexo. Francisco Ferrer Guardia. Cárcel Modelo, Madrid, 1-5-1907. capitalismo, buitre insaciable de oro y vidas proletarias. ¡Hombres cuerdos! Es tiempo de que reconozcáis que vosotros sois los culpables de nuestra locura ; pero que nuestra locura traerá funestos resultados en día no muy lejano para vuestra asfixiante y corrompida sociedad que bambolea al impulso poderoso de los locos del siglo XX. JOSE D. MENDOZA. El Edificio Social lo conduzcan preso a incomunicado por subversivo. Mientras el otro señor se queda tranquilamente ojeando el código, esperando encontrar una ley con la cual arreglar el conflicto y restablecer la armonía entre el rico y el pobre. Todavía hoy está empeñado en encontrar el arreglo pacífico, y lo seguirá buscando inútilmente hasta que los trabajadores esclavizados del ingnominioso edificio social, no se percaten, se pongan de acuerdo y se subleven. (Tomado del libro “Reflexiones de un Obrero”, por A. De Cario). Aclaración Importante En el número 26 de AVANTE, correspondiente al 15 del último mayo, apareció un artículo titulado “La Sociedad, la Mujer y el Niño"; dicho artículo se publicó firmado por P. Fernández, de Puerto México, Veracruz. Ese artículo es original del infortunado camarada José Scalise, muerto trágicamente en las aguas del Río Negro, Argentina, el 13 de enero de 1924; fue publicado en el número 2 de “La Verdad de Tandil”, Argentina, en junio de 1923. También en el número 30 de nuestro mismo vocero, aparece un artículo de nuestro querido camarada Práxedis G. Guerrero, firmado por Palemón Fernández, de Puerto México. Hacemos constar que por una equivocación apareció al pie de esos artículos el nombre del remitente en lugar de los nombres de sus autores. Indagatoria Por asuntos de familia Leonardo L. Morelli desea saber el paradero de Roque Libero Anele. Dirección: Leonardo L. Morelli, calle de la Cruz, Progreso, La Paz, Barranquilla, Colombia. Con frecuencia se nos reprocha haber aceptado como divisa la palabra anarquía, que tanto temor influye en los espíritus: “Vuestras ideas son hermosas, se nos dice, pero convenid con nosotros en que el nombre que las sintetiza ha sido elegido torpemente." “Anarquía, en el lenguaje corriente, es sinónimo de desorden, de caos; esa palabra despierta en los espíritus la idea de la lucha entre intereses contrarios, de individuos que se combaten, de un estado en que la armonía no puede establecerse entre los hombres.” Empecemos, primero, por hacer la observación de que ninguna idea que represente una tendencia nueva, puede elegir, desde un principio, un nombre que exprese perfectamente sus aspiraciones. No son los mendigos de Brabante los que inventaron este nombre tan popular actualmente; pero primero, como apodo y como sobrenombre bien puesto, admitido, más tarde, por los partidarios en general, convirtióse pronto en nombre propio. A pesar de todo lo que la prepcupación predisponga en corirfa, se convendrá con nosotros en que la palabra encierra una gran idea. El nombre de “descamisados”, en 1793, ¿no era un calificativo parecido? Los enemigos de la revolución popular fueron los que lo inventaron. Este nombre representaba, no obstante su significación despreciativa, el ideal de la sublevación del pueblo, de la multitud harapienta, harta de miseria, contra todos los realistas, patriotas y jacobinos, bien vestidos, de continua etiqueta, que. a pesar de sus pomposos discursos y del incienso quemado ante sus estatuas por los historiadores burgueses, eran los verdaderos enemigos del pueblo, hacia el que sentían un profundo desprecio por su miseria, por su espíritu libre e igualitario, por su entusiasmo revolucionario. Lo mismo sucedió con el nombre de nihilismo, que tanto ha servido a los periodistas para inventar intrigas a su costa. Sobre el popularísimo nombre se han hecho juegos de palabras, buenos y malos, hasta que se han convencido de. que no servía de bautismo a una secta barroca, casi religiosa, sino a una fuerza verdaderamente revolucionaria. Lanzado a la publicidad por Tourgueneff en su novela “Los padres y los hijos”, fue admitido por los “padres”, que creían vengarse así de la desobediencia de los “hijos”. Los hijos aceptaron el nombre, y cuando más tarde se dieron cuenta de que se prestaba a falsas interpretaciones y quisieron cambiarlo, ya no les fue posible. La prensa y el público no quería reconocer a los revolucionarios rusos más que con el nombre primitivo. Además, el calificativo no había sido mal elegido, puesto que encerraba una idea también; expresaba la negación en conjunto de los hechos de la civilización actual, basada en la opresión de una clase por otra; la negación del régimen económico actual, la negación del gubernatalismo y del poder, de la política burguesa, de la ciencia rutinaria, de la moralidad capitalista, del arte puesto al servicio de los explotadores, de los usos y costumbres grotescos y de la detestable hipocresía que los siglos pasados han legado a la sociedad actual; en resumen, la negación de todo cuanto la civilización burguesa rodea en nuestros días de veneración. Lo mismo ha sucedido con los EL ORDEN anarquistas. Cuando del seno de la Internacional surgió un grupo que negaba la autoridad de la Asociación, y la combatía en todas sus formas, se llamó, primero, Partido Federalista, luego anti-estatista y anti-autoritario. Por entonces hasta evitaba el llamarse anarquista. La palabra an-ar-quía (entonces se escribía así), parecía aproximar demasiado los anarquistas a los proudhonianos, a quienes la Internacional combatía, en aquel tiempo, por sus reformas económicas; a causa precisamente de ese antagonismo, los adversarios se complacían llamándoles anarquistas; además, con ese nombre pretendían los enemigos probar que quienes lo ostentaban, no sentían otra ambición que la de fomentar el desorden y el caos, sin pensar en resultados. Entonces la fracción anarquista aceptó el nombre con toda su significación y consecuencia. Se discutió un poco sobre el pequeño guión que separaba el an de argüía, explicando que con esta forma la palabra an-arquía, de origen griego, quería decir ausencia de todo poder, y no desorden; pero bien pronto convinieron aceptarlo en toda su magnitud, sin preocuparse en la inútil tarea de rectificar a los correctores de imprenta, ni dar al público lecciones de griego. La palabra volvió, pues, a su significación primitiva, ordinaria, común, tal como la definió, en 1816, el filósofo inglés Benthan: “La filosofía que desea reformar una mala ley, decía, no predica la guerra contra ella.” “El carácter del anarquista es muy diferente.” “Niega la existencia de la ley y su validez, excita a los hombres a desconocerla como ley y sublevarse contra su ejecución.” El sentido de la palabra se ha ensanchado mucho hasta hoy; la anarquía niega no solamente las leyes existentes, sino todo poder establecido, toda autoridad; la esencia, sin embargo, continúa siendo la misma: la rebeldía contra todo poder, contra toda autoridad en cualquier forma que se manifieste. “Pero esta palabra, aunque sólo sea por prejuicio, nos dice, infunde en los espíritus el temor al desorden, al caos.” Entendámonos antes de entrar en materia. ¿De qué orden se trata? ¿Es el orden de la armonía que nosotros anhelamos; de la que se establecerá en las relaciones humanas cuando nuestra especie acabe de estar dividida en dos clases y de ser devorada una por otra? ¿Es acaso de la armonía que resultará de la solidaridad de los intereses cuando todos los hombres formen una misma y única familia, cuando cada uno trabajará para el bienestar de todos, y todos para el de cada uno? No, por cierto. Los que reprochan a la anarquía ser la negación del orden, no hablan de la armonía del porvenir; se refieren al orden tal cual se define en la organización social actual. Veamos, pues, qué orden es este que la anarquía quiere destruir. Lo que hoy se entiende por orden, según los partidarios de lo existente, los individualistas, es la monstruosidad de que hayan de trabajar nueve décimas partes de la humanidad para procurar lujo, felicidades y satisfacción de todas sus pasiones, hasta las más execrables, a un puñado de holgazanes. El orden es privar a la mayoría, a cuantos trabajan, de lo que se necesita para una vida higiénica, para el desarrollo racional de las facultades intelee-