- - DESDE PARIS - - LA CIUDAD COSMOPOLITA La ciadad cosmopolita yi no es Paris. Esos rumanos tenebrosos con dedos llenos de sortijas, esos bajas solemnes, esas cimbrantes americanas que bebían champaña con desgaire viril toda esa carvana internacional, ya no está aquí. Se marchó en busca de alegría y de cafés de noche. Sólo tímidamente, clandestinamente, algunos argentinos bailan tango en el Sans-Souci, un nombre simbólico, en efecto. En cambio el Havre es Cosmopolis. Acabo de regresar de esta capital provisoria de Bélgica que más parece sucursal de Piccadilly. Desde la estación todo trasciende a tabaco rubio. Y rubias son las mujer -s que piden nove as a un chelín en librerías parecidas a las de Londres Para ellas organizan "casas de té" como para los soldados instalan ya sastrerías y bars. Se les ve a éstos en ¡os cafés, lomando lecciones de galantería con profesoras de París o .mostrándole al vecino el último retrato de la novia. Son mocetones de ojos ingenuos y almas simple. Los vecinos del Havre no los pierden de vista. Los vigilan porque son niños terribles. Se guardan fácilmente en el bolsillo del aOrigo una cuchara, una pipa cualquier objeto, indistintamente. No es indelicadeza ni codicia. Es souvenir, como e los dicen y como los apodan en Francia cariñosa y burlonamente En todo inglés dormita un coleccionista. ¡Cómo no han de llevarle recuerdos a la familia! Su mentalidad es semejante a la del turista que en la Alhambra cortaba mo duras con cuchilla. Y como toman, dan. Fácilmente st despojan de la estilógrafa o de los botones dorados de la capota. F.l generalísimo inglés ha tenido que prohi birles esta generos.dad, recientemente. Prohibición penosa, pues se adi vina su deseo de ser amables Sonríen como niños, van encantados con dar el brazo a Magdalenas de arroyo. En sus rostors desaparece "la habitual expresión británica que es sufrimiento escondido y esplin intenso", como decia un inglés irónico No_ sienten ya en torno suyo ese "espléndido odio” que, según Thackeray Europa entera les ha tenido. Y no es raro verlos jugar con esos chiquillos de gorra belga y cara páHda, que os piden cinco céntimos en francés dengoso pero rudo. Una fraternidad ilusoria reina entre os desterrados los errantes, los viajeros de comercio y los viajeros de guerra. Cada tren que va al Ha vre o regresa es una hermandad uní versal. Dos nurses charlan con un herido francés en un idioma que es a la vez esperanto y lenguaje de sor-do-nu dos; un soldado nos muestra stT-cesivamente el retrato de su coronel y el de su "dulce corazón," que está en Escocia, pegados ambos en-las tapas interiores deTreloj: un be-ga cuenta atrocidades: un londinense estrafalario hace calceta—¡ extraña modal—cae una pericia de vieja abuelo que sea «om oaZisómbros iutini- Ultimos Modelos "TT Primorosos vestidos para niñas. En el ‘departamento” de fumadores media docena de pálidas, desteñidas y frágiles misses fuma cigarrillos de boqi illa dorada E' i niforme reciente les sienta bien. Son las nuevas amazonas Son las guerreras aceptadas^ por un min stro humorista, que vimos con sombrero de hom-v '"on erróte en los motines londinenses: y son también las profesionales del sablazo místico, las que con a d-1 “Ejército de salva- ción" piden limosna a las puertas de los teatros. Y como este tren va siendo sajón por entero, como entramos desde el Havre en m seráfico ambiente, he aquí qué viene lo que no podia faltar: el viejecito evangéFco. el agente viajero de Dios. Cuando llegó a mi departamento le reconocí en seguida por sus ojos claros, su pantalón a cuadros. su pt Icritud y su dulzura. Los viajeros franceses se equivocaron. En realidad, su ademán humilde podía hacerle confundir con esos recaudadores ambulantes que orgaj^i-zan la caridad en Parisr Pjydeatit-mente, corno de acuerdo, mis •vedase apartaron los ojos, fingiendo un brusco interés por el paisaje Pero humilde, testarudo, resignado al temor burgués, el anciano volvió a ofrecernos el cuarderno, diciendo: —No cuesta nada. Es la palabra de’ buen Dios Aceptamos todos Era el evangelio de San Marcos en un folleto primoroso. Confieso que no pi de disimular la sonrisa de inicua burla. Pronto se repetia en los otros departamentos la misma distracción y la misma réplica: el coche entero leyó, en fin, la oa abra de Cristo. Ante la santa simplicidad de esta propaganda, no supe ya reir. Con una confusa admiración, catequizado y curioso me fui siguiendo por el tren al viejecito que llevaba los folletos en una red. como un simbólico pesca dor de almas: al viejecito medio chiflado y medio santo que en esta con-f agración de la historia humana, mientras los hombres se odian; mientras loe pueblos se matan, repartía las palabras de bondad, de perdón y de Vemere García Calderón.