temática, me atrevería yo a intentar una aplicación de la fórmula la cuál si un cuerpo que se mueve en determinada dirección con una velocidad como 100, choca con otro cuerpo igual, y ambos continúan moviéndose en la misma dirección, la velocidad de cada uno será la mitad de la que llevaba el cuerpo chocante. Tal es el caso de la conquista española en América, donde la civilización europea, traída por el conquistador, en contacto con las civilizaciones aborígenes, sufrió un notorio abatimiento. En México, lo mismo que en Perú y el resto de la América conquistada por España, esa fusión de dos civilizaciones de diverso grado que se verificó por el cruzamiento fisioló^ gico de conquistadores y conquistados, dá lugar la aparición de un pueblo novel, que ha de recorre* todo el ciclo de la evolución progresiva, para alcanzar las últimas etapas de las civilizaciones superiores. Por eso es legítimo considerar como pueblos nuevos, como un solo pueblo sumamente joven, a toda la población civilizada de la América española. Muy distinto es el caso de los Estados Unidos. El doctor Cerna, que tan al detalle conoce cosas e instin-tuciones de este país, no puede ignorar que los elementos europeos fundadores de las primeras trece colonias, lo mismo los puritamos de Massachussetts, ‘que los cuákeros de Pcnnsilvania y los católicos de Maryland, sistemáticamente evitaron todo contacto con el elemento aborigen, previniendo el cruzamiento de razas con todo cuidado. De hecho, la única relación, que medió entre colonos e indígenas, fué la indispensable para exterminar a éstos por todos los medios, incluso los más reprobados por la moral cristiana. No hubo entonces piedad para los hermanos de Pocahontas, como tampoco la hay ahora para esos desventurados parias últimos descendientes de los primitivos pobladores, que el gobierno de este “cul tísimo” país viene asesinando lenta mente, con el infame y vergonzoso sistema de las reservaciones, sistema que el Dr. Cerna necesariamente ha de conocer, aunque parezca contradecirlo su ternura y su admiración por este pueblo, que le arrastra a extremos como el parangonear a Whitman con el Dante, lo cual vale tanto como poner r.n caballito de palo del Portal de Mercaderes junto a la “Feria de Caballos’’ de Rosa Bonheur. De esta suerte, gracias a ese aislamiento sisetmático, no hubo ocasión ni motivo para que la civilización inglesa traída por los colonos a Nueva Inglaterra sufriese rebajamiento alguno, de manera que el pueblo que ho> se llama americano, no tqvo que comenzar de nuevo su evolución, sino que sencillamente venía a continuarla en un medio más propicio para su libre funcionamiento, pero tomándola en el punto que guardaba en la metrópoli. Si se considera como entidad nacional, el pueblo americano puede llamarse nuevo pero desde el punto de vista de su personalidad moral o psicológica es te pueblo es tan viejo como el pueblo ipgUs y demás pueblos europeos de dónde procede. ASÍ, el Dr. Cerna no tiene razón, ¿reo yo, cuando para disculpar la pobreza de la contribución literaria y ciéptífica del pueblo americano, apela a la excusa de su “reciente origen”. 3i Alemania saliera vencida en la pre sente guerra y sus cultísimdS1 hijos, antes que presenciar el reparto de su patria, llevaran sus penates al otro lado del globo para fundar en tierras solitarias una patria nueva, un Dr. Cerna del siglo próximo no tendría derecho para llamar nuevo o reciente a ese pueblo que descendería en línea recta de cultura, de abuelos como Fitche, Kant, Goethe, Hegel. Scho-pennhauer, Wagner, Mozart Lizt, Alberto Durero, Momsem, Haeckel, Virchow, etc., etc. Pues exactamente lo mismo sucede con este pueblo. No hay razón para suponer que los “.pilgrims” del Mayflo wer o los cuákeros de Guillermo Pcnn al cruzar el Atlántico, como si fuera un fantástico “Mar del Olvido,” perdieran las nociones que formaban el fondo de la cultura inglesa. Sí, como en el caos de México, los colonos se hubieran cruzado con los indígenas, dando lugar a la formación de un pueblo mestizo entonces sí tendríamos aquí un pueblo de origen reciente, que habría menester andar de nuevo los caminos que recorrieran antes los pueblos más avanzados. . El pueblo americano es viejo y muy viejo; tiene la misma edad que el gran pueblo inglés, y sí, no obstante, su evolución literaria y artística ha seguido una marcha más bien regresiva, de tal manera que pudiendo superar a la madre patria, por las ventajosa^ condiciones del medio americano, se ha quedado muy a la zaga, esto se debe. en mi concepto al “culto del dollar." que llena la existencia de estos hombres, y que llevado a la exageración que aquí presenciamos, rebaja **'”esariametne la mentalidad colectiva. Para que se comprenda en todo su valor esta última opinión acudiré a un recuerdo reciente. El año pasado, a la sazón que Xne encontraba en New York, una de los primeros periódicos de allá, haciendo el balance universitario del último ejercicio, hacia notar que el pensamiento universitario americano era revelador del profundo cambio operado en la mentalidad de este pueblo: “antes—decía aquel pcriódico-7—se preguntaba a todo joven: “what cío you know?”, en tanto que ahora invariablemente se le pregunta: “what can you do?” Y el Sr. doctor Cerna me permitirá observar, con todo respeto, que el ciclo evolutivo comprendido entre ambas preguntas, corresponde con bastante exactitud al que seria necesa riamente para convertir a un Newton o a un Quatrefages en un fabricante de manteca! X ■ X X Seguramente no hay en todo el mundo un país donde concurran, tanto como en Estados Unidos, las condiciones que más favorecen un alto grado de florecimiento intelectual. Ura población numerosísima, con un elevado coeficiente de cutlura alfabética, teniendo a su servicio una gigantesca red de ferrocarriles y que gana los salarios más altos del mundo forman un conjunto ideal para el cultivo de las ciencias y de las artes. Nada más adverso, por el contrario, que las condiciones reinantes en el continente hispano-americano, que en esta vez tomaré como una sola entidad, a causa del gran parecido que existe, entre todos los pueblos que lo forman, desde cualquier punto de vista: étnico, histórico, económico, político, geográfico, sociológico, etc,, etc., y de que toda su pobla ción reunida es inferior numéricamente a la de este país. Una población que carece de homo geneidad, esparcida en vastísimos tc-rirtorios, sin comunicaciones casi, con un pesadísimo lastre de ignorancia y de miseria, embrutecida y arruinada alternativamente por despotismo intolerables o por sangrientas guerras civiles, constituyen, sin género de duda, el ambiente menos propicio para la vida intelectual en sus más nobles manifestaciones: Literatura, Ciencias y Artes. No obstante, mientras que en ese Continente hay pueblos como México. que han creado tina personalidad genuina. propia, distinta, inconfundible, el pueblo americano no ha logrado, a pesar de lo que en contrario sostenga el Dr. Cerna, tener "una literatura propia”, ni nada que le de un carácter específicof^que lo distínga de las otras razas, fuera del dominio de lo extravagante. Tome el Dr. Cerna dos estampas conteniendo, una nuestro bello monumento a Cuauhtemoc, por ejemplo, y otra, el monumento que le plazca elegir de entre los muchos que afean lastimosamente este inmenso país, y contemplando las dos figuras habrá de reconocer y confesar, si quiere hacer justicia que si mañana un maremoto formidable sorbiera y sepultara para siempre entre las olas aquella parte de la tierra americana que va desde la frontera del Canadá hasta las grandiosas ruinas del Palenque, detrás de los Estados Unidos quedaría, cuando más, “el suspiro del viento que pasó,” puesto que nada hay en este país que no pueda encontrarse en cualquier centro industrial de Europa; pero es posible que en el hueco, mucho menor sin duda, que habría dejado México al desaparecer, acaso el recuerdo de algo muy nuestro pérdurase eternamente sobre el rumdr de las embravecidas olas. Este concepto, que es prefundamente verdadero, resulta con demostrativa elocuencia del mismo esfuerzo que el Dr. Cerna ha hecho para evidenciar lo contrario. Cuando se comienza por colocar a Shakespeare, poeta colosal sin duda alguna, por enéima del abuelo Homero, y junto al portentoso Miguel Angel a Turner, el célebre paisajista inglés, solo porque así lo enseña Ruskin, ya todos los absurdos resultan" lícitos y hacederos. No llegan a treinta las lincas de “Revista Mexicana” que ocupó el Dr. Cerna en su erudita enumeración de “genios literarios” americanos, incluyendo nombrés de “obras maestras,” lo que resulta demasiado pobre, cuando es piensa que esas treinta líneas no alcanzarían para contener siquiera los títulos, Ja más breve de todas las síntesis, de la obra literaria o científica de Hugo, de Spencer o de Zolá. Y todavía eso, permitiendo al Dr. Cerna herejías tan gordas como catalogar entre las obras de arte las de Fenimore Cooper y el libraco de Mrs. Harriet Beecher Stowe “La caba* ña del tío Torn.” De toda la reducida lista confeccionada con gran trabajo por el Dr. Cerna, sólo hay tres sombres mudialmeq-te conocidos: Logfellow, Edgar Alian Poe y Walt Whitman; pero crea el estimable y culto facultativo que la labor artística de estos, no supera ni con mucho a la de José Asunción Silva, de Colombia. Rubén Darío, de Nicaragua y Gutiérrez Nájera y Díaz