EL CARPINTERO SIMEON Simeón era el carpintero más popular del barrio bajo de Jerusalen, y como su taller estaba en una de las últ’mas casas antes de bajar al Cedrón y en la calle por donde necesariamente pasaban todos los peregrinos que se dirigían al templo, llegó a ser muy bien conocido de todos. Tanto los del barrio como los campesinos que pasaban frente a) taller en el cual aquel buen carpintero trabajaba siempre alegre y feliz, llegaron a conocerlo muy bien. Tenía fama de hacer los mejores yugos, y sus mesas y bancos siempre eran de lo mejor y rpás bien hecho. Cuando Jesús de Nazareth pasaba por allí siempre se detenía, tanto para saludar a Simeón como para descansar un poco entretanto que entablaba plática franca y cariñosa con el popular carpintero. En animada conversación le había dichíb desde la primera vez que se detuvo allí, que él también era carpintero, que su mismo padre José le había enseñado el oficio hasta llegar a ser conocidos los dos como carpinteros de Nazareth. Jesús siempre mostraba interés en las piezas que labraba Simeón y veía con deleite cómo las virutas, enrolladas como verdaderos gusanos que arrancaba la garlopa, caían al suelo temblorosas y lijeras. Una vez que Simeón labraba un pesado yugo, grande y duro, le dijo Jesús que rebajara un poco más la parte alta de la curva para el fuello, pues le parecía que iba a Wbstimar mucho al pobre animal. En otra ocasión que hacía un caballete para ponerlo sobre un asnillo advirtió que estaba demasiado estrecho y que convendría abrirlo en un ángulo mayor en bien del sufrido y paciente animal de carga. Algunas veces Simeón suspendía su trabajo, por mucho que aban dara, para escuchar al Rabí. Era tan encantadora y tierna su palabra; era tan dulce su acento y tan, profundo su pensamiento que el carpintero lo escuchaba embelesado hasta que el Maestro, ya descansado y refrescado con un vaso de agua cristalina del manantial que siempre le ofrecía su compañero de oficio, se levantaba, recogiendo su manto para continuar la subida que conducía calle arriba al templo. Simeón llegó a amarlo entrañablemente después de conocerlo me-6 jor; no sólo era un santo y dulce Rabí, sino su compañero de oficio, su hermano en el duro trabajo. Cuando el Maestro se alejaba dejando su saludo, que era un deseo de paz. Simeón lo despedía dicién-dole: "Que la paz del Dios de Israel sea también contigo," y veia cómo el Rabí se alejaba dejando algo como un suave perfume del cielo en aquel taller saturado del fuerte olor del cedro que la mano hábil e incansable de Simeón cortaba y pulimerifaba sin cesar. Un día estaba Simeón entregado a su diaria labor durante la semana de la Pascua cuando a hora muy temprana se presentaron dos oficiales del gobernador romano Poncio Pilotos con un encargo muy urgente. Iban a ejecutar a tres reos en ese mismo día y era preciso tener listas tres cruces. —Anda Simeón,—le dijeron;— hace tiempo que no tiene el pueblo de Jerusalén un espectáculo como el que veremos hoy mismo. Es necesario que la plebe tenga una lección del poder de Roma. — ¡Tres reosl Pero eso va a ser un espectáculo doloroso para el pueblo. Nosotros vemos con horror semejantes cuadros. — ¡Por Jovel Será un espectáculo soberbio digno de Roma. Con que inda, ¡pronto! ¿Tienes tres cruces .istas? El gobernador te prefiere a :í porque siempre has hecho buen trabajo y sobre todo, rápido. —Bueno, —replicó Simeón,— desde que fué perdonado el ladrón Matatías y siempre no fué crucificado, se me quedó la cruz que había hecho para él. Y luego, por haber enfermado el asesino Ben Amón, y muerto en la mazmorra, ya no hubo qué crucificarlo y también su cruz se me quedó. Por más señas que Filatos nunca me pagó esas cruces. Aquí las tengo. —¿Entonces solamente tienes dos? —Si, nada más. Están muy bien labradas y costarán veinte shekels, pues ahora la madera está muy cara. —Vaya, Simeón, no regatees, ya sabes que siempre se te paga bien. Pero la otra urje que la tengas lista lo más pronto posible; los reos deberán ser ejecutados hoy mismo, quizá a la hora de sexta y no es posible esperar. Así que trabaja y nada de regateos. Como a la cuarta hora tendrás que entregarías, así que apenas habrá tiempo para hacer esa cruz. Pero es imposible hacer una cruz tan pronto y bien labrada. No hay tiempo para ello. Aquí están estos dos girones magníficos, de madera bien seca y fuerte que me trajeron del Líbano hace tiempo, destinados para yugos, pero los usaré para esa cruz, advirtiendo que no-habrá tiempo, para labrar la madera; se irá así, toscas y en bruto como esta. Anda, anda, quítate de remilgos; al fin no se arreglan cojines de fina seda para los ajusticiados. Arregla la cruz y envía las tres al Pretorio antes de la hora quinta porque el asunto urje. Hoy la justicia será glorificada y Roma mostrará su poder... Era la hora séptima. Simeón había estado muy atareado porque después de hacer la cruz pedida por Pilotos se ocupó terminando un yugo por el cual vendrían muy pronto, pues entrando el Sábado santo ya no podría hacerse nada Pero entonces, una multitud pasó frente al taller; todos corrían sobresaltados rumbo al cerro de la Calavera, • lugar siniestro de las ejecuciones. Iban a morir tres Yeos, dos eran grandes criminales, pero el tercero era un buen hombre que nunca le había hecho mal a nadie y la gente no sabía por qué iba a ser crucificado. Simeón no supo más; se asomó varias veces a la puerta y no vio más que a la gen-t te que corría apresurada con el terror en el semblante. Entonces él, llevado también por la curiosidad, se sacudió rápidamente el polvo del yugo que había estado puliendo, se envolvió en su manto de colores, se colocó en la cabeza su turbante y se echó a la calle siguiendo a la multitud. Los rumores se habían convertido en realidad; con razón la gente se había sacudido por tristes presentimientos desde hacía algunos días. Tres reos estaban siendo levantados en sus cruces en el cerro de la Calavera, fuera de los muros de la ciudad. El sol caía de plano sobre los rostros de los que sé encaminaban hacia la puerta occidental de la ciudad; el aire era sofocante y cruel por el calor que se sentía en aquella época del año. Pero allá va Simeón mezclado con la gente cuyo número aumenta más y más a medida que se acercan al Gólgo- Página 5 THIS DWWWIC IS $UeST*W*IID FOR PRINTOUT FRO* WCROFIL*