6 El Mensajero Bautista La Felicidad del Cristiano | Es muy cierto que hay seres felices en la tierra, y lo son los cristianos; no por la felicidad que el mundo dá ni tampoco por la que el incrédulo siente, cuando dice que es feliz sino por aquella felicidad sublime e inexplicable que llena el corazón del creyente, porque en verdad se goza y se siente feliz en las cosas que son de su Señor. Si el incrédulo se complace en atender. al llamamiento que le hace una sociedad corrompida a la cual pertenece, es con el fin de gozar, de disfrutar, de participar de las delicias o encantos que el mundo fementido le presenta, delicias perecederas como perecedero es quién las ofrece, que no duran más que por momentos, por días, por meses o por años, pero que terminarán. No así el cristiano, este se complace en atender el llamamiento que su Redentor le hace, cuando en la bella página de su bendito libro dice: "Mirad a Mí, y sed salvos todos los términos de la tierra, por-e que yo soy Dios, y no hay más”, Isaías 45:22. "Venid a mí los que es-tais trabajados y cargados, y yo os daré descanso”, Mat. 11;28. Esta es-la felicidad de que el cristiano se •‘oza, la salvación; y este es el Dios al cual está dispuesto a servir y agradar. Relata la Sagrada historia que Zaqueo era uno de los príncipes de los publicanos, hombre que poseía riquezas terrenales solamente, y estas riquezas habían sido adquiridas ^como muchos de los capitales de la actualidad, no por medio del honrado trabajo, sino por medio de la estafa al hermano y al prójimo o por medio de la explotación al pueblo. Bien, este hombre indudablemente que había tenido días de felicidad, de regocijo, ya que su posjción se lo permitía; pero nunca se sintió tan más lleno de júbilo ni más feliz que cuando pasando Jesús por las calles de Jericó oyera hablar de El, y llamado por la curiosidad o más bien porque así tenía que ser, se subió en un árbol de sicómoro, pues era bajo de estatura y las multitudes le impedían verle: y como Jesús lo viera en aquel árbol le dice: “Zaqueo date prisa, desciende, porque hoy es necesario que yo pose en tu casa. Inmediatamente bajó Zaqueo del árbol, se Jué a su casa y muy gozoso recibió a aquel que le llevaba la salud de su alma, el Salvador. “Hoy ha venido la salvación a esta casa, dijo Jesús, por cuanto él es hijo de Abraham. Porque el hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” Luc.l9:l-10. Esta es la felicidad más grande que en toda su vida, Zaqueo pudiera experimentar. ¡Cuán consoladora es esta promesa de Cristo para los pecadores! El aun está buscando a los perdidos, perdidos en los vicios, perdidos en la maldad, perdidos por el pecado. Estad prestos porque todavía os está diciendo como a Zaqueo: decended, daos prisa, porque es necesario que hoy pose en vuestra casa. ¡Presentad a Cristo vuestro corazón, abrid sus puertas y permitidle entrar a morar en vosotros y con vosotros y El os dará lo que es mejor! En otra ocasión llegó Jesús a los términos de Judá enseñando y predicando el Evangelio, y había allí un jóven que anhelante buscaba por todas partes la felicidad eterna. Este como oyera hablar de Jesús y le viera se presenta, ante El y le dice: “Maestro bueno ¿Que bien haré pa-