El Faro Dominical 25 BOSQUEJADA de hacía mucho tiempo. El sacerdote dió el libro a Saphán escriba, para que éste a su vez, se lo presentara al rey. No podríamos decir exactamente que parte de la ley de Dios fué esta que encontraron así olvidada, pero si podemos asegurar que era una porción que contenía mandamientjs de Dios que debían ser obedecidas. , Se cree comúnmente que esta porción encontrada contenía desde el capitulo doce hasta el veintiséis de Deuteronomio, y también el capítulo veintiocho. El libro encontrado fué leído delante del rey. El rey oyó su lectura con devoción y atención. Cuando hubo oído las palabras del libro de la ley de Dios, el rey rompió sus vestidos en señal de pena e inquietud de espíritu. Comprendió luego cuán desviados habían andado sus padres del camino de Dios, y cuán grandes calamidades habían tiaído y traerían sobre aquel pueblo estos desvíos- . . Fueron unos hombres comisionados para hablar con una mujer profetisa respecto de lo que Dios tenía en reserva para aquel pueblo que tan mal le había servido. La profetisa no hizo más que confirmar los castigos que, el mismo libro contenía para los impíos. Pero indicó a los comisionados, que por cuando aquel buen rey se había humillado y arrepentido por las malas obras de su pueblo, Dios no traería a-quellos castigos durante la vida de este buen rey. No obstante, el rey se dió prisa a hacer notoria la ley de Dios a todo el pueblo. Y con este propósito reunió al pueblo en Jerusalem y leyó a oídos de ellos todas las palabras de aquel libro. El día fué de grande solemnidad, el rey mismo puesto en pie, en presencia de Dios y de aquel numeroso pueblo, a lo que Dios mandaba en su santa hizo pacto de andar siempre conforme lev En su alianza se compromete a obedecer todos los mandamientos de Dios, y a ponerlos por obra con todo su corazón y con toda su alma. Es un ejemplo muy digno el que nos pone este hombre al presentarse así dispuesto delante de Dios para hacer su voluntad. Y esto mismo es lo que requiere la Palabra de Dios de aquellos que se dicen ser sus seguidores. No los oidores sino los hacedores de la ley justificados delante de Dios. Y como nosotros ahora sabemos bien, a la luz del Nuevo Testamento de nuestro Señor Jesucristo que nadie podrá ser justificado por las obras de la ley, por LA LECCION Vamos a estudiar hoy, amados lectores, acerca de un gran rey, que comenzó a reinar cuando apenas tenía ocho años de edad. Decimos que fué grande porque fué piadoso. Generalmente se ha dicho que una persona vale lo que vale, no tanto por sus riquezas, ni por su fama, ni por su fortaleza física, sino por la nobleza de su corazón. Y por esto también sabe-mos que el rey Josías cuyo cortito trecho de su vida estudiamos hoy, fué un gran rey. Toda su vida fué piadosa y en todo procuró hacer la voluntad de Dios. Cuando este nino rey comenzó a gobernar por medio de sus consejeros, su reino se encontraba en pésimas condiciones- Estaba todo plagado de idolatría. Por todas partes había altares levantados en honor de ídolos extraños, cuyo culto y adoración eran a-bominables a Dios. Lo primero que hizo este rey cuando ya fué de veinte años de edad, fue comenzar una obra de reforma en todo su reino. Todos los altares erigidos a ios ídolos fueron derribados. Los mismos ídolos fueron hechos pedazos hasta pulverizarlos. El polvo de aquellos feos ídolos fué arrojado sobre los sepulcros de los idólatras, ^como una a-frenta a sus penosos desvíos. Este rey era un hombre celoso de los mandamientos de Dios. Llegó en su disgusto hasta a desenterrar los huesos de los sacerdotes del dios Baal y los mando quemar sobre los altares de este horrible ídolo. . . . Cuando Josías tuvo veintiséis anos de edad, se propuso hacer una completa reparación al templo de Jehova. Tanto había sido el abandono de este pueblo idólatra, que el templo de Dios había quedado en ruinas, porque nadie se cuidaba de adorar a Dios allí., El mismo pueblo, bajo la dirección e influencia de este buen rey, contribuyó para pagar las reparaciones del templo. No hay duda que la casa de Dios debe ser cuidada y reconstruida por el mismo pueblo de1 Dios- El rey puso algunos sobreveedores para que cuidaran de toda la obra. El sumo Sacerdote, que se llamaba Hilcías, tenía cargo de recibir el dinero que se contribuía. Yendo, pues, el Sumo Sacerdote a sacar el dinero del templo que el pueblo había depositado, se encontró algo de mucha más importancia que el dinero. Se halló un libro que resultó ser el libro de la ley, el libro de Dios, cuyos preceptos habían sido abandonados des-