o El Gobernador alemán de las colonias teutonas del Africa del Sur, (a la derecha) en el momento de rendirse ante el General Botha que se encuentra sentado. La incogoita de los Dardanelos La impaciente sed de aventuras de los curiosos'que siguen ^1 detalle las peripecias de la mundial campaña, y aún el afán de emociones de aquellos que i sólo paran mientes en las grandes batallas que marcan el predominio de uno de los beligerantes, no se explican la inercia naval Creen y quisieran -que esos grandes monstruos maritimos que condensan la potencia guerrera de un pueblo, se buscaran en el mar, lejos de la tierra que defienden, para dirimir a cañonazos su pujanza, o se acechasen en el puerto para reñir frente a los cañones costeros, la ruda lid que los sepulte bajo las ondas del Océano. Algo asi como nuestra trágica y memorable aventura de Santiago de Cuba. No; para eso no son las escuadras en que invirtieron los Estados millones y millones de su Erario; pkra eso no son los enormes su-perdreadnaughts. Las escuadras tienen por única misión él dominio del mar y al acometer otras empresas secundarias: bombardeos, reducción de forta'ezas terrestres y forzamiento de pasos, no han de comprometer, ni en poco ni en mucho, el dominio de referencia. Lo primero para una escuadra es conservar la libertad estratégica de movimiento e impedírsela al enemigo. Con esta misión, al parecer sencilla, se anula el comercio del adversario, extrangulando sus vías de importación y exportación. Y esa tarca no es fácil para pueblos insulares, como Albión, ni para países de vasto imperio colonial y ám-nlio comercio, como la mayoría de los beligerantes. Tal vez por este axioma primordial de la guerra marítima no haya habido más combates navales que ¡os excéntricos y alguno ineludible y escudado en la vecindad del teatro terrestre de operaciones. Las escuadras no han estado por eso inactivas, ni mucho menos; no han aventurado perder loca y ciegamente unidades de combate porque su reposición no es factible y la rebaja en el poderío marítimo traería, co mo corolario inmediato, la derrota de-fintiva y rotuñda. Tardaron las potencias aliadas en ponerse de acuerdo para bombardear mancomunadamente los fuertes del Estrecho de los Dardanelos. y quizá influyera en esa tardanza el sua-vizamiento a priori de posibles asperezas del porvenir, de probables disensiones internas por la posesión de determinadas ventajas. No cabe du da que, decididos a la acción, habrán contrapesado los pueblos aliados la misión futura de cada uno y la repartición del botín esperado. Para Rusia, el forzamiento de los Dardanelos trae consigo la salida ai Mediterráneo, y con el a, la exportación más rápida y fácil de sus granos , y la importación, en estos críticos momentos, de armas y municiones, y después, de toda la industria y el comercio mundial. Era su ambición. Además, para el Zar, oir fnisa en Santa Sofía y contemplar la poética me’ancolía del Bosforo desde la soñada Bizancio. Peró esto, sobre malquistarlo con todos los pueblos balkánicos, cuya mayoría simpatizaba con su acción, tiene que llevarse la enemiga de In-glatera, que no ha de dar alas para no lejano plazo, a un nuevo enemigo en I05 dominios del Mediterráneo. ¿Quién sabe -si a cambio de su intervención decisiva, se adueñará la temida Albión de la llave del Estrey cho, de la Penínsu'a de Qallipoli. para ser obstáculo en su día a las ambiciones moscovitas? (Pasa a la última pág.)